Opinión Nacional

Tiempo perdido

El tiempo revolucionario es distinto al tiempo de los demás asuntos cotidianos y normales de una sociedad. Para un gobierno promedio, en un país cualquiera, quizá dos o tres años serían suficientes para medir la eficiencia del mandatario en solucionar los problemas más acuciantes de la nación, para evaluar su política económica, para determinar si sus medidas a favor de la creación de empleos o para incentivar la inversión han sido favorables o no.

Pero claro está, para una “revolución”, pueden pasar 10, o 15 años, y a pesar del rotundo fracaso de todas esas y otras decisiones en cualquier materia o asunto, siempre será poco, siempre escuchará Ud. al funcionario o mandante de turno decir que todavía están “estudiando” las medidas a tomar contra la inflación, o que “ahora sí”, van a combatir la inseguridad, que tienen tal o cual “proyecto”, o que por culpa del “saboteo” no han podido hacer más.

Es posible que el tiempo de la revolución, asunto de otro mundo, sea medido en días marcianos, o en meses de Saturno, o de algún rincón de la galaxia anti-imperialista, y los 15 años vendrían a ser en realidad, a significar algo así como unos 6 meses, o un año terrestre. Una incógnita que sólo la sabiduría Jedi puede aclarar.

En todo caso, esta “revolución”, que “vive” y “vence”, ha perfeccionado el arte de derrochar no sólo los proventos petroleros, los provenientes de los impuestos, de los créditos de países “amigos” (como el ratón del queso), a malbaratar corrupta e impunemente cualquier fondo, partida, “pote” o “caleta” presupuestaria sin control ni fiscalización alguna, sino que se ha convertido en experta derrochadora del tiempo. Esta consistencia en el fracaso, sostenido y libre de burguesas ataduras o limitaciones temporales en la gerencia del Estado, ha generado también vía contagio colectivo, una suerte de resignado conformismo masivo, una silente y abúlica pasividad ciudadana que, cual círculo vicioso, contribuye eficazmente a la perpetuación de la destructiva eficacia “socialista”.

Según estudio del Instituto Metropolitano del Transporte de la ciudad capital, un caraqueño pierde hasta 60 días en el tráfico al año. (El Nacional, 21-07-2013). Los barquisimetanos y choferes de otras provincias de seguro, no se quedan atrás. Se me ocurre que sería interesante medir el impacto, en términos del Producto Interno Bruto (PIB), del tiempo perdido por los venezolanos en cualquier cola (para medio completar un mercado, en el abasto, en la farmacia, en la estación de servicio, en el banco, en un restaurante, en un hospital o clínica, en una oficina pública o privada, en el cementerio).

No dudamos que la tranquilidad que denota la sonrisa y buen humor del Prof. Elías Eljuri, en su oficina del Instituto Nacional de Estadística (INE), entre tantas cifras positivas, entre tanto optimismo estadístico, aumentaría notablemente si se dedicara a realizar esa investigación, para medir cuanto le cuesta al país el tiempo que destinamos para hacer colas. Ya es una cosa hasta genética. Todo venezolano nace, crece y desarrolla en su código genético, cuando pasa por un sitio y ve una cola, un impulso, una reacción automática e instantánea para ponerse a hacerla, sin importar si sabe o no para qué es. Información que obtendrá invariablemente después. Macroeconomía del atraso. Estadística descriptiva de la lentitud de nuestro camino a un futuro que no existe, y que es cada vez más pasado.

Insistir en modelos, ideas, fórmulas, decisiones o paradigmas económicos cuyo fracaso es ya harto conocido por sociedades y documentado por la historia, es ciertamente también una forma olímpica de perder el tiempo.

Nos hemos acostumbrado, sin duda alguna. Colas para conseguir papel tualé, colas para el SICAD, colas para adquirir leche, o aceite, o algún nuevo tesoro de la escasez socialista. Hasta la Ley del Trabajo cambió para reducir la jornada de trabajo y disfrutar de un descanso merecido. ¿ Para que tanta trabajadera? En otras naciones, la combinación de desarrollo tecnológico, estabilidad económica, desarrollo consolidado y productividad elevada, hacen que medidas como esa sea posible o deseable para alentar la recreación, el ocio o el descanso en familia. Aquí, con el actual cuadro económico, la medida huele más a populista sinvergüenzura, elogio de la flojera institucionalizada.

Parte de nuestro drama, radica en el hecho de que hablar con quienes detentan el poder sobre cómo el país pierde su tiempo, sea en sí mismo, tristemente, un tiempo perdido.

@alexeiguerra

 

 

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