Opinión Nacional

Arrasar bibliotecas

El libro ha sido, en todas las épocas, cordero a ser sacrificado en el altar de la intolerancia totalitaria. Cuanto megalómano le ha puesto la mano al poder, más temprano que tarde, lo ha perseguido con la ferocidad propia de quien ve amenazado el futuro del régimen totalitario que encarna. Lo enfurece, lo saca de quicio, sentirse impotente frente a un enemigo que no puede valerse de sí mismo para golpearlo físicamente hasta dejarlo inerte. Sabe, sin haberlo leído, que está preñado de sabiduría y que, una vez absorbida por el cuerpo social, frenará sus ímpetus totalitarios, que lo hará morder el polvo de la derrota, aun cuando sea luego de haber sido sometido.

Esa es una interminable batalla que se viene librando desde la más remota antigüedad. Qin Ch’in Shih-huangdi, Primer Emperador de China, unificador de los reinos que inició la construcción de la “Muralla China”, entre los años 213 y 212 a/c ordenó incendiar las bibliotecas para que el fuego destruyera la memoria histórica y el pensamiento filosófico. La misma suerte corrieron los más importantes creadores de la época. El delirante megalómano creyó que la historia comenzó cuando asumió el poder. Él murió en 210 a/c y la historia no se detuvo.

Como impreso con fuego en carne viva permanece el recuerdo de los crímenes contra el saber cometidos por las hordas de Hitler, Mussolini y Franco, así como por los gobiernos social-comunistas desde el mismo 1917 hasta el derrumbe de su imperio en 1989. En América se han dado casos que se parangonan con los de la culta Europa, en República Dominicana, Cuba, Chile, Argentina, Uruguay y algunos países centroamericanos.

Nuestras vernáculas tiranías no escaparon al síndrome de la criminalidad contra el hecho cultural. Pero a partir de 1958, junto con la elección de gobiernos democráticos, se produjo un crecimiento exponencial de los dispensadores del conocimiento. A partir del “Banco del Libro” se dio un salto cualitativo. Se creo la editorial Monte Ávila y el Instituto Nacional de Bibliotecas que sembró “templos” para la lectura en los más apartados rincones de la patria.

Hoy, luego de 10 interminables años de desgobierno social-comunista presenciamos, con justificada ira e intensa pena, como quienes emergieron de la obscuridad cuartelaría arremeten contra las fuentes del saber. En el Estado Miranda, por orden del teniente Diosdado Cabello, fueron arrasadas las 56 bibliotecas que forman la red de ese Estado. 46 mil libros fueron retirados de las estanterías para ser vendidos como pulpa a unas recuperadoras de papel. Contenían la memoria histórica de esa entidad y mucho del acervo cultural de la Nación. Novelas y poesía, ensayos sobre las dictaduras y la democracia; textos escolares de geografía e historia; tratados de sociología, economía e introductorios al campo científico.

Sabemos que el repudiable hecho está ligado a la pretensión de implantar el pensamiento único, fundamento del régimen totalitario social-comunista que pretende estrangularnos. De allí que sea imperativo ciudadano denunciar el abominable crimen ante el mundo. Por fortuna, hegemones y doctrinas totalitarias pasan, la historia no se detiene y las sociedades no se hastían de reemprender la reconstrucción de las libertades democráticas cuantas veces sea menester.

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