El pasajero de Truman
Me ha conmovido esta última novela de Francisco Suniaga. Son pocos los autores que en el tiempo me anclan en la lectura de este género literario. Pero confieso la fascinación que me produjo la historia de El Pasajero de Truman(editorial Melvin, Caracas), segunda entrega literaria de Francisco, luego de La Otra Isla(2006). Es de una extraordinaria narrativa, erudita, reflexiva que basándose en una gran historia de nuestra historia política de los años 40, se coloca a mi parecer en una de las novelas estelares de las letras venezolanas de los últimos años.
Se nos narra la trágica historia de Diógenes Escalante, el diplomático venezolano que más cerca ha llegado a ser electo Presidente de Venezuela. Fue propuesto como el hombre de la transición política para sustituir en la presidencia de la República a Medina Angarita. Escalante era considerado por la elite de aquel entonces como el “designado” para transitar pacíficamente al país del militarismo a la democracia. Esta historia reaparece a través de un reencuentro, después de cincuenta años de silencio entre dos importantes actores de la vida diplomática y política del protagonista. Estos cercanos colaboradores de Escalante que lo trajinaron muy de cerca , fueron protagonistas de excepción en lo que fue la vida, pensamiento y tragedia final de un hombre, que por azar del destino, perdió en tres ocasiones la oportunidad de ser Presidente de Venezuela. Su último y fallido chance por alcanzar la presidencia, no solo fue una tragedia humana, sino un hecho del azar que determino y cambio un destino que pudo haber sido menos accidentado para Venezuela y que aun en estos tiempos nos hubiese garantizado ,quizás, una nación más desarrollada y con instituciones políticas más solidas.
El Pasajero de Truman o el infortunio de Diógenes Escalante, es una increíble anécdota sobre un hombre que estaba a punto de ser Presidente, que entendía el proyecto político que requería Venezuela para salir del atraso económico, social y político de su época , que contaba con el consenso de la elite política de aquellos tiempo ,que incluía al propio Medina, a Eleazar López Contreras, Rómulo Betancourt y Jovito Villalba, quienes en una alianza estratégica lo habían escogido para la transición de la Venezuela del oscurantismo, hacia la democracia. Para sorpresa de la nación, Escalante se desvaneciera de la escena política cuando por causas del azar se descubre que no estaba equilibrado mentalmente para regir los destinos de la nación.
Sin duda, el destino le juega sucio y lo aparta por tercera y por última vez de su opción presidencial que tanto había añorado. Una extraña enfermedad siquiátrica obliga a su mentor principal, Medina Angarita, regresarlo discretamente a Estados Unidos en donde servía como su embajador y en donde termino sus últimos días de vida, víctima de esa mala pasada y peor que la enfermedad, desterrado de la historia en Venezuela.
Lo más importante desde mi perspectiva de esta novela, entre cuento y ficción, que nos narra Francisco Suniaga a través de dos testigos de excepción, es su capacidad de compenetrarse con un personaje que si bien pertenece a los primeras décadas de la historia de Venezuela del siglo pasado, lo convierte a este hombre a través de la narración en un intérprete de su época obsesionado por sacar a Venezuela del atraso. Nos presenta realidades, vicios, defectos de aquella sociedad, que irónicamente aun están latentes en la nuestra. Las advertencias de Diógenes Escalante y la narración de sus dos personajes centrales, Humberto Ordoñez y Roman Velandia, que solo al final descubrimos sus verdaderas identidades, recuentan su historia y hacen una radiografía del pasado desnudando el presente. Una nación inmersa en los vicios del quehacer público nacional en donde la ética pasa a segundo plano y la obsesión por el poder se convierte en la razón de ser de la existencia del político por encima de la vocación por servir a sus compatriotas.
Francisco Suniaga, no ajeno a la Diplomacia venezolana, quien conoce nuestro oficio, nos toca en esta historia la fibra a quienes hemos pasado años fuera de Venezuela, pagando las consecuencias de la ausencia en la política, al igual que Diógenes Escalante, un diplomático que inicia su carrera en los tiempos de Cipriano Castro, quien soñaba con brindarle al país lo que había aprendido de su experiencia en otras tierras. Contrariamente a los estereotipos, como buen diplomático había aprendido el culto a los buenos modales y a la honestidad como un atributo y no como un hándicap en el momento de enfrentar el reto de asumir la política.
De esta novela me queda la satisfacción de haber disfrutado una fascinante historia, sus personajes, haberme sumergido en la descripción de Escalante un buen venezolano quien en parte es complementado por la magia de la ficción de quien lo describe a través de la narración. Ojala, que las nuevas generaciones conozcan y comparen de nuestra historia pasada lo mucho que nos ha costado lograr lo poco que esta tierra de abundancia ha conquistado especialmente desde los años “cuando Venezuela era Gómez y punto”.
Francisco nos entrego parte del pasado. Para quienes lo apreciamos, posiblemente después de estos éxitos literarios, quizás será más difícil verlo en sus recorridos por el deteriorado Parque del Este en Caracas, la posibilidad de abordarlo más ardua y su buena tertulia política más exclusiva. Mientras tanto nos conformaremos con esperar su próxima entrega.