Opinión Nacional

Semana Santa: Tiempo frente al espejo

A la mujer venezolana indeclinable en la defensa de sus valores-símbolo

Había en mi pueblo en estos tiempos, cuaresma y su espacio trascendente, La Semana Santa, una actitud propicia para el encuentro de uno consigo mismo, en la medida en que, sin ser muy racional, se contemplaba el inmenso sacrificio de Jesús por todos y por uno especialmente, el entregar su vida para salvar las nuestras. Se guardaba silencio y, no se si todos lo vivían, también daba miedo pero sin decirlo, porque cuando se confiesa el miedo da mas, se agudiza y se puede caer en el pánico. Pasar unos días con Dios muerto era como quedar también en el abandono, andar por ahí sujeto a grandes riesgos bajo el peso absoluto del duelo, y, lo peor se intuía, quedar huérfano y no de cualquier padre, sino de uno perfecto, que amó a su prójimo como a sí mismo, que en sí mismo amó al hijo y en el hijo se amó. El trabajo se amainaba hasta quedar reducido a lo imprescindible. Las comidas cambiaban y la carne se sustituía por el pescado salado, que solía vestirse de magia en sabores del paladar no sospechados. Nunca pudimos entender cómo siendo Jesús Dios escogiera ese camino tan doloroso y tan cruel, tal fue morir en las tales condiciones. Calumniado, vilipendiado, burlado, mofado, a tal extremo que se le corona de espinas su reinado sin imperio. Pero la gran lección, tal observaban los míos en temas de vida, amor y muerte sabios, se orientaba a la meditación que impone su grito de tristeza, de reproche, de dolor ante el padre, Señor, -dijo – por qué me has abandonado. El abandono es el mayor de todos los dolores, la mayor de todas las tragedias, es andar por ahí sin ton ni son, sin saber qué se es sin razón para andar amar soñar vivir, ser. Y su amor sin límites al exclamar, Persónalos, Padre, que no saben lo que hacen.

Después la algarabía. Cristo resucitaría de entre los muertos, se leían los testamentos y se quemaba a Judas, mientras se declamaban documentos casi siempre de extraordinario humor, rimados normalmente en octosílabos perfectos, mediante el cual se evidenciaba la maldad del otro en bella forma, y ese otro estaba casi siempre identificado con el poder o con la perdición. La quema de Judas se veía como un acto de justicia. Qué mejor que la quema total para el traidor. Esa era la intención exacta de la quema muy lejos del culto a la pena de muerte, solo esa causa legitimaba la candela. Nunca supe si en ese acto estuviera inconsciente la idea de que el fuego limpia, que fuese una manera de purificación. O se reducía al ejemplar castigo. Quien sabe, no tenía tiempo para tan complejas reflexiones, menos hoy que no me queda tiempo; pero, en fin, parecía justa la quema y luego, en un extraño rito que, ahora me resulta digno de mejores ojos, solían los mayores embriagarse y, muchos, de tal manera que no se sabía si el diablo se incorporaba en ellos o si la gente es así, si somos así, vulgares, imperfectos, viles, en lucha abierta entre el ser que se es y el que debe ser o creemos sea. Pero, en fin, sin hacer concesiones a la moral poco sabemos todavía del hombre. Si su estado perfecto es la embriaguez o si es la verdad, la cuidadosa forma, apolínea, diría, de andar la vida. Hoy son otros tiempos. El mar sustituyó al Templo y los hilos dentales lucen espléndidos en lugar de los velos. La pose de veneración ante Dios, dio paso a los voluptuosos traseros sustentados por Eros a fin de que Dios mismo contemple su belleza desde el Cielo.

Pero hay cosas que se conservan con la misma intensidad de los tiempos primeros. El poder habla y condena como ayer condenaron Cristo, la justicia puesta en escena como farsa. La verdad es la verdad del poder. La crucifixión espera al justo o a quien por alguna razón o por ninguna disienta del César. Sin exagerar digamos que es peor, porque la difamación, la injuria, la calumnia, era antes, casi puede decirse, a puertas cerradas, hoy es pública universal, el poder usa los medios para crear estados de terror y de ese modo se muera el condenado y su familia, la sociedad toda, de silencio. El silencio es la mayor condena, es el espacio velatorio de la conciencia. Es la horca del alma. Es el lugar donde la barbarie entierra la familia, secándole previamente los ojos. No acaba allí la vida, sin embargo. A pesar de esos hierros, de cadenas largas y pesadas como una pesadilla, vi ayer a la esposa de Manuel y a sus hijos, a la distancia exacta para verlos mejor, había ira en ella, mas no odio. Había sensatez ante tanta barbarie. Vi desgarradas a las esposas, hijas, de los comisarios y de los policías del 11A: cobijadas de una inmensa tristeza, había esperanza y fe, pilares de sus inmensas fortalezas. Eufóricas quizá, vi a algunos de la familia de los caídos, que sirvieron de causa a la condena. Me dio tristeza, no vi perdón en ellas, en ellos, y en lugar de justicia reclamaban venganza. La angustia pesa, alguien levanta la voz y recuerda que hasta los muertos necesitan el perdón.

Me devuelvo a los tiempos primeros. Cuando moría Jesús en manos de sus verdugos impreciso recuerdo que sus discípulos se habían disperso, quiero decir huyeron, uno de ellos sobre cuyos hombros Dios construirá su Iglesia, por miedo, por terror lo negó varias veces, tres para exacto ser. En cambio en proeza de amor, fe, abnegación, estaba la Mujer. María su Madre, perfección absoluta oía en la profundidad de su pureza la palabra del Hijo y su mirada alimentó sus fuerzas y echar a andar pudiera la palabra. María, la Magdalena, a su lado acariciando con sus manos los pies y venciese el amor sobre el dolor. Así hablaban los míos como echando un cuento que tomaran prestado a Botticelli. Historia más fiel a la verdad que los propios nuevos testamentos. No hace falta afinar los detalles de cómo el tiempo va y regresa en sus andanzas y en el ayer podemos ver el hoy y el hoy no es mas que la reunión de lo antiguo y lo nuevo, de cuanto hecho fue y de cuanto aun no se alcanza. Nuestras Damas de hoy en estas tierras se yerguen, la razón y el corazón son su verdad, son poema. Heroicas son. Unas han hecho del combate por la libertad un campo de batalla donde corazón y razón se encuentran para alzar y continuar su vuelo. Otras, vencen los mayores obstáculos cada día cada instante cada paso en defensa de su dignidad y el crecimiento noble, transparente, sea la reafirmación y crecimiento moral de su familia. Todas y en toco caso aferradas al valor sublime de sus símbolos, el amor, la verdad, la pureza.

Yo no se exactamente por qué escribo estas cosas de este modo. Pero ha sido mi tiempo en este mundo un tanto largo porque he intentado convertirlo en palabra, y es la palabra el tiempo que si buena perdura, y es arma la palabra, quien lo duda, si crece en la conciencia. He batallado con ella para no dejarme aprisionar por ella en sus significados y sus circunstancias y he luchado incansable para que el Otro, mi lector, pueda ver en ella lo que ella es, mas allá de mis fechorías, mis yerros, mi andares de imperfecciones lleno. Se que como tantos otros pude al mar lastimar con mis despojos y cubrir la cama con chorros de tristeza. Y así frente al espejo intento recorrer los trayectos que deambulado he por tantos tiempos revisando mi historia. Qué de mí habrá, saber intento, del buen ladrón o del ladrón opuesto, perverso, será dable decir, contemplando la vida que renace en lo justo, en lo bueno y lo bello, la fe o que muere en la burla de la existencia huera según cada modelo prevalezca. En el espejo el mar, el cielo, el tiempo y mis recuerdos.

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