¡Quiero ser tu pana!
No sabes lo pendiente que estaba de ti, lo tanto que añoré este momento de rápido afecto en que nuestras manos se estrecharon y mi corazón arisco y montaraz palpitó como si fuera el de un alférez bisoño en plena graduación en pleno patio del nuevo Cuartel Cipriano Castro.
Te confieso que días antes me había reunido aquí mismito con los chicos malos del pelotón para hablar mal de ti, denostar de tus intenciones y creencias; planeamos muchas cosas: ponerte una tachuela en la silla del dogout, aplicarte la ley del hielo, echarle azúcar a la gasolina del avión que te trajo; decirte en público ¡Go Home! Pero llegaste como Rey León de la selva indómita, estrechando manos y mirándonos a los ojos de frente como hacen los pitcheres valientes como yo.
¡Entonces me derretí!
Te había visto en televisión, haciendo tus mejores jugadas por aquí y por allá, ponchando y ponchando para la delicia de mandatarios y de todos los televidentes.
Con parsimonia subiste al escenario, a la lomita, te preparaste y sin vernos ni estar pendientes de los que tanto te adversamos, lanzaste la bola, nada que ver con la rabo de cerdo, ni con los cambios de velocidad del diabólico pitcher anterior. Ponche cantado con tres envíos, diría yo, envidioso de ese estilacho que te gastas en la lomita, de ese “savoir faire” cuando te vienes curvero para el home.
¡Coño Pedro Martínez, no me hagas sufrir más! ándate de una vez, regresa a tu equipo imperial, que por acá debemos ser fanáticos del Gocho, no del que camina, sino del que tira strikes en Nueva York, un tal Johan Santana.
Por favor, regresa al Imperio, no me atormentes más, no me hagas aparecer como un traidor ante los ojos del que todo lo ve y todo lo sabe
Tuyo,
El Látigo Carrao, Pitcher Abridor de la Reserva Nacional.