Somos felices (La pobreza como virtud)
No salgo de mi asombro cuando constato la información que de acuerdo a un novedoso “índice de felicidad” llevado a cabo por un centro de estudios londinense (New Economics Foundation), los países con mayor desarrollo económico/social se encuentran rezagados, y que por el contario, aquellos que ostentan una pobreza lapidaria son los que han encontrado un bienestar espiritual, es decir, son “felices”.
Colombia en el puesto 2, Costa Rica en el puesto 3, Cuba en el puesto 6, Venezuela en el 26 y México en el 38 superan abiertamente a los Estados Unidos en el lejano puesto 150. ¿Cómo explicar esta paradoja?
Hay muchas formas de hacerlo. La primera, tiene que ver con el hecho de que nuestras cosmovisiones del mundo aún siguen siendo pre-modernas, mitológicas y mágicas. Nuestras sociedades se han acostumbrado a sobrevivir desde la precariedad, haciendo del ideal de progreso y desarrollo tecnológico e industrial un asunto completamente subalterno. Históricamente, somos sociedades atascadas en el tiempo y con un comportamiento circular veleidoso casi indiferente a metas de futuro.
El día a día define una actitud vitalista desaprensiva y carente de un mínimo de sentido y trascendencia, salvo que esté asociado al acto secular de la procreación y al cobijo de la tribu familiar en ámbitos cerrados. Lo público se transita desde la desconfianza y el desinterés, o en todo caso en la búsqueda del aprovechamiento ilícito de los bienes sociales, es decir el negocio. La vida se torna en fiesta y en acto lúdico perenne. Disfrutamos de una forma enardecida y casi sin pausas para no reconocer los defectos que nos rodean, las carencias que nos aprisionan y para no emprender las decisiones heroicas que implican sacrificio y renuncia.
La vida se reduce al consumo y la fiesta, y si alguien pone en duda esto veamos el calendario de festejos, puentes y asuetos que se suceden invariablemente todos los años. Y si estos llegasen a faltar cualquier pretexto es válido para celebrar y disfrutar.
Obviamente que una sociedad desestructurada con instituciones frágiles y gobiernos irresponsables son consustanciales a ésta manera de ser.
Ya es hora de aprender a vivir con un mínimo de responsabilidad individual y colectiva. La fiesta, lo lúdico, no pueden representar la máscara que encubre y disipa nuestros continuos fracasos en producir los necesarios equilibrios que toda sociedad exitosa ha logrado transitar. La pobreza material nos condena a llevar vidas indignas y desde la desesperación. Entre Finlandia y Colombia me decanto por la aburrida prosperidad de los primeros.