Se nos fue Mancho
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De Herman Roo Gómez (Mancho), puede decirse que si hubiera muchos pero muchos más venezolanos como él Venezuela sería el país que tanto deseamos, el que pensábamos que íbamos a lograr hace sólo hace unos años y ahora vemos cómo lo estamos perdiendo.
Mancho fue un hermano para mi. Apenas me llevaba unos seis meses. Como a mi madre se le habían secado los pechos a los pocos días de mi nacimiento, Inés, su madre me alimentó con la misma leche que le daba a él. Nuestra amistad se mantuvo constante por más de setenta y tres años.
Compartimos tantas cosas: la lucha por la honestidad, el sentido de responsabilidad que queríamos que todos tuvieran, aunque pudiesen considerarse utopías. Junto con muchos de nuestros amigos, nos unió el amor por la música, la cultura, el arte, el lenguaje, la gastronomía, el buen vino y, sobre todo el valor de la autoestima.
Es mucho lo que Venezuela le debe a Mancho y un grupo homogéneo de ingenieros y profesionales que trabajaron con él para desarrollar todo el potencial hidroeléctrico del país. Mancho fue parte de Guri, desde sus inicios. Empezó viviendo, junto con Sonya, en una casa rodante a orillas del Caroní. Vio la culminación de la gran obra de la democracia. Fue puntal de Edelca durante todo el tiempo en que la empresa estuvo a salvo de la politización que ahora la está acabando. También estuvo involucrado en proyectos de represas y su competencia en ese campo hizo que lo invitaran a todas las conferencias internacionales sobre esa materia.
Desde la creación de la Fundación Anala y Armando Planchart, desempeñó un papel muy importante en su Junta Directiva. Ese papel lo ha asumido ahora su hijo, Herman Roo Groening, quien está dotado de todas las virtudes de su padre.
En sus últimos meses de vida nos acompañó en los foros de los jueves en Venezuela Analítica Premium en los que se discutían, con representantes de lo mejor de Venezuela, los grandes problemas que estamos obligados a enfrentar día a día, expresando nuestra voz de venezolanos que no queremos perder nuestro país.
Luchó, mientras pudo, y con todas sus fuerzas, contra la enfermedad que se lo llevó en dos meses. Fueron varios los conciertos que compartimos cuando ya sabía que estaba sentenciado. Recuerdo un recital de Carlos Urbaneja, en la Quinta Anauco. Mancho disfrutó en toda su plenitud la excelente interpretación de la sonata opus 111 de Beethoven. Después del recital fuimos a almorzar, en Da Guido, Mancho y su esposa Sonya, mi esposa Carlota Emilia y yo y nuestros nietos Carlos Luis e Ignacio. Me pegó muy duro lo que dijo Mancho al ver a Carlos Luis e Ignacio sentados al lado mío. Sus palabras fueron: “Cuánto te envidio, Carlos Armando, yo no podré compartir con nietos de la edad de los tuyos”.
Mancho deja una digna y bella familia: Sonya, su eterna e inseparable compañera; sus hijos Herman e Isabel, herederos de su honestidad; sus hijos políticos Anacaro y Juan, sólidos miembros del clan Roo; su bella e inteligente nieta Federica. ¡Vaya para ellos mi abrazo fraternal!
Termino con la mancheta que publicó diario El Nacional cuando murió Armando Planchart, aplicable a Mancho: ¡Es como morir dos veces cuando muere un hombre bueno!
Caracas, 24 de noviembre de 2009.