Cipriano Castro y Hugo Chávez: a los curas detestamos
– Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea: quizá podrá ser que la
hallemos despierta.
— ¿A qué palacio tengo de guiar, cuerpo del sol —respondió Sancho—,
que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña?
—Debía de estar retirada entonces —respondió don Quijote— en algún
pequeño apartamiento de su alcázar, solazándose a solas con sus
doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.
(…) Guió don Quijote, y habiendo andado como doscientos pasos, dio con
el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció
que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del
pueblo. Y dijo:
—Con la iglesia hemos dado, Sancho.
Miguel de Cervantes y Saavedra
Tanto Castro como Chávez tuvieron temprana cercanía con los curas y la
religión católica; el primero realizó estudios en el Seminario de
Pamplona, el segundo sirvió de monaguillo en su natal Sabaneta, ambos
tuvieron en su adolescencia inclinaciones sacerdotales al decir de
biógrafos y allegados. Sin embargo, circunstancias personales y
familiares, conveniencias políticas o posiciones ideológicas, según el
caso y los personajes, los llevaron a toparse con la Iglesia, sus
clérigos y autoridades.
En lo concerniente a Castro, recordemos que sufrió cárcel por haber
atentado contra la seguridad física del Presbítero Cárdenas y de su
familia cuando salió en defensa del honor de una de sus hermanas,
mancillado por un familiar del sacerdote. García Ponce nos refiere
los hechos:
“Como es típico de los galanteadores. Cipriano era muy buen protector
de sus hermanas: Y lo demostró cuando su hermana Florinda entabló
amores con Juan Alberto Cárdenas. Sucedió que Juan Alberto preñó a
Florinda durante el noviazgo, razón por la cual la familia Castro
emplazó al novio a casarse cuanto antes. El sacerdote se opone, a
causa de una obligación pendiente entre los hermanos en relación con
el futuro reparto de una herencia, pero es tanta la insistencia de los
Castro que al fin el novio Juan Alberto acepta el matrimonio. El día
de la boda, para sorpresa de todos, el novio no se presenta, y aduce
una enfermedad como excusa. Cipriano se entera que es mentira y de que
Juan Alberto está escondido en la casa del sacerdote. Se dirige allí,
pero en el camino se atraviesa otro hermano Cárdenas. Pedro Pablo, y
Cipriano lo hieren con un tiro de revólver. Es detenido y llevado a la
cárcel…”. (García Ponce, 2006, 18 y 19).
Años después de la cárcel, del exilio, del primer alzamiento y del
nombramiento de Castro como Gobernador de la Sección Táchira, un hecho
en el que ve envuelto nuevamente el Presbítero Cárdenas vuelve a
incidir en la vida – esta vez política – de Castro. Uno de sus
seguidores, Marcos Ángulo, atropelló y golpeó con arma blanca al
Presbítero Cárdenas en el Mercado de San Cristóbal, circunstancia que
avivó la ira del Párroco de San Sebastián y Vicario de San Cristóbal,
José Concepción Acevedo, quien ordenó la clausura de todos los templos
de la ciudad en respuesta a la agresión sufrida por su
correligionario. Asimismo, el insurrecto prelado le quitó los badajos
a las campanas, consumió las especies consagradas dejando en el
desamparo a los otros curas de la Vicaría, reclutó al Padre Gabriel
Gómez para la rebelión y partió a Maracaibo por considerar que el
clero no tenía garantías en el Táchira para ejercer su alta misión.
Este hecho, nimio en sus orígenes, concitó, sin embargo, el interés de
las más altas instancias gubernamentales y eclesiásticas, motivó tanto
airadas protestas por parte de los feligreses que apoyaban a los curas
como solidarios manifiestos a favor del Gobernador Castro. Finalmente,
el asunto fue zanjado con la pronta intervención de Pérez Limardo,
Provisor del Obispado, quien el 25 de mayo le escribe al Vicario de
Tovar informándole que los sacerdotes rebeldes Acevedo y Gómez están
en su casa, ordenándole además que “los curas del Táchira que estén
por ahí, que retornen inmediatamente a sus parroquias, a tranquilizar
la calma con el mejor cumplimiento de sus deberes ministeriales”. Como
vemos Castro, el Gobernador, se topó muy de frente con la Iglesia.
Como quien se topa dos y más veces con el mismo pedrusco en el camino
de su propia gloria, Castro volvió a enfrentar a la Piedra que era
Cristo. Esta vez fue en plena campaña restauradora. De nuevo dejemos a
García Ponce narrar los hechos y su desenlace:
“Sucedió durante el mes de julio de 1899, cuando la ofensiva
castrista se encontraba un tanto empantanada, no había caído San
Cristóbal (…) Surge entonces la idea de intentar un cese de
hostilidades. El padre Jesús María Jáuregui Moreno (1848 – 1905) se
ofrece para servir de intermediario entre el jefe oficial, Antonio
Fernández y Castro. Éste ha convenido, en conversación con el
sacerdote, en que acepta un armisticio, mientras Jáuregui y un
delegado que él nombre viajen al Centro y sondeen algún arreglo, pero
que en todo caso, si en verdad no hay ningún movimiento en su respaldo
en el resto del país, él accedería a concertar un tratado que pusiera
fin a las hostilidades. Jáuregui al parecer, en camino hacia el
campamento de Antonio Fernández, le comunica a Castro que ve como
inútil esa comisión y lo que se impone es aceptar ya el cese de las
hostilidades. Castro estalla y cubre de improperios a Jáuregui, lo
llama espía, traidor, abogado del gobierno, le argumenta que era
apenas un mediador sin opinión y que ahora se presentaba como si fuera
el jefe del ejército enemigo (…) Pasado el tiempo, el 13 de julio de
1900, se descubre en Maracaibo un conato revolucionario de tendencia
mochista y a Monseñor Jáuregui se le lleva a prisión, acusado de ser
uno de los conspiradores. Es encerrado en al Castillo de San Carlos, y
en agosto se le expulsa del país. A Roma llega el 19 de diciembre.
Sigue su labor cristiana, ejerce cargos de la jerarquía católica en
México, Paris y Roma, escribe e ingresa en el Convento de los
Carmelitas Descalzos de Monte Carmelo. Más nunca volverá a Venezuela,
porque muere en el destierro, el 6 de mayo de 1905”. (García Ponce,
2006, 39 y 40).
El próximo conflicto de Castro con la Iglesia Católica tiene que ver
con sus políticas gubernamentales favorables al divorcio y con una
concepción cada vez más laica de la educación y evolucionista de la
ciencia. En relación con el patrocinio del divorcio civil por Castro,
Rodrigo Conde señala:
“La ley del divorcio fue la continuación de las reformas de la
legislación civil iniciadas por Guzmán Blanco en 1893. Si éste al
establecer el matrimonio civil no se atrevió con el divorcio, Cipriano
Castro lo hará, precisamente para demostrar que su poder era más
fuerte que el de la Iglesia. Al haber eliminado toda oposición
interna, cuya última escaramuza fue la batalla en Ciudad Bolívar en
1903, Cipriano Castro se siente con suficientes fuerzas para
establecer una serie de cambios en las leyes, entre los cuales está la
reforma constitucional y la del Código Civil. El Gobierno pensaba que
convenía al progreso social de Venezuela continuar con la reforma de
la legislación y establecer la ley de divorcio, a ejemplo de algunos
países europeos y siguiendo la influencia de las ideas positivistas.
Las discusiones fueron muy pocas y el 28 de marzo de 1904 fue aprobada
dicha ley por el Congreso Nacional. El presidente Castro la ratificó
el 9 de abril del mismo año”. (Conde, 2005, 121).
Por supuesto que la discusión y aprobación de esta ley comportó
desencuentros con la Iglesia Católica; el más significativo de ellos
tuvo lugar con los Capuchinos de Maracaibo, quienes a través de
diferentes homilías y escritos manifestaron su rechazo a la ley de
divorcio. Castro reacciona vivamente, ordenando al General Régulo
Olivares agenciar la inmediata salida de todos los Capuchinos de
Maracaibo y su traslado inmediato a Caracas. Ante la negativa de los
sacerdotes franciscanos de someterse a la decisión presidencial,
Castro ordena a Olivares, como ya va siendo costumbre, hacer preso al
superior de Maracaibo y a todos los cofrades de la Orden, y
expulsarlos inmediatamente del país.
Castro intento también manipular políticamente a las autoridades de la
Iglesia para contar dentro de ella con firmes e incondicionales
obispos a su causa restauradora. Nuevamente Rodrigo Conde, acucioso,
precisa:
“Pero al lado de la prudencia inicial del presidente, aparece más
tarde un Castro que intenta mantener sujeta la Iglesia a sus propios
fines. En este sentido es el nombramiento de Ramón González, párroco
de Petare, como Obispo de Barquisimeto por parte del Gobierno. Este
sacerdote había conseguido el nombramiento a base de adulancias y su
categoría moral no era la más adecuada. Lógicamente no fue aceptado
por la Santa Sede lo que ocasionó las molestias del Gobierno (…) Esta
segunda política castrista frente a la Iglesia no fue de persecución
frontal, como había sido en tiempos de Guzmán Blanco, pero quizás el
rasgo más característico fue el de aupar a los sacerdotes que al
principio de su gobierno había combatido, en el incidente de la
sucesión de Mons. Uzcátegui. Este grupo de sacerdotes no eran ni mucho
menos los más edificantes del clero y ante todo buscaban el ascenso a
través de las influencias políticas. Este grupo estaba liderado por el
canónigo Arteaga y secundado por el Pbro. Fránquiz. El presidente
asumió con fuerza los postulados de este grupo y solicitó la
candidatura episcopal de Arteaga para la recién creada diócesis de
Carabobo. A este fin incluso propuso la modificación de los límites de
las diócesis trasladando la sede de Barquisimeto a Valencia. Tres años
sostuvo esta propuesta ante la Santa Sede, hasta que abandonó el poder
en 1908. Con Cipriano Castro ésta era la situación de la Iglesia en un
gobierno lleno de anticlericales. Los discursos y cartas en alabanza a
Castro por algunos sacerdotes llevan incluso a varios clérigos a
proclamar la entrega total de la Iglesia al Gobierno civil en todos
los casos de nominación de obispos, declarando a Castro como Patrono
de la Iglesia de Venezuela prometiéndole fidelidad. Incluso le indican
que debe usar todos los medios y recursos para someter a los obispos”.
(Conde, 2003, 180).
Sin embargo, no todo fue negativo en la relación de Cipriano Castro
con la Iglesia Católica: “las autoridades eclesiásticas reconocen sus
buenos oficios durante la grave crisis que sacudió a la cúspide de la
Iglesia Católica en Venezuela con motivo de la enfermedad y estado de
locura sufrida por el Arzobispo Críspulo Uzcátegui (1854 – 1904),
hasta que su muerte abrió paso a la designación de Juan Bautista
Castro (1846 – 1915). También, Castro había derogado el decreto de
tiempos de Guzmán Blanco que prohibía el funcionamiento de los
seminarios en el país”. (García Ponce, 2006, 40).
En lo que respecta a Hugo Chávez hay que señalar que su actitud ante
la religión es ambigua, por un lado, se confiesa decididamente
cristiano, portador de crucifijo y escapulario que gusta mostrar e
invocar, y por el otro, se declara profundamente anticlerical y ataca
sin compasión a la Alta Jerarquía de la Iglesia Católica cada vez que
ésta se pronuncia en contra o critica alguna medida gubernamental.
Esta reiterada actitud del Comandante Chávez llevó a la Conferencia
Episcopal Venezolana a dirigirle en el año 2000 una Carta Abierta al
Presidente de la República, en la que expresaba su profunda
preocupación por los constantes ataques verbales del Primer Magistrado
en contra de la Jerarquía Católica. En esa ocasión el Episcopado
exponía:
“Por ello, los integrantes de la Presidencia de la Conferencia
Episcopal sentimos el deber de conciencia de hacerle, con toda
sinceridad y respeto, las siguientes consideraciones a la luz del
Evangelio de ese mismo día: «Si he faltado al hablar, muestra en qué
he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿Por qué me
pegas?»(Pasión según San Juan) (…) Acudimos al género de una «carta
abierta» porque se trata de asuntos que han sido ventilados
públicamente y porque desde la Presidencia anterior de la CEV no ha
sido posible establecer un diálogo directo e institucional con el
Primer Magistrado (…) Reiteramos la solicitud de una audiencia para
continuar avanzando en un diálogo constructivo que establezca las
bases de un discurso basado en la verdad y el mutuo respeto. Que Dios
y la Virgen lo bendigan”.
En 2001, luego de la detonación de veintiocho artefactos explosivos en
diferentes templos del país, el Cardenal Velasco tomó la decisión de
cerrar por tres días todas las iglesias católicas venezolanas.
El conflicto con la Iglesia Católica se agudizó en la confusa
oportunidad del Golpe de Estado o del Vacío de Poder que se generó el
11 de abril de 2002, luego de la renuncia del Presidente de acuerdo
con lo anunciado en cadena de prensa nacional por el entonces Ministro
de la Defensa en funciones. En esa oportunidad, tanto el Cardenal
Ignacio Velasco como Monseñor Baltasar Porras jugaron papeles
protagónicos en los tres días decisivos de aquel mes de abril. El
retorno de Chávez a la Presidencia de la República estuvo marcado por
palabras de cristiano arrepentimiento, por besos al crucifico y por
firmes promesas de consideración y tolerancia hacia sus opositores.
Poco duro el propósito de enmienda de Chávez, a los días estaba otra
vez utilizando toda su verborrea para atacar sin piedad al Cardenal y
a la Conferencia Episcopal Venezolana, en especial a Monseñor Baltasar
Porras.
El asilo del dirigente estudiantil de la Universidad de Los Andes
Nixon Moreno en la Nunciatura Apostólica avivó todavía más el discurso
anticlerical del Presidente Chávez, al Cardenal, a los Obispos sumó
ahora al Nuncio de su Santidad en sus agudas críticas a la Iglesia
Católica.
A continuación citamos parte de una intervención de Chávez luego de
regresar de un viaje a Rusia y enterarse de la férrea oposición de la
Iglesia al proyecto de reforma constitucional promovido por él y sus
aliados en la Asamblea Nacional:
“Fíjense ustedes, la jerarquía católica, ¡caramba! En el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. ¿Hasta cuándo van a seguir
ustedes, Monseñor? ¿No se dan cuenta del daño que le hacen a la
Iglesia Católica? Yo llegué hoy viendo la prensa. Dicen que se reúnen
los obispos. Y salen los voceros de monseñor, y el otro, diciendo que
están preocupados porque la Constitución se está reformando en un
conciliábulo secreto, una cosa así. ¡Qué cosa tan absurda! Monseñor,
usted sabe la verdad. Que ahora es cuando, para poder reformar aunque
sea una letra, bien sea porque el Ejecutivo lo propone, o la Iglesia,
las corrientes sociales o cualquier corriente política lo proponen,
pueden recoger firmas. ¿Usted no sabe Monseñor? Yo creo que es que no
se han leído la Constitución los monseñores. Vamos a mandársela en
latín, será. Ellos deben leer latín. ¡Cómo me defraudan a cada rato!
Me defraudan, porque yo sí soy católico, claro, cada día soy más
cristiano, yo cada día estoy más alejado de la jerarquía católica,
porque me parece que hay un cinismo tan grande en la jerarquía
católica, que uno siente repulsión de verdad,. Entonces me quedo con
quien hay que quedarse siempre: mi Cristo, mi Señor, con él hasta la
muerte. Razón tenía mi abuelita: “¡Cuidado con los curas!” me decía.
Cuando ella me veía de monaguillo: “¡Ay! hijo ¿qué es eso de
monaguillo? ”Monseñor, monseñores, lean la Constitución por el amor de
Dios, si es que lo hacen por ignorancia, reflexionen. Ahora, si lo
hacen por perversión, deberían quitarse la sotana. No merecerían
llevar la sotana, ni ser monseñores de la Iglesia Católica, ni de
ninguna iglesia que hable de la moral, de los valores. ¿No saben
ustedes, monseñores, que para reformar aunque sea una letra de la
Constitución, ahora por primera vez en nuestra historia, hay que ir a
un referéndum nacional?, ¿No saben, monseñores? Bueno, si es que no lo
saben, yo se los digo. Ustedes parecen o son ignorantes, o son
perversos, o son unos pervertidos, pues. Mentirosos, engañadores. Me
refiero a los que dan la cara, porque hay otros que están en silencio,
pero como dicen: “El que calla otorga”. A mí me da tristeza ver a
estos obispos de nuestra Iglesia Católica mentir, pero mentir con la
cara bien lavada. Mírense en el espejo, por el amor de Dios, vayan a
rezar 100 padrenuestros y 100 ave marías de penitencia porque terminan
siendo como los politiqueros y da tristeza llegar a obispo para
terminar siendo un mentiroso, un politiquero, un manipulador”.
Al igual que Castro, Chávez cuenta con un conjunto de sacerdotes
católicos -además de pastores evangélicos – que apoyan su proceso
revolucionario. Es clara y notoria la presencia de cristianos
evangélicos en su equipo de gobierno y el apoyo financiero que el
gobierno le ha ofrecido a diferentes iglesias no católicas. Incluso ya
existen iniciativas en marcha para instituir una Iglesia Bolivariana.
En 2008, la prensa venezolana difundía la siguiente noticia para
estupor de la Conferencia Episcopal Venezolana:
“Un grupo de sacerdotes y feligreses católicos creó la Iglesia
Reformada de Venezuela, que declaró su respaldo al presidente Hugo
Chávez y a su proyecto político bolivariano, informan medios de
prensa. La Iglesia Reformada dijo que nacía en contraposición a la
Iglesia católica tradicional y que estará formada por sacerdotes
católicos y luteranos que aceptaron el reto de formar en el país una
nueva Iglesia con un “fuerte espíritu” bolivariano y en contra del
imperio norteamericano. El grupo dijo estar presente en el país desde
hace un tiempo, bajo la dirección de Leonardo Marín Saavedra, primado
de la Iglesia anglicana latinoamericana, procedente de Canadá, y Jon
Jen Siu García, obispo electo coadjuntor y hasta hace poco párroco de
la iglesia Santa Lucía en Ciudad Ojeda, en el estado Zulia. Marín dijo
que forman parte de una Iglesia tradicionalista, en las mismas
condiciones jerárquicas y de credo que la Iglesia católica, salvo que
su compromiso es con los pobres. “Estamos aprendiendo a mirar a las
clases bajas como lo hace el presidente Hugo Chávez, quien se ha
preocupado por atender sus necesidades. Estamos luchando contra la
explotación y el imperio estadounidense”, afirmó. Los representantes
expresaron su apoyo absoluto al proyecto socialista bolivariano y su
rechazo a los imperios y al capitalismo. Asimismo, dijeron contar con
la solidaridad de parte del gobierno de Chávez”.
Como si el siglo no hubiese transcurrido y los actores fuesen los
mismos, García Ponce comenta que: “según la opinión de Monseñor
Baltazar Porras, la primera Conferencia Episcopal realizada en
Venezuela, convocada por el arzobispo Castro, en 1904,”se realizó en
un ambiente nada fácil, de suspicacias y tensiones por parte del
Gobierno”, y produjo la Instrucción Pastoral del Episcopado
Venezolano, el primer gran documento de la Iglesia desde los tiempos
coloniales”. (García Ponce, 2006, 40).
Capítulo del libro: Cipriano Castro y Hugo Chávez: dos caudillos de postín.