Tiempo de cosecha
“Los que siembran con lágrimas cosechan con cantos alegres.
Al ir iba llorando llevando el saco de la semilla; al volver vuelve cantando trayendo las gavillas” (salmo 126).
¡Con qué ilusión y esperanza la mayoría del país confió en Chávez y su proyecto! Para muchos él encarnaba el repudio de todos los males políticos y sociales de Venezuela y la redención y reivindicación de las humillaciones y negaciones acumuladas a lo largo de los siglos. Luego, Fidel encandiló a Chávez, que como un adolescente se enamoró a ciegas de Cuba y su modelo fracasado. Y empezó la siembra. Han pasado 14 años –3 períodos de gobierno de los de antes – con fabulosos ingresos petroleros nunca vistos…
Ahora es tiempo de cosecha de lo sembrado y, con estupor y amargura la gente va viendo que los campos están estériles, los graneros vacíos y la fuente de dólares con poca agua para las promesas. ¿Por qué la cosecha es tan escuálida? ¿A dónde se fueron los recursos y en qué tierra se sembraron los sueños?
Estamos viviendo lo contrario de lo que dice el salmista al comparar el regreso jubiloso del exilio judío en Babilonia con la cosecha: la boca se les hace risa y los pies bailan de alegría. En Venezuela: los tiempos de siembra fueron de júbilo – no de trabajo creativo-, de ilusiones y de promesas, de un “hombre nuevo”, de felicidad y amor “socialista”…Con tanta alegría y encandilamiento, se dieron al baile y ahora, en tiempos de cosecha, vivimos la tristeza, el vacío y la frustración, pues los campos están yermos y la tierra reseca.
¿Qué pasó? Que en tiempo de la siembra no se sembró, sino que se cultivaron ilusiones en las nubes, mientras que en la realidad se escogía el falso camino con un modelo sociopolítico fracasado sin excepciones. Con la lotería del petróleo a 100 dólares el barril, se creían ricos para distribuir, gastar, robar y regalar. El país más rico de América, dirigido genialmente por un líder tan visionario como Bolívar y de tan buen corazón como Jesucristo.
Ahora no hay más alternativa que sincerarnos con nuestra realidad, por dolorosa que sea. Ver de frente los hechos de corrupción multimillonaria, la improductividad y pérdida en toda empresa estatizada, la violencia y el cultivado enfrentamiento entre venezolanos: son buenos los que están conmigo y malos y vendidos al imperio los que piensan distinto.
Se persiguió a los productores, pues es mala la ganancia y en el modelo estatista-socialista no hay lugar para sus empresas; mejor se van para otro lado… Se despreció a la educación de calidad en todos los niveles, se empobreció al educador y se sembró día y noche con ambas manos la división, el enfrentamiento, el odio… Lógicamente esa siembra trajo esta cosecha: hoy la vida peligra y nos faltan dólares, inversiones, miles de nuevas iniciativas empresariales, trabajo productivo “decente” con salario que no se coma la inflación, decenas de miles de escuelas de primera en los sectores más pobres, clínicas y hospitales públicos de calidad y un régimen de seguridad social equitativo y sostenible. Esas aspiraciones eran, y son, nuestros objetivos legítimos. El problema no viene de la sustitución de Chávez por un discípulo incapaz, sino de la siembra errada de un modelo estatista, con imposición de una ideología reaccionaria, esterilizante y productora de miseria y de falta de libertad.
Nuestra democracia anterior tenía gravísimos problemas y necesitaba una sacudida, pero la solución no va por este modelo. Ahora – más allá de las impaciencias emocionales actuales- gobierno y oposición deben sincerarse con el país, llamar a cada cosa por su nombre, identificar los diez cambios claves que abren la puerta a todos los demás. Lo más importante y difícil es reconocer el error, reconocerse mutuamente, admitir que la mitad que le falta a cada lado está en el otro lado y viceversa, por lo que ninguna de ellas puede gobernar ni desarrollar el país exitosamente. Para jugar en equipo con jugadores a los que hemos descalificado del modo más brutal, es imprescindible la valoración humana del adversario, reponer el orden constitucional violado y retomar sus claves democráticas en igualdad de condiciones para todos. Cuanto más tarde el Gobierno en admitir su error y reconocer a la mitad nacional desechada como “derecha fascista”, peor le irá y el sufrimiento del país irá en aumento. Y que nadie en la oposición se haga la ilusión de que su media mitad podría gobernar exitosamente, sin reconocer y sumar a la otra.
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