De una brevísima utopía
Paradójicamente, nada más aparticipativo y secundario que una democracia que se dice de participación y protagonismo. De apenas diez, las disposiciones constitucionales cruzan el umbral de una banalidad mítica y, ello, porque temas de tamaña trascendencia como la educación resultan destrozados por ese mundillo de estrategas de un poder que se desea por siempre prolongado.
Y es que, a los señalamientos realizados por legos y especialistas sobre la materia, sentimos la angustia de otros que pudiésemos aportar, con el seguro perfeccionamiento de los entendidos. Vale decir, si fuese tal el debate, democrático y productivo, nos sentiríamos plenamente representados por aquellos que esgrimieran un sueño parecido.
Por lo pronto, de un lado, deseamos una escuela que reivindique la lectura como su herramienta fundamental, porque goza de todo el desprestigio que cabe en una sociedad también ganada por el imperio iconográfico. Decimos de un instrumento vital que no puede simularse con las esporádicas campañas de lectura interesada o ideológicamente interesada, porque el requerimiento es tan esencial como el resto del equipaje biológico y espiritual que nos caracteriza.
Igualmente, por otro, el de incorporar masivamente al estudiantado a todos los servicios médico-odontológicos indispensables, sobre todo en los sectores más desfavorecidos. Iniciativa que debe incluir la prestación urgente de psicólogos y psiquiátras que ayuden en todos los sectores sociales a superar los dramas ocultos, hogareños y de distintos bemoles que hoy están sumergidos en medio de la ya larga crisis que nos aquewja como pueblo.
Finalmente, llevar la música y el ajedrez a las aulas, permitiendo que motiven a toda la muchachada en el intento – por lo demás, no menos urgente – de descubrir y aprovechar las vocaciones naturales. De sensibilidad y reflexión se teje el camino de sí mismo, reencontrándose la escuela en los senderos de un optimismo sensato al que tenemos absolutamente derecho.