Los años perdidos
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Pocos espacios de la ciudad muestran con tanta crudeza la decadencia en la cual desde hace años se hunde nuestra capital como la avenida Urdaneta. A lo largo de ella se localizan la mayoría de las más altas instituciones del poder público nacional, incluida la Presidencia de la República, y buena parte de las dependencias centrales de las mayores instituciones financieras del país; sin embargo sus aceras, orgullo de la Caracas de 1950, hoy son una auténtica vergüenza: más allá de la suciedad fosilizada y la sustitución del diseño original por un vasto muestrario de chapucerías, de la basura en exhibición permanente y la ineludible persistencia de los malos olores, de su transformación en estacionamiento cuando no pista de motocicletas, se perfila el patético paisaje humano en el continuo desfile de indigentes, niños de la calle y petardistas de todo pelo. Pero una mirada más amplia y profunda sobre la ciudad muestra un panorama aún más preocupante: las escuelas públicas, ejemplo de la importancia que en otras épocas el Estado daba a la formación de las nuevas generaciones, se caen a pedazos; el tráfico enfrenta una parálisis creciente mientras el transporte público, incluido el Metro, se convierte en auténtica pesadilla para la población de menores ingresos; el espacio público se hunde en el deterioro sin que la erradicación de los buhoneros véase Sabana Grande- baste para su recuperación y los barrios de autoconstrucción siguen creciendo en densidad pese a las advertencias acerca de un cataclismo cada vez más próximo.
Al lado de este naufragio emerge el espléndido renacimiento de muchas otras ciudades latinoamericanas que hace dos o tres lustros se daban por desahuciadas y hoy en cambio se ex-hiben como ejemplos de buen gobierno urbano. Pero también la comparación con otras ciuda-des venezolanas nos obliga a preguntar qué le ha pasado a Caracas: la desquiciada arremetida contra la Alcaldía Metropolitana sugiere que la clave de semejante desastre estaría en el encono de una autocracia que no logra someterla. Por ello cualquier estrategia para recuperar los años perdidos pase necesariamente por la cuestión neurálgica de la defensa y fortalecimiento de su autonomía, posible sólo con la movilización de los actores urbanos fundamentales alrededor de un proyecto compartido de ciudad.