Opinión Nacional

¿Qué es el socialismo? (Segunda parte)

La solución de las contradicciones en el capitalismo y en el socialismo de Estado. El Socialismo.

Ya en trabajo anterior citado, explicaba que la nueva forma de producción socialista había sido descubierta por Marx, en el régimen de trabajo de las cooperativas nacidas en el propio seno del capitalismo. Este sistema de producción elimina las contradicciones entre el capital y el trabajo y entre la producción social y la apropiación privada, en tanto que los propios trabajadores asociados, dueños colectivos de sus medios de producción, se auto sirven (la palabra explotan ya no cabe) de su fuerza de trabajo; administran democráticamente su gestión productiva y controlan y distribuyen el excedente.

Si de Economía Política estamos tratando y no de quimeras y utopías, el socialismo es por tanto la primera parte del nuevo régimen económico-social de producción, basada en el cooperativismo y la autogestión, llamado a sustituir al sistema de explotación capitalista, cimentado en el trabajo asalariado y la propiedad capitalista, privada o estatal. Este nuevo régimen, que ya no tendrá como propósito la producción de mercancías para obtener la ganancia, la plusvalía, en su desarrollo conducirá al comunismo, y la lógica de su Economía Política será distinta a la de la producción mercantil.

Los caracteres colectivistas, democráticos y libertarios que respectivamente portan las formas de propiedad, gestión, y distribución de las relaciones cooperativistas y autogestionarias, serán los que se proyectarán en las instituciones políticas, sociales, judiciales e ideológicas de la superestructura de la nueva sociedad; tanto como los caracteres privados, antidemocráticos y autoritarios inherentes a la propiedad, la gestión, y la distribución de las relaciones de producción asalariadas, se manifiestan en las instituciones políticas, sociales, jurídicas e ideológicas de su superestructura.

Guardando dichos caracteres, ya las formas y maneras específicas que asuman las organizaciones e instituciones políticas, sociales, jurídicas y otras de la conciencia social, así como los demás aspectos de la superestructura tendrían expresiones tan variadas como diversos serían la idiosincrasia, la cultura, la historia y el desarrollo económico de cada país; tal y como ocurrió en el capitalismo, que teniendo la misma forma de explotación en todas partes, sus maneras y entramados políticos y superestructurales fueron y son, muy diversos, pero manteniendo la esencia, el sello de sus caracteres sistémicos.

En consecuencia, pretender un “modelo” de estructura organizativa, estatal, política, jurídica o sociocultural, o un conjunto de normas que rijan la nueva superestructura socialista, sería tanto como intentar negar la rica diversidad de la humanidad. Algunos insisten en definir que serán sociedades humanísticas, libertarias, democráticas, inclusivas, etc., lo cual parecería una redundancia, toda vez que tales cualidades íntegramente -que siempre fueron propósitos del pensamiento revolucionario de todos los tiempos, convertidos en letra muerta en todos los regímenes prehistóricos de la humanidad- solo pueden manifestarse como fines y medios al mismo tiempo, a través del desarrollo y avance de la nueva sociedad basada en esas nuevas relaciones socialistas de producción que, como hemos visto, hasta ahora no han sido predominantes en ninguna sociedad.

C. Marx, en el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, señala: “Pero estaba reservado a la Economía política del trabajo alcanzar un triunfo más completo todavía sobre la Economía política de la propiedad. Nos referimos al movimiento cooperativo, y sobre todo a las fábricas cooperativas, creadas sin apoyo alguno, por iniciativa de algunos obreros audaces.

Es imposible exagerar la importancia de estos grandes experimentos sociales, que han mostrado con hechos, no con simples argumentos, que la producción en gran escala y al nivel de las exigencias de la ciencia moderna, puede prescindir de la clase de los patronos, que utiliza el trabajo de la clase obrera; han mostrado también que no es necesario a la producción que los instrumentos de trabajo estén monopolizados como instrumentos de dominación y de explotación contra el trabajador mismo; y han mostrado, por fin, que lo mismo que el trabajo esclavo, lo mismo que el trabajo siervo, el trabajo asalariado no es sino una forma transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría.” (7)

Este sistema, sustentado en la autogestión obrera, que Marx y Engels identificaron en múltiples ocasiones como la nueva forma de trabajo llamada a sustituir el régimen asalariado, fue también la que señaló Lenin en 1923, como la vía para avanzar en el socialismo, en su último e importantísimo trabajo teórico relativo a la construcción socialista: “Sobre la Cooperación” (8).

Si en 1864, hace casi siglo y medio, ya Marx reconocía que no eran necesarios los capitalitas ni el trabajo asalariado para la producción en gran escala, y lo mismo expresaba Lenin en 1923 en aquella Rusia atrasada y destruida, no parece sostenible hoy el argumento de que el capitalismo (de Estado o el que sea) sigue siendo necesario para desarrollar las fuerzas productivas, toda vez que salvo las sociedades tribales selváticas que todavía quedan en África y en algunas zonas americanas y asiáticas, en el resto del mundo existen, por lo menos, niveles medios de capitalismo. Tales presunciones parecerían más bien justificar ínfulas hegemónicas de individuos o grupos, cuando no visiones consumistas del nuevo régimen.

Tan cierto es que la autogestión obrera es el camino a la solución de las contradicciones del capitalismo, que muchas empresas capitalistas modernas emplean parcialmente el sistema autogestionario surgido en el cooperativismo, para evitar el paro obrero, procurar una mayor participación de los trabajadores en la gestión empresarial y, por esa vía, tratar de preservar el sistema capitalista, lo cual fue tratado en artículo ya citado.

Si las contradicciones fundamentales del sistema capitalista, se resolverán a través del trabajo asociado cooperativo -la Autogestión Empresarial Obrera y Social- y ya vimos que las contradicciones del socialismo de Estado neo-capitalista son esencialmente las mismas, no así sus manifestaciones, la lógica indicaría que la solución de sus contradicciones podría ser, de suyo, igual también, a partir de la autogestión obrera. Sin embargo, la práctica ha traído otros resultados.

Allí -caso típico URSS- donde el desarrollo del capitalismo estatal “socialista” se hizo absoluto, total, y degeneró a formas semi-feudales, evolucionó hacia el capitalismo clásico que significaba un paso de avance, por cuanto comportaba una liberación de las fuerzas productivas que el Socialismo de Estado neocapitalista constreñía. Cuando, como en China, el capitalismo de Estado evolucionó a su forma clásica con participación también de capitalistas individuales, la tendencia ha sido a la paulatina absorción del capitalismo estatal por el capitalismo nacional e internacional. Está por demostrar aún que el capitalismo de Estado, sea capaz de conducir al socialismo, lo cual, de acuerdo con la experiencia práctica hasta el momento, podría ser posible antes de que degenere a formas semi-feudales o sea devorado por el capitalismo nacional y extranjero.

Hay una diferencia muy clara entre la experiencia rusa y la china, de capitalismo de Estado: En la URSS el capitalismo de Estado “socialista” tuvo que fracasar para que se implantara el capitalismo clásico, en China lo implantó el propio socialismo estatal.

Se trata de que acabemos de entender que nunca en el socialismo anterior, llegaron a predominar las relaciones socialistas de producción basadas en el cooperativismo y la autogestión obrera y que se quedó estancado en el neo-capitalismo de Estado. Nunca se creó la base económica socialista. Esto fue así porque las Revoluciones políticas en Rusia y China que comenzaron las Revoluciones sociales con la expropiación a los expropiadores, no las culminaron al quedarse varadas en la concentración de la propiedad en el Estado y continuar aplicando el régimen de explotación asalariado, por lo cual no cambió la esencia de las relaciones de producción, no cambió la base de la sociedad al no socializar la propiedad y la apropiación. Aquel engendro resultante fue después erróneamente identificado, divulgado y aceptado como “socialismo”, no obstante las diferencias en los niveles de desarrollo, las idiosincrasias y las culturas de ambos países.

El mantenimiento y fortalecimiento del capitalismo estatal en el “socialismo”, fue el que impregnó a aquellos Estados “socialista”, a sus gobiernos y demás instituciones de sus superestructuras de sus enajenantes formas antidemocráticas, autoritarias y explotadoras.

Estas experiencias corroboraron una vez más en la Historia que las revoluciones políticas para hacerse irreversibles, deben cumplir ineludiblemente su ciclo social, pues de lo contrario se quedan en los marcos de la superestructura, que siempre tenderá a responder a la base -fuerzas productivas y relaciones de producción- sustento de la reversibilidad. Es imposible un nuevo modo de producción sin su nueva base. Son imposibles los paradigmas socialistas, sin las correspondientes relaciones de producción en su base económica.

El capitalismo de Estado, importado al socialismo con la NEP, fue concebido inicialmente solo como una necesidad temporal para sacar a Rusia del desastre de la guerra, la intervención extranjera y el comunismo de guerra, pero tanto se desarrolló y creció en lugar de las relaciones socialistas de producción -el cooperativismo y la autogestión- que las desplazó hasta llegar a imponerse casi totalmente. He ahí el germen de la debacle.

Luego de la muerte de Lenin, la concepción marxista y leninista, sobre el carácter cooperativista de las nuevas relaciones de producción socialistas, fue secuestrada y suplantada por la noción del neo-capitalismo de Estado ya analizada. Hubo cooperativas, sí, pero solo en la agricultura y limitadas en todo sentido, y se intentaron formas en línea con la autogestión, pero siempre obstaculizadas por el centralismo burocrático.

El único país europeo que avanzó a cambios importante en las relaciones de producción, en la base de la sociedad fue Yugoslavia, cuyo proceso autogestionario fracasó porque se violaron los principios mismos de la Autogestión Empresarial Obrera y Social, especialmente la democracia de la gestión y el carácter social de la autogestión, violaciones que estimularon las contracciones étnicas, regionales y religiosas de aquel Estado multinacional.

La Liga de los Comunistas de Yugoslavos (LCY) que primero apoyó la plena autogestión a nivel empresarial, no supo contrarrestar sus fuerzas centrífugas naturales con la autogestión social socialista (el cooperativismo visto como sistema social integral) capaz de promover precisamente la fuerza centrípeta que garantiza la unidad del conjunto. La LCY trató luego de remediar la situación imponiendo una mayor centralización que, en lugar de detener la desintegración, la aceleró y estimuló aun más las agudas contradicciones subyacentes en aquella complicada sociedad.

Esta experiencia es muy importante en tanto que ha permitido darle base científica a la noción de la autogestión social enunciada por los clásicos, como una combinación de la autogestión empresarial con la social.

El otro factor que torpedeó y ayudo a hundir la autogestión yugoslava fue el estrangulamiento a dos manos que escenificaron el Estalinismo y el Imperialismo. El primero aisló económica y políticamente a Yugoslavia del existente campo socialista, empujándolo al comercio y los créditos de Occidente, de lo cual el Imperialismo se aprovechaba para penetrar sus capitales y exacerbar las contradicciones internas que enfrentaba el novel sistema yugoslavo.

La experiencia del socialismo europeo, especialmente de la URSS que tomamos como modelo de análisis, demostró que la Revolución social no puede detenerse en ninguna fase y que mientras mayor sea la consolidación del capitalismo de Estado en el socialismo, mayores serán las dificultades que encuentre el avance hacia las formas socialistas de producción. Tal descarrío, resultó en un régimen mucho más contradictorio que el propio capitalismo, como ya vimos, y provocó también formas más antagónicas en la superestructura, como el totalitarismo, el abuso de poder, la superexplotación, el burocratismo aberrante, la represión, la corrupción generalizada y otras, razones por las cuales estaba destinado a desaparecer mucho más rápido que el propio sistema capitalista y derivar al capitalismo clásico.

El momento de reorientar el camino hacia relaciones socialistas basadas en el cooperativismo y la autogestión, en el caso de Rusia, lo señaló Lenin en 1923, un año antes de su muerte, en su crucial obra ya citada Sobre El Cooperativismo, pero para desgracia de Rusia y el socialismo mundial, el Partido Comunista dirigido por Stalin siguió el camino del fortalecimiento del capitalismo de Estado.

Cuando vino la debacle, el capitalismo clásico fue la opción a mano para aquellos pueblos, pero no porque fuera mejor que el socialismo que nunca existió, que nunca se probó, sino porque representaba algunas ventajas respecto al neo-capitalismo de Estado creído socialista, como ya se ha explicado. Aquellos trabajadores, agobiados por decenios de explotación y opresión política en nombre del “comunismo”, encontraron muchas dificultades para emprender el verdadero camino socialista pues no tenían el control necesario sobre el Estado ni sobre los medios de producción que, en su caso, intentó la perestroika en la URSS, pero que fue incapaz de concretar. Esta es una lección muy importante de aquella historia.

Fueron las contradicciones señaladas, las causantes sistémicas principales del desmoronamiento más, que las abundantes desviaciones políticas resultantes de aquellas, como la mala dirección, las “insuficiencias democráticas”, y otras razones, todas presentes, pero ninguna determinante. Toda esta sería una breve pero plausible explicación, desde el punto de vista de la economía política marxista, al desastre del “socialismo real” que, por mucho que quisiera ignorar las leyes de la producción capitalista, por basarse en la explotación del trabajo asalariado, se mantenía inevitablemente atado a ellas.

Si aquel desvarío basado en el control total del Estado sobre el capital, llevó al desastre a la Europa que pretendió el socialismo, en China el predominio mayoritario del control extranjero y privado sobre el capital, en relación con la parte que controla el Estado y donde el cooperativismo existe solo comunalmente en alguna regiones y es muy débil, está conduciendo a una forma más clásica de capitalismo de Estado, pero capitalismo al fin, donde además de éste, existen otros capitalistas privados nacionales y extranjeros que ya van siendo predominantes y se sirven de aquel y la larga tenderán, naturalmente, a devorarlo con la privatización creciente. “El desarrollo” que se aprecia en China, no es por tanto, el desarrollo del socialismo, sino el desarrollo del capital extranjero, privado y estatal, por ese orden, a costa de la explotación de los trabajadores y el pueblo chinos.

La reacción internacional ha presentado aquel desastre de los años 90 como consecuencia de la rebeldía obrera y popular contra el socialismo, para tratar de denigrarlo, cuando en verdad fue contra la desviación del socialismo y la más grande evidencia, en la segunda mitad del Siglo XX, de rechazo popular a la explotación y la conculcación de los derechos ciudadanos en que había degenerado aquel intento socialista devenido neo-capitalismo estatal.

Aunque el Imperialismo no lo entienda, no pueda entenderlo, ni tampoco muchos luchadores sociales que veneraron de lejos aquel ”socialismo” y, equivocadamente, crean que la caída del capitalismo de Estado “socialista” degenerado semi feudal sirvió para fortalecer el viejo régimen burgués, en verdad tal desastre fue más bien el anuncio del derrumbe total del sistema capitalista, casi cesariano en aquellos países, una clarinada, intangible testimonio de que la clase trabajadora moderna y los pueblos se cansaron de soportar la explotación y la falta de libertades, no importa su origen.

Como dijera el Presidente cubano Fidel Castro durante su última visita a Argentina, por el camino que va, al Imperialismo no debe quedarle más de medio siglo de vida. Quizás, pueda durar algún otro tiempo, su agonía, en la medida en que asuma la autogestión administrativa, una imitación parcial de la autogestión obrera, como vía para atenuar la contradicción entre el capital y el trabajo, que ciertamente solo resolverá la revolución que socialice los medios de producción y la apropiación.

Evidentes demostraciones de que vivimos la centuria final del sistema capitalista, las encontramos en la incapacidad de los partidos burgueses de la mayoría de los países del antiguo socialismo de Estado para estabilizar su pleno control y al propio régimen capitalista, la derrota político-militar norteamericana que se vislumbra ya en Irak, la agudización de todas las contradicciones del imperialismo que genera el incontrolable consumo de energía y sus consecuentes altos precios, el revés israelí en el Líbano, el desmarque de la política norteamericana en el Medio Oriente asumido por muchos de sus aliados, el rechazo al ALCA y al neoliberalismo en América Latina, el surgimiento de regímenes populares pro-socialistas en Venezuela y Bolivia que a su vez potencian el socialismo en Cuba, la aparición de gobiernos democráticos de izquierda antiimperialistas en varios países latinoamericanos y los crecientes movimientos masivos por reivindicaciones sociales y políticas en Estados Unidos, Francia, México, Ecuador y otros.

El propio avance acelerado del capitalismo en Rusia y China, a consecuencia del boom petrolero y de la explotación masiva de la mano de obra barata china por el capital internacional respectivamente, solo puede conducir en el mediano plazo a una mayor agudización de las contradicciones propias del sistema en su fase imperialista, lo cual se manifestará en nuevas y más constantes y agudas crisis económicas de superproducción y luchas por el control de los mercados y de las fuentes de materias primas.

Politólogos de la izquierda moderna escriben sobre la necesidad de un “nuevo socialismo”, la conveniencia de reformularlo y repensarlo, en la búsqueda de un socialismo “moderno”, del Siglo XXI, el del “futuro”, el “deseable” o el “posible”, buscándole mejores atributos a la forma de distribución, a sus instituciones democráticas y representativas, a sus leyes “más humanas”, a sus “libertades de creación, expresión y manifestación”, fenómenos todos de la superestructura, que en realidad se verificarán más por la práctica del perfeccionamiento de la nueva sociedad sobre su propia marcha, que por las construcciones ideales de mentes bienintencionadas o de las mejores plumas humanísticas. Algunos intelectuales han llegado a elucubrar sus “construcciones socialistas” fuera del marxismo, en banal ejercicio sibilino.

Muchas de estas “variantes” que concentran su atención en las bondades que debe presentar el “nuevo socialismo”, sobre todo en la esfera distributiva y sus alicientes libertarios, olvidan, desconocen –tal vez-, que las formas de expresión jurídica, política y social, están indisolublemente ligadas y determinadas por las relaciones de producción y propiedad que junto al desarrollo de las fuerzas productivas, constituyen la base sobre la cual se erige todo el andamiaje de la superestructura social y, particularmente, la distribución del excedente.

Las relaciones de producción en las que se basará el nuevo régimen, la Autogestión Empresarial Obrera y Social, el cooperativismo, anularán las irreconciliables contradicciones del capitalismo, porque los propios dueños colectivos y asociados de los medios de producción auto “explotarán” democráticamente su fuerza de trabajo y distribuirán el excedente, sistema de trabajo que sustituirá al “trabajo asalariado forma transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría.”

El objetivo del nuevo sistema no será ya la producción de mercancías, para obtener ganancias a través de la plusvalía, nacida del trabajo asalariado y realizada en el mercado. La lógica de la nueva organización productiva socialista, a la que se llegará a través de un proceso y no de golpe, se distanciará paulatinamente de la anterior, en la medida en que el intercambio de mercancías vaya siendo sustituido por el intercambio de equivalentes.

De manera que: ley del valor, trabajo abstracto, valor de uso y valor de cambio, mercancía, mercado, plusvalía, ley de oferta y demanda, ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y demás leyes y categorías de la economía mercantil, seguirán funcionando por tiempo indeterminado, mientras las relaciones de producción socialistas llegan a ser predominantes, pero se irán modificando hasta desaparecer en el traspaso del umbral del comunismo, que basará su sistema productivo en otros medios y fines, a los que corresponderán otras leyes y categorías.

Como el socialismo se irá consolidando paulatinamente por países y a escala internacional en la medida en que vayan predominando las relaciones socialista de producción (léase cooperativismo y autogestión), no parece probable ni científico definir desde ahora, cuándo sería posible considerar que se haya terminado de construir la primera fase socialista de la nueva sociedad, fenómeno que, de acuerdo con el análisis de los anteriores regímenes de producción, debería más bien ser considerado como un proceso en desarrollo, sin pretender tabiques infranqueables.

Una honesta distribución democrática del excedente, una verdadera igualdad que permita similares accesos a la cultura, la salud, la educación, el deporte, la recreación, y a una seguridad social efectiva; una auténtica igualdad ante la ley de las mujeres, las etnias, los religiosos y los discriminados por cualquier razón; una fidedigna democracia participativa que brinde a todos por igual posibilidades de ser electos para responsabilidades sociales; una real libertad de creación y expresión humanas solo son posibles en una sociedad de hombres libres, que no estén obligados a vender a nadie su fuerza de trabajo para vivir y resolver sus necesidades.

Tal sociedad irá apareciendo en la medida en que los medios de producción vayan siendo francamente socializados y primordialmente pertenezcan en propiedad o usufructo a los colectivos de trabajadores asociados, quienes se auto sirvan de su fuerza de trabajo y no ningún capitalista, sea individual o estatal.

Ciertamente, la nueva sociedad socialista sigue siendo hoy una intención. Lo ocurrido hasta ahora más bien serviría para explicar lo que no es socialismo, como muy acertadamente describe el Profesor Michael A. Lebowitz, en su reciente artículo ¿Qué es el socialismo?, casi de mismo nombre que éste (9). De manera que intentar teorizar sobre la Economía Política de la nueva sociedad, debe partir de las proyecciones que nos legaron los clásicos y precisamente de esas fallidas experiencias y de las que se mantienen en la contienda, todo lo cual permite solo ascendientes generales, a mi juicio.

Ese nuevo sistema socialista que armonizará los intereses de la sociedad con los de las regiones, los de los colectivos de trabajadores, los de los trabajadores mismos y con los de la naturaleza, es el único que puede salvar a la humanidad y a nuestro planeta de perecer a causa de la insaciable voracidad del imperialismo.

Los grandes problemas globales que enfrenta la humanidad, los múltiples problemas medioambientales, las enfermedades, la paulatina escasez de recursos no renovables, el hambre crónica de pueblos enteros, las migraciones incontrolables, la sustentabilidad, los choques de culturas y religiones, el terrorismo internacional y de Estado, el narcotráfico, las amenazas de guerras infernales, el armamentismo nuclear y de otras armas de exterminio masivo, un verdadero nuevo orden económico internacional, y las crisis de todo tipo, irán encontrando soluciones estables en la medida en que vaya avanzando, internacionalmente, el nuevo régimen económico-social socialista sobre las bases democráticas libertarias y colectivas que proporcionan la Autogestión Empresarial Obrera y Social.

Todas esas pandemias persistirán mientras existan el imperialismo y el régimen capitalista, cuya naturaleza sistémica los engendra, reproduce, facilita o simplemente ignora. Pretender su solución a partir de la buena voluntad de los grandes y pequeños poderosos para que cambien sus políticas, ha sido una de las tantas quimeras del complejo Siglo XX, y de las elites del Socialismo de Estado.

La fuerza de los trabajadores y los desposeídos, está en su número: usémosla. La unidad internacional de todos los trabajadores, en todos los países, su frente común contra el capital internacional, debe ser retomada. Impulsemos por todas las vías posibles, principalmente en el seno de los países capitalistas desarrollados, en sus masas de trabajadores la conciencia de que el régimen de explotación capitalista y especialmente sus grandes magnates, son los responsables directos o indirectos de todo el desastre que ya vive una parte de la humanidad y hacia el cual avanza el mundo. Ese régimen es el que hay que superar. La forma de iniciar y lograr el cambio ya es cuestión de las circunstancias históricas concretas de cada país, de sus trabajadores, de sus respectivos pueblos.

Simplemente hay que rescatar a Marx. La lucha por el “nuevo” socialismo autogestionario, colectivista, democrático y libertario, en el seno del Imperialismo, en las modernas sociedades capitalitas, es la clave para la solución de los grandes problemas de la humanidad. La globalización que no es otra cosa que la internacionalización y la concentración cada vez mayor del capital prevista por los fundados del Socialismo Científico (identificativo que algunos prefieren no usar) posibilita como nunca antes la unidad de las luchas contra el imperialismo entre los distintos destacamentos nacionales de la clase obrera moderna, los movimientos sociales y alter mundistas y las reivindicaciones de los países en desarrollo y más atrasados, teniendo como fin común la lucha por la autogestión social.

Solo una sociedad capaz de estructurarse sobre la base del predominio de las nuevas relaciones de producción asociadas, entendidas como el cooperativismo y la autogestión social, posibilitará la realización de todas las aspiraciones democráticas, libertarias, humanas y socialistas que las mentes progresistas de todos los hombres, en todas las épocas, han desarrollado como arquetipos de la humanidad y posibilitará superar todas las grandes contradicciones y retos que actualmente enfrenta la humanidad, derivados del capitalismo en su fase final.

Conseguir ese socialismo añorado por muchos, esos paradigmas sociales, pasa por la lucha consecuente, en todos los países, de todo el movimiento obrero, revolucionario y progresista, por el establecimiento paulatino del nuevo régimen social basado en el predominio de las relaciones socialistas de producción: la autogestión empresarial obrera y social.

Entonces, será el Socialismo y comenzará la verdadera historia humana.

Socialismo por la vida.

*El ensayo ¿Qué es socialismo? fue publicado por primera vez, hace tres años, el 29 de septiembre de 2006. Ahora, lo ponemos de nuevo a disposición de los lectores, con miras a las discusiones en el Partido y en la sociedad cubana sobre el socialismo que deseamos, convocadas por el Presidente Raúl Castro.

La Habana, 29 de septiembre del 2006

Bibliografía
7) C. Marx. Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores. OE. en tres tomos. T-II. Editorial Progreso. Moscú 1973
8) V.I. Lenin. Sobre la Cooperación. OC. T- XXXIII. Editora Política. La Habana.1964
9) Michael A. Lebowitz. ¿Qué es el socialismo? Publicado en La Haine el 11.08.06

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