Se puede ser tecnológicamente avanzado pero científicamente obsoleto
A principios de 2009, decidí actualizar mi computadora personal—en virtud de que mi conexión a internet aún era del tipo dial up—lo que no me permitía tener acceso a la banda ancha; y consiguientemente ver, grabar o up load o down load música en formato MP3, ni imágenes o videos digitales—ni ver televisión en vivo, en el monitor de mi computadora [que consistía de un CPU Intel III con unos 750 megabytes de memoria RAM, un disco duro de 10 gigabytes y era manejada por el sistema operativo Microsoft Windows 98).
Decidí visitar a mi hermano menor, a cuyos hijos (en ese momento una experimentada abogada litigante, una ingeniera química con una maestría en administración de empresas y un estudiante de tercer año de ingeniería de sistemas), cuando aún eran adolescentes les había obsequiado su primera computadora (un clon XT con un disco duro de 10 megabytes, con su respectiva impresora en blanco y negro y de dot matrix), para que mis sobrinos me asesoraran sobre cuales equipos de hardware y software de última generación debía adquirir para satisfacer mis necesidades actuales [estar tecnológicamente al día].
El shock por el cual atravesé; no fue enterarme de que estaba totalmente obsoleto tecnológicamente y que no sólo necesitaba el sistema operativo Microsoft Windows XP (ya el Microsoft Windows Vista estaba disponible, pero me aconsejaron esperar a que Microsoft pusiera a disposición todos los parches que serían inevitables de adquirir al mudarse a una nueva plataforma cibernética), con su respectivo Microsoft Office 2003, sino puertos USB, pen drives, chips de memoria DD3 SDRAM, una conexión blue tooth y una tarjeta de red Wi Fi, además de memorias RAM y discos duros de montones de gigabytes…
—sino explicarle a mis sobrinos, que mantener a su adorada Elvira [Una lora real venezolana ] en una jaula de alambre de menos de medio metro cúbico era condenarla a cadena perpetua en un horrible calabozo por el atroz crimen de ser amistosa con los seres humanos y ser capaz de no sólo imitar su voz, sino de aprenderse los nombres y reconocer individualmente a todos los miembros de la familia—porque la “jaula natural” (el territorio natural) del loro real venezolano (Amazona ochrocephala), mide centenares o miles de kilómetros cuadrados y se extiende por toda la zona tropical; particularmente por las selvas lluviosas, desmontes, bosques ribereños, bosques deciduos, pastizales y sabanas con árboles dispersos, plantaciones de maíz, y zonas urbanizadas ubicadas cerca de ríos y en altitudes de hasta 500 metros sobre el nivel del mar, de América Central y del Sur excepto en los Andes y montañas cerca de las costas.
Pero el shock que me produjo la triste condición de la lora Elvira, fue inmensamente minimizado cuando intenté explicarle a mis sobrinos—bautizados, confirmados y educados en escuelas católicas de Venezuela—que luego de unos treinta años de indagación científica había ¡Por fin! hallado las respuestas a las dos preguntas que me atormentaban: ¿Porqué existen los homosexuales? y ¿Existe realmente Dios?.
Mis muy tecnológicamente avanzados sobrinos; muy felices con su ambiente familiar y social, estaban científicamente, totalmente obsoletos: eran incapaces de someramente explicar la Teoría de la Evolución de Darwin—y eso que aún todavía no había sido presentado al público el fósil de nuestro más remoto antepasado descubierto hasta ahora (el lémur-mono Darwinius masillae de 47 millones de años de antigüedad)—pero ya había sido publicado por la revista científica Cell (el 3 de junio de 2005), el trabajo de los doctores Ebru Demir y Barry J. Dickson; del Instituto de Biotecnología Molecular de la Academia de Ciencias de Austria, que demuestra que el comportamiento sexual (llamado por los políticos y comunicadores sociales, “orientación sexual”), es determinado por el ADN, y su correspondiente epigenoma—(Es decir, que tanto los heterosexuales como los homosexuales, nacen así naturalmente) y que el Dios en el cual ellos todavía creen, fue originalmente un volcán, como sobriamente explica; Robert J. Gillooly, en su libro Todo sobre Adán y Eva (publicado en Nueva York en 1998 por la editorial Prometheus Books.)
Tampoco sabían ellos que no sólo Dios, sino todos los dioses extintos y presentes, no crearon al hombre ni al Universo, sino al contrario, ellos fueron creados por el hombre.
Y muy lamentablemente; toda América Latina, y otras abundantes regiones del mundo son igualmente muy avanzados tecnológicamente, pero científicamente obsoletas.