Opinión Nacional

Somos simios pero nos rehusamos a aceptarlo

El ser humano—tan inteligente y capaz como usted y yo—tiene viviendo en el planeta Tierra entre 60 mil y 75 mil años, pero como la lectura y escritura humanas fueron inventadas (varias veces en diferentes lugares) pero por primera vez en Eurasia aproximadamente en el año 4 mil antes de Cristo—y la ciencia apenas comenzó a ser formalmente recopilada y difundida en los siglos 17 (años 1600 a 1699) y 18 (años 1700 a 1799), la totalidad de las culturas humanas se rigen por leyendas que relatan el origen del ser humano como producto de intervenciones divinas, de la madre tierra o del padre océano—y otras alternativas similarmente fantásticas.

Pero desde que el sabio británico; Sir Charles Darwin, publicó en 1859, su obra magistral titulada Sobre el Origen de las Especies por medio de la Selección Natural, sabemos que nuestro antepasado más remoto fue una cianobacteria que existió hace unos tres mil quinientos millones de años; que el fósil de un lémur-mono llamado Ida en honor a la hija menor del científico descubridor e investigador (Dr. Jens Franzen), y científicamente, Darwinius masillae, de 47 millones de años de antigüedad, fue el antepasado común de todos los lémures, monos y simios que existen hoy—incluyendo al ser humano, y que las personas somos en más de un 98 por ciento, genéticamente idénticos a los bonobos y a los chimpancés.

Pero simios somos, y nos comportamos como bestias, sólo basta con leer la página de sucesos de cualquier diario, o los libros de historia para conocer detalles de las guerras tribales e imperiales, las cacerías de brujas, los horrores perpetrados por la “Santa” Inquisición, Adolph Hitler de Alemania, Josif Stalin de la Unión Soviética, Fidel Castro en Cuba, Kim Jon Il en Corea del Norte, Than Shwe en Birmania, Omar al Bashir en Sudán (que incluye a la región de Darfur), o de cualquiera de las dictaduras que abundaron—y aún quedan—en América Central y del Sur.

A pesar de esta grotesca realidad, la totalidad de las legislaciones e instituciones humanas que existen en el planeta Tierra, están redactadas y configuradas, como si el ser humano no fuese un animal, sino algo distinto, dotado de un alma o espíritu, que los hace esencialmente diferentes a lo que llamamos bestias.

Pero eso no es verdad.

Lo que hace diferente al ser humano del resto de los simios; no es su origen divino o fantástico en alguna otra forma, ni su alma o espíritu, sino su cerebro altamente desarrollado—y por ello, no sólo es capaz de viajar rutinariamente hacia el espacio exterior a la Tierra y hasta las más profundas distancias oceánicas, selváticas y subterráneas, e inventar constantemente nuevas y más nuevas y asombrosas obras de arte y tecnologías, sino también lo convierte en el animal más peligroso y malvado que existe en la Tierra.

Y esta simultáneamente beneficiosa y espantosa realidad del ser humano, debe obligarnos a rediseñar totalmente nuestras leyes e instituciones, para que la humanidad pueda actuar eficiente y oportunamente frente a un terrorista de izquierda, de derecha, islámico, cristiano, o de cualquier otra corriente de pensamiento; así como con la extensa variedad de delincuentes y sociópatas que existen—y que podrían obtener un arma nuclear, química o biológica, capaz de causar la más extensa de las catástrofes que el ser humano haya conocido hasta hoy—y que no dejarán de existir, por más que mantengamos nuestras manos fuertemente apretadas sobre nuestros ojos para no ver la realidad—o nos arrodillemos para orar ante nuestra deidad favorita.

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