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La Cuba de Zoé Valdés: La nada cotidiana

Es cierto que en toda la América Latina se pasa un hambre de pinga, pero ellos no hicieron la Revolución. ¿Cuánto no nos jodieron con “estamos construyendo un mundo mejor”? ¿Dónde está que no lo veo?  Zoé Valdés

¡Qué paradoja! En Salamanca estoy aprendiendo a conocer más a Cuba, no la Isla de la Felicidad que a troche y moche nos vendió el Comandante Supremo y Eterno; tampoco la que promocionan las agencias de turismo como un edén en el Caribe, con sus playas, mojitos, sones, y hasta jineteras por necesidad.

Esta Cuba que voy conociendo es la de las precariedades, la de la cotidiana lucha para conseguir lo más elemental para la subsistencia cotidiana, la de los controles, regulaciones, vigilancia y represión; aquella donde comer carne de vacuno / de res está penado por ley, y supone cárcel y privación de la libertad que ciertamente en Cuba no es un bien tan preciado por el régimen castrista como un churrasco, un bisté o un chuletón. Es la sufrida y doblegada Cuba que Zoé Valdés narra en su dramática y desgarradora novela La nada cotidiana.

En el prólogo al libro, Luisa Castro asienta: “La protagonista de esta novela es Patria, una joven nacida el mismo año de la revolución castrista, pero en realidad, la verdadera protagonista de esta historia es la degradación moral (…) La narradora de La nada cotidiana es una voz a veces humilde, a veces soberbia, a veces cómica, a veces trágica, que, en su posición de protagonista, de testigo individual de un tiempo hipócrita que se quiere heroico, de una sociedad cínica que se quiere valerosa, en algo nos recuerda a nuestro Lazarillo de Tormes”.

Al acordarse de la bonanza perdida, de los otrora tiempos de abundancia y felicidad que ahora se añoran; Patria dolida y exhausta por la rememoración de lo habido y que ya no hay para comer y beber, disfrutar y ser felices en la caraja cotidianidad, se lamenta: “Sobrevivimos con el estómago encharcado o cerrado por reparación. Nada existe. Sólo el partido es inmortal”. Cualquier parecido con la triste realidad del Socialismo del siglo XXI, de la hablachenta e ineficiente Revolución Bolivariana, de la infausta y malhadada Venezuela no es pura coincidencia, es fiel y funesto reflejo de lo acontecido – para mal de muchos y consuelo de tontos -, en otras latitudes caribeñas que han sufrido en carne y alma, lo que estamos soportando los súbditos bolivarianos: la nada cotidiana.

Otra vez y siempre, con la valiente escritora cubana coincidimos:

“Tengo miedo, coño, eso sí. Por eso hablo de esto y de aquello y de lo otro y de lo de más allá. Porque ahora veo miles de balsas repletas de cadáveres en el mar. Porque tengo el miedo más grande del mundo. Por eso chachareo y chachareo. Para impedirme comenzar. Para evitarme iniciar la frase. Para autocensurar las palabras que, como unas locas, unas putas, unas hadas, unas diosas, explotan desaforadas de la tinta que mis dedos aprietan”,

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