Esplendor urbano
A lo largo de toda la historia humana, el progreso de las sociedades se ha acompañado del esplendor de las ciudades: no en vano afirmaba Octavio Paz que “una civilización es ante todo un urbanismo”. Pero no se trata solamente de la monumentalidad, eventualmente del exhibicionismo arquitectónico propio de los centros dominantes a escala mundial; también sociedades caracterizadas por economías pequeñas pero balanceadas pueden exhibir patrones urbanos cuya nobleza no depende de la retórica de sus arquitecturas sino de su armonía y sus proporciones. Es más, probablemente sean esos los que revelan mayor madurez cultural y equili-brio social.
Si se acepta la validez del postulado anterior, es obligatorio preguntarse por qué la soste-nida decadencia de Caracas, sobre todo en un contexto en el cual ciudades de países vecinos que alguna vez la miraron con envidia y que se apoyan en economías más débiles, hoy se yerguen frente a ella como ejemplos a imitar. Una pregunta que se hace más apremiante cuando se toma conciencia de la excepcional geografía en la cual ella se asienta, solamente comparable en toda Latinoamérica a la de Río de Janeiro, que justamente tramita ante la UNESCO la declaratoria de patrimonio cultural de la humanidad por la extraordinaria combinación de sus paisajes natural y urbano.
Caracas no tiene menos méritos para aspirar a una denominación semejante: rodeada por una incomparable “corona de esmeraldas” (el excepcional Ávila al norte, el olvidado parque de Macarao al oeste y la amenazada Zona Protectora al sur y al este), atravesada de punta a punta por un río convertido en vergüenza pero rescatable y transformable en el ansiado parque longitudinal de la ciudad, completa su potencial con las quebradas que bajan del Ávila y las colinas del sur vistas alguna vez como los recorridos verdes que entretejían la trama urbana. En el medio de la ciudad, poderosas masas vegetales de la calidad del Parque del Este, el Jardín Botánico y Los Caobos, el potencial de La Carlota y más de 3.000 hectáreas de espacios libres decretados como parques pero mantenidos en el abandono, muchos ya afectados por invasiones. Un potencial absolutamente excepcional que permitiría pensar a Caracas como capital ecológica.
Si a lo anterior se suma su notable patrimonio arquitectónico moderno encabezado por la Ciudad Universitaria, la real posibilidad de corregir la mayoría de los errores urbanísticos del pasa-do y la opción cierta de reconversión de los barrios populares en espacios de vida urbana digna y de emplazamiento excepcional, se tienen todos los elementos que permitirían hacer de nuestra capital una de las ciudades más atractivas del mundo. Pero para concretarlo es indispensable recuperar y fortalecer su autonomía, hoy sometida a un asedio irresponsable, en muchos senti-dos criminal: el autoritarismo es refractario a la ciudad de los hombres libres.