De que escribir
Interrumpo la serie sobre la Ética, que continuaremos la próxima semana. Cuando la muerte toca a nuestras puertas y por sabias razones de la Providencia y de los sabios médicos, del personal que por amor y fe a la existencia se encarga de uno, en ese espacio pórtico de entradas y salidas, llamado UCI, al devolverse de ese viaje inconcluso, se oye la voz suprema de la conciencia que brota de las profundidades de la Mar y en su belleza extrema nos pide que escribamos de la vida. Mejor decir tal vez sobre la vida. Y la vida son los sufrimientos de quien nos ama y ora para poder salir airoso del desigual combate. La vida es el amor de los presentes, quienes, penas en manos, cruzándose los dedos, ponen toda su alma para pedir a Dios difiera su decisión final de a él acercarse. La vida es el amor de los ausentes, de quien no puede estar porque es grande el espacio que marca las distancias, pero que a grito abierto se hace oír y se sienten sus voces sus miradas. La vida es eso y más. Es la memoria que conservaba guardados los recuerdos y, entonces, se regresa al origen.
Nací en un monte cauto, con aroma suave de cacao y café, que flotaba en los aires con magias de amapolas y constantes recreaban los pájaros en sus conciertos de armonías perfectas o desafinamientos según fueran turpiales, yuyucas, paraulatas o los desenfadados y desvergonzados loros de vuelo torpe de gorda algarabía o fueran guacharacas, tal vez el único pájaro idéntico a su nombre, según es el color de sus sonidos Los ladridos del perro, previsivo que advierte las presencias de lo extraño y afina sus dientes contra ellos. La prudente serpiente vestidas, unas, de corales en anillos alternos rojo y negro, otras de terciopelo, mapanares de hasta cuatro narices en la cara. La quebrada de pececillos invisibles para lavar las penas y las almas, todos los días la misma que tan distinta era, acariciando piedras que con sudor a cuestas ha traído por siglos de las cimas inhiestas. El caballo orgulloso de sus pasos tan finos como una dama que exhibe la belleza en pasarelas. La vaca, de mugir grave, canto mañanero para avisar que es tiempo del ordeño. Los hermanos con sus travesuras miméticas del cine mexicano o imitaciones riesgosas del grito de Tarzán, entre bosques, pastizales y en lugar de su chita una pollina, amable como una doncella de cultivado oficio. La tolerancia extrema de mi papa y la inflexibilidad de amor pleno de mi mama y juntos con apoyo del cuatro el canto y las leyendas el trabajo constante iban construyendo sueños en caminos de hijos. Era así, la vida era así. La abuela, Tomasa, sabia como su tocayo santo, que con sus manos, su ciencia y sus resabios de partera más de tres mil niños iniciaron al mundo entre sus manos. La madrina, ternura sabia para el consejo bueno. Dulzura rígida cuando el castigo necesario era. Así era la vida. Los compadres, los padrinos, los tíos, las serenatas y los villancicos libres para alabar al niño Jesús que en diciembre venia y era cada uno un niño que encarnaba los niños. Así era la vida. Un día llegaron los tisnaos, pintados sus rostros para reconocerse en su juego de ignorarse a sí mismos o por vergüenza mucho mas que por miedos; la llorona, que asaltaban caminos y provocaban pánico para evitar las salidas nocturnas y la piedra lanzada a la Cruz de Tabla, allí dijeron, se murió alguien o fue muerto, nunca se supo, como tampoco si cada piedra era parte de un homenaje de misterios o era un recurso para evitar que el muerto se saliera. Así era la vida. El policía del pueblo, con sus dientes de oro que exhibía a cada quien desconocido o al paisano para burlarse de la envidia, quizá, el que posee oro, envidia da según así es el oro. Y así era.
Luego la ida, en manos de la prima, una italiana pura nacida en los aleros de mi pueblo, me trasladó consigo a Campo Rojo, en la hoy inexistente Lagunillas, fue mi primera casa afuera de mis limites y mi primer recuerdo de cuanto ya no existe. Allí abrí los ojos y el mundo estaba allí, distinto era al que me vio nacer y andar por donde quiera. Allí vivían las reglas que controlaban a las gentes, trabajadores eran, y un pito diseñaba sus vidas. Levantarse al primero, alístese antes del segundo y al del tercero estar en el trabajo, otras de tarde o noche según eran las guardias. Así hablaba el pito y así era y era así la obediencia. La más alta de las virtudes animales. Cercados con trampas en las puertas para evitar que bestias entrar pudieran a pisar la hierba. Luego Mérida, en la Mesa de los Indios, me reencontré con mi primera primavera. Un maestro de escuela, genio era, solo sabia gramática que aprendía de los libros con los que convivían, un tal Cervantes, un Dante y otros amigos suyos eran y se sonreía con Euclides para darnos las clases, sin saber que existían los programas, ni métodos ni formas y esas cosa extrañas que con nombre genérico, traicionando su origen, llaman pedagogía. Solo sabía, el maestro, como lograr que un niño amara sin requiebros la matemática, la música y la palabra y con ellas jugara. Y la vida era así según era el maestro que así era. Por instantes la vuelta al pueblo, el mío, Cuicas, como todos los pueblos, estos de extranjeros llenos que hablan mal de su origen para que les crean que uno mas son de los indios que nunca supimos si existieran, solo que vivían algunos en los libros y leyendas de los timoto-cuicas, creo que así era. Guardo de aquella era los ojos de las niñas que se sonreían de mis torpezas y piedad sentían ante mis miedos. Luego de vuelta a Mérida, el Seminario, allí aprendí a conocer mucho más y mejor al Diablo que a Dios, con quien quería encontrarme. Es mas sencillo, me explicaron los curas, que el diablo nos toque y es largo el trayecto para alcanzar la luz del Padre Eterno. La vida entonces empezó a ser distinta. Dios y el Diablo andando juntos conmigo o en mí, y la duda y la renuncia. Del seminario al PCV. Allí era mas transparente la existencia, que ni el Diablo ni Dios existían, que eran mañas de las ideologías para engañar paisanos. Que era atea la verdad. Me quedé poco ahí. A fin de cuentas, tal dijo el sabio en épocas muy duras, si Dios no existiera obligados estamos a crearlo. El hombre no existe humano sin la fe. Eso quizá sea sino trascendental para diferenciarnos los unos de los otros, los otros y unos de los animales. Y entonces construí un mundo nuevo, con los seres que todos arriba han quedado presentes, testimonio según la es palabrea que marca el primer párrafo.
El cuento que seguir debí hacer ya no es mío por tanto ocultar sean sus detalles y preservados queden quienes andan conmigo, solo debo decir que al despertar de esa noche profunda, inmensa, donde la nada, solo la Nada existe, se vuelve al llanto al ver a cada ser amado. La primera expresión de lo humano. Así empieza la vida con el canto del llanto. El despertar es trágico, mañana ojalá sea un poco lejos, se vivirá lo mismo, solo que por ser la vida como es, es la lucha por alargar el tiempo y la muerte en su triunfo mas tarde llegue. Nuestra existencia vive en nuestros hijos, en la memoria de quienes nos aman como se ama el arte, sin detalles del conocimiento y se preserva en lo bueno que hagamos. Una cadena del presidente Chávez, un general típico, gordo, redondo, absurdo, machete en mano, un panza de globo que lo arrastra tras él, decía, una vez concluidos los saludos de la obediencia de rigor, gritaba: socialismo, patria o muerte. Chávez finalizó: venceremos. No se que será eso, de la muerte sí se. La vivieron los míos, que ya son idos y la conocí en ellos y en mis circunstancias me aproximé a su ser, nuestro no ser. Es la nada, es lo obscuro, es macabra, indecible. Es tristeza, es angustia, es, sencillamente, la negación de la vida. El llanto ante la muerte es la afonía de la existencia. Y, entonces, me pregunté cuanto vale la vida, si la muerte viva existe como poder absurdo que quiere imponernos lo que seguro por destino ya tenemos, la muerte. Entonces, es absurdo, macabro, tenebroso, es terror, prometernos la muerte.
Yo no se que ha de pasar mañana, solo se que se muere al quitarnos la palabra, que es muerte cerrarnos los caminos que buscan sin cesar la libertad. Se que es muerte arrancarnos los ojos y quitarnos la manos impidiéndonos alcanzar la belleza. La vida es, según he querido decir con esta historia, el empeño por limitar el tiempo de la muerte, la vida es el proceso por sembrar la alegría y si tristezas hay que siempre habrá, a buen tiempo podamos marcharnos a la mar y sumergirnos en su belleza, o subir el monte y contemplar la cercanía del cielo y bañarse en su azul. Quiero encontrar la vida en el monte de mi origen, quiero vivir en la mar mas abierta y vivir su belleza. Pero más quiero, que la muerte, el límite mayor, final de la existencia, se aleje y podamos amarnos por puro amor unos a otros, para vencer la muerte que entre sus males vivos tiene al odio. Así entonces vivir vale la pena, es un reto profundo de dignidad, grandeza ante la muerte.