Opinión Nacional

La ética y algo más (I)

Para que viviera por siempre el pueblo judío, para que no se acabasen a dientes, para que no se quitasen los ojos y quedaran ciegos en las condiciones más difíciles a las que se puede someter al hombre, andar y andar por el desierto buscando la tierra prometida, para que pudieran vivir juntos reunidos entre ellos, para que pudiesen cohabitar con el vecino, creó Moisés, por dictamen de Dios según el texto, las Tablas de la Ley. Sin ser hereje, me gustaría decir que un solo error cometió Dios o el hombre judío incurrió en un gran acierto, haberlos hecho el pueblo elegido y, entonces, legitimó la desigualdad, que, desde luego lleva implícitas tantas y tantas cosas que la política, creación humana pura, quiso resolver de la mejor manera, somos iguales, pero ante la Ley, lo cual nos permite mantener las diferencias. En ese esfuerzo de la inteligencia, antes de la palabra política y de sus sacerdotes, los políticos, los teólogos, quiero decir algunos, que suelen ser brillantes políticos, habían llegado a la misma conclusión, ante dios todos somos iguales, salvo como es sabido, que nos alejamos o acercamos a él según la intensidad y cualidad de nuestros pecados, a fin de cuentas cometidos por decisión nuestra, por la tentación satánica tan poderosa o sencillamente por razones de nuestro propio albedrío. Ante el Estado, dijeron los políticos y muy especialmente los de la era moderna, todos somos iguales. Y para que las cosas fuesen más transparentes, en este juego de relaciones así reguladas, Dios y el Estado, mutatis mutandi, cumplen las mismas funciones, regular la vida, no la de ellos como tales, sino las nuestras, de quienes vivimos en sus dominios, bajo su cobijo. Y como era difícil comprender a priori tales decisiones, mejor dicho, tales relaciones, entonces se creó la fe y la razón, según se aplique, pero con los mismos alcances: la fe para creer que dios es el camino, la verdad y la vida; la razón para explicarnos la cualidad misma de nuestra obediencia. Porque a decir verdad, una vez que la ciencia., la forma más vanidosa y completa en la que se hace vida la razón, alcanza sus verdades, entonces aparece nuestra fe en ella, creemos en ella; durante mucho tiempo, después de Newton y la Ilustración remarcó el juego, la ciencia y su razón tuvieron como intento, entre otros no tan buenos, desplazar a dios, crear una nueva religión, la fe en la ciencia, la ciencia sería, pues, capaz de dar todas las respuestas incluidas las que atribuimos a dios.

Para que la casa funciones, dice el padre, la madre o ambos, en proporción directa a muchas cosas, los aportes económicos, la inteligencia, las habilidades, la edad, incluidas otras y las que faltan, esto se debe hacer, no hagas esto, debes hacer lo otro, puedes hacer, y si no se hace, entonces hay castigo o se niega la recompensa. También y para conservar la analogía, la sociedad, el estado, la religión, etc., después de ese largo camino que recorrieron para llegar hasta donde hemos llegado, si yo (siendo este cualquier primera persona) deseo la mujer ajena, el dueño de ella, lo que va implícito en la palabra ajena, todo lo ajeno lo es así porque es propiedad de otro, tiene derecho a defenderla y hasta podría castigarme con mi muerte, si extremadas las cosas la llevamos a la defensa de la propiedad y a la indelegable, intransferible, inalienable defensa propia. Todo esto, para hacerlo más comprensible reclama de más normas y más y más leyes. De modo que mi libertad de anhelar lo ajeno, de mentir, de robar, y todo lo demás queda absolutamente limitada. La libertad, es pues, ejercicio de límites, juego entre rejas, reglas intransgredibles. Y si seguimos ahondando en nuestras vidas cotidianas, esta que hacemos en las universidad, en peor grados en las escuelas, que debería ser una viva vida intensa en su cotidianidad por buscar la verdad, por crear, por hacer, aprender, también hallaremos, si no exactamente los mismos problemas, podemos decir que son iguales, casi idénticos a aquellos que hemos pincelado. Para ingresar, reglas. Para permanecer dentro, reglas. Para investigar, reglas. Para enseñar, reglas. Para cada etcétera, reglas etcétera. Cada regla va tomando sus nombres específicos, pedagogía, metodología,…, etc. pero hay más todavía, para enseñar, sólo ese ejemplo por ahora, recurrimos a dogmas, no hay remedio. A formas altamente codificadas cuyo valor damos por verdadero. Y tanto, tanto es así, que ni siquiera nos interesa quien inventó, quien creó lo que enseñamos, sin otra participación por nuestra parte que nuestras habilidades. Y hasta nos importa un bledo su proceso careador, su historia. Más aún, vaciamos la historia, porque no creemos, creemos dije, que haga falta. Para qué Euclides, Euler, Rieman, Einstein… ¿para qué la historia?
Y de pronto los cismas. Los herejes, las subversiones. La autoridad, el consenso anterior tiene defectos. Las verdades de la ciencia están en su consenso, de hipótesis, premisas, métodos, demostraciones, reglas de juego, que asumimos por consenso y que verificamos por razón, por contraste, por experiencia, allí donde es posible, por resultados, allí donde visibles son o invisibles pero convencidos de que son. Tal la mayoría de los casos. En este viaje casi me olvido de una manera muy de todos los días, la matemática no miente, los números no mienten, dicen los manipuladores, embusteros de oficio, casi nunca matemáticos; los hechos son los hechos por encima de las teorías y esta es palabra de Goethe y verdad es y no puedo menos que invocar la Bicha, maltratada, violada, claro, como corresponde, que ha establecido que la justicia está por encima de la ley, con lo cual ha logrado escribir en forma de ley una de los más bellos sueños de la humanidad, que la justicia esté por encima de la ley. Y los herejes negando los dogmas para crear los de ellos, la subversión de la ciencia para establecer otra, la revolución para conseguir el equilibrio estático, que hay que romper de nuevo, y así vamos.

Desde luego que el mundo de hoy es también el hoy en el mundo. Con la belleza de las sentencias sobre el amor a dios, el perdón, dijo el hombre que se superó el “diente por diente”, que también fue una simple –y nos parece bárbara – sentencia, tal vez más justa que “el amigo de mi amigo es mi amigo y el amigo de mi enemigo es mi enemigo”, sentencias que vivieron y que creímos muertas, sin embargo recientemente oí a un señor importante, el más importante del mundo en esta era, Bush, que repetía esa máxima: quien no esté conmigo está contra mí, y la justificó como la única forma de acabar el terrorismo. Y claro, se formula una proposición para la mejor lógica: el terrorismo es el mal, es una necesidad acabarlo y en este caso, no importan los medios si alcanzamos tan loables fines. Copia al carbón, repite Chávez, contra las oligarquías, burguesía, imperialismos, etc. El pueblo escogido, el de los mandamientos más hermosos y bellos que en el mundo han sido, desconoce las decisiones de la ONU. Ah, pero qué digo, con cuanta vergüenza ya de viejo andaba por este mundo Von Braun, pidiendo perdón de mil maneras y advirtiendo sobre cuanta maldad podría hacer lo bueno y en esa misma línea Einstein, otra vez y muchos otros, justificaron la hechura de la bomba atómica para exterminar el nazismo, el fascismo, en sus variadas fórmulas, total se trataba de la muerte bajo control para extirpar el mal.

Un santo obispo cuando Chávez quedó preso en Tiuna, fue a bendecirle para que le doliera menos su dolor con suaves porrazos, otro allá en la Orchila, donde los Pérez saciaban su lujuria, rezó con él para que le fuera bien en el largo viaje del exilio. El Santo padre, el Papa, se reúne en Roma con los santos obispos y una vez más condena la homosexualidad, reafirman el celibato, prometen condenar al ostracismo – sin más – a los curas, obispos, pederastas comprobados y continúan buscando incansables la paz, la armonía, una vez superado el engaño, el pecado y así hasta lograr lo que jamás se hizo, la unión entre los pueblos. Una buena película no es buena si en ella no existen violentas escenas sexuales hasta llegar al crimen y una buena novela, del gran rating, que no estimule el sexo, la decepción, el despecho, el adulterio, el triunfo sin esfuerzo una vez cubierto el sacrificio del abandono. La niña quedó rica, el chamo se hizo príncipe y hasta se concibe siendo niña y se pare por obra y gracia de cualquier probeta.

Comprendo la sorpresa de ustedes, caro lector, si se interrogan a dónde llegaremos con este gran rodeo introductorio, si pareciera que el título invita a otros asuntos, quiero decir, a un único asunto: La ética. Pero de aquí y de allí y de otros lugares debemos partir. Digo mejor es de donde partir debemos. Tanto mas cuanto que la Ética se ha relativizado tanto que es como un trance orgásmico en los políticos, un acto de ascesis monacal para unos cuantos obispos y otros curas, refugio de tramposos, alimento del cínico. Y todos, concluyen airosos, “moral y luces son nuestras primeras necesidades”.

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