Bicho es una Reina
Bicho es la mujer más hermosa del mundo. En mi familia, todos los saben. En especial mamá. Sin embargo, mamá necesita ver una corona de piedras preciosas de fantasía sobre la cabeza de su hija, símbolo inequívoco de la belleza máxima.
-¿Así vas a ir vestido? –pregunta incrédula al verme llegar a casa en jeans.
-Mamá, déjalo –dice Bicho, mi defensora.
Bicho se abalanza sobre mí.
-No te puedo besar –me dice-. Acaban de maquillarme.
-¡Nena, tu vestido! –dice mamá horrorizada.
Bicho se separa de mí y se alisa el vestido para dejarlo impoluto de arrugas.
Aparece P.
-¡Muñequita, estás preciosa!
Mamá inflama el pecho orgullosa.
P saca la cámara.
-Actitud pandilleril, preciosa –dice.
Bicho retuerce sus larguísimas extremidades superiores, encorva la espalda, flexiona las rodillas, tuerce la boca y frunce el ceño como un ruda negrata del Bronx.
Clic.
-¡Otra Bichito! ¡Otra! –exige P emocionado-. Ahora más pandilleril, como cuando eras niña.
-¡Anabel del Socorro! –dice mamá ofuscada-. Nada de fotos. Ahora eres Nuestra Belleza Yucatán. Compórtate.
Bicho sonríe. Una sonrisa enorme.
-Foto, foto –dice P apuntando con la cámara-. Foto de Miss.
Bicho endereza la columna vertebral, pone los brazos en jarras, las manos apoyadas en la cintura ligeramente ladeada, estira el cuello como un cisne inmaculado y sorpresivamente descubro que por primera vez en su vida es más alta que yo.
-Rodrigo, quítate –ordena mamá.
Clic.
Llegamos a una hacienda. En el enorme jardín hay desperdigados cojines blancos como en esos bares lounge minimalistas. A lo lejos, bajo unas carpas blancas, una decena de meseros vestidos de blanco sirven coca-colas y preparan cócteles multicolores.
El batallón de personas que es mi familia tomamos asiento.
-Una cuba –dice R.
-No hay cubas, señor, solo cócteles –dice el mesero.
Se escandaliza R. Me escandalizo yo. También mi hermano. Igual P y N y L y C.
-A mí tráigame un cóctel de maracuyá –dice la esposa de mi hermano.
Resignados, todos pedimos cócteles de diversas frutas mariconas.
Media hora después el mesero aparece.
-Esto no tiene alcohol –dice indignado R.
-Señor, todas las bebidas tienen alcohol –se defiende el mesero.
R sorbe de nuevo su cóctel de fruta maricona.
-¿Qué le echaste? –pregunta R- ¿Es Bacardí?
-Sí, señor –dice el mesero.
-¿No que no tenías cubas?
-En efecto, señor, no hay cubas.
-Tráeme una coca-cola –dice R-, pero eso sí, échale Bacardí.
-Nos prohibieron servir alcohol, señor –se excusa el mesero-, solo en los cócteles.
Mamá, que camina como leona enjaulada por todo lo largo y ancho del jardín, maldice al cielo con los puños levantados.
Se desata una lluvia.
Todos corremos a protegernos debajo de las carpas blancas donde sirven los cócteles y las coca-colas.
R llama a nuestro mesero, le susurra algo al oído y le extiende discretamente un billete.
Cesa la lluvia. Regresamos a nuestros asientos mojados. Inicia el evento.
-Agradecemos la presencia de la gobernadora del Estado –dice el conductor del evento.
Un achichincle de la gobernadora se levanta a saludar al público desde la primera fila, pues al parecer la señora de la cabeza descomunal y maquillada con toneladas de polvos tuvo cosas más importantes que hacer, como por ejemplo viajar a Campeche para apoyar al candidato de su partido rumbo a la gobernación.
Todos rompen en aplausos como si el achichincle fuese la gobernadora.
El conductor presenta una a una a las personalidades que nos acompañan. Las personalidades, una a una se levantan de sus asientos y saludan al público.
-¿Quién es ese travesti? –pregunta mi hermano.
-Sht, cállate –dice su esposa-. Es Lupita Jones, la que fue Miss Universo.
Se encienden las luces del escenario.
-Con ustedes, Nuestra Belleza infantil –dice el conductor.
Aparece una niña de nueve años, camina sobre el entarimado al ritmo de la canción Mundo de caramelo, esperpéntica telenovela infantil de Televisa.
-Ella es una niña muy buena –dice el conductor-. Muy aplicada, sus calificaciones son de nueve y diez.
La niña camina con desenvoltura. Sonriendo.
-Esta hermosa pequeñita será quien nos represente en Nuestra Belleza infantil en el concurso nacional –dice el conductor.
Quedo pasmado.
-No sabía que habían concursos infantiles –dice L leyéndome el pensamiento.
-Tampoco yo –dice N.
-Pues yo sí me la echo al plato –dice R.
-Eres un asco –dice la novia de R.
-Me pregunto quiénes serán los jueces de esos concursos infantiles –dice mi hermano.
-Me pregunto dónde estará el chingado mesero –dice R.
-A ella le gusta la picsa y los dulces –dice el conductor del evento.
Pum. Se va la luz.
-¡Aaahhh! –exclama compungido el público al unísono.
Todo queda en penumbra.
-Señor, aquí tiene la botella –susurra una voz-. Aproveche esconderla bajo la mesa ahora que desenchufé la luz.
La luz vuelve. La figura de una aterrada niña se materializa sobre el escenario. El conductor vuelve a recitar toda su biografía desde el principio. La niña imposta su mejor sonrisa y vuelve a la carga en su pasarela mientras menea su imberbe culito. El mesero regresa a nuestra mesa con una bandeja llena de coca-colas.
-Miren, ahí está Bicho –dice emocionada mi cuñada.
-¿Dónde? –pregunta R.
– Ahí, justo ahí, borracho –dice su novia.
El público rompe en aplausos. Bicho hace su pasarela con un vestido de manta que le deja al descubierto un vientre liso, recompensa de cientos de horas en el gimnasio y una estricta dieta de aire y vegetales. Por un instante no reconozco a ese hembrón que se pavonea por el escenario al ritmo de Single ladies, de Beyoncé.
De reojo veo petrificado como una estatua a mi cuñado, sentado en una mesa con sus papás. Me cruza por la cabeza llevarle una cuba bien cargada. La va a necesitar.
-Es el momento que esperábamos todos los caballeros –dice el conductor.
Bicho aparece en traje de baño. Por fortuna estoy borracho, pero no tanto como para subirme al escenario y romperle el hocico al conductor que dice:
-¡Mírenla! Con el traje de baño se pueden apreciar mejor sus formas.
En casa de mi hermano hacemos una fiesta (o mejor dicho, continuamos la borrachera) para celebrar a Bicho sin importar que ella no esté presente. Mientras nos emborrachamos, en un restaurante de lujo, Bicho firma el contrato que la convierte en la máxima soberana de belleza del Estado.
A la mañana siguiente, con una resaca de los mil demonios, en el café de un centro comercial, Bicho, más guapa que nunca, con mirada melancólica me dice como quien no quiere la cosa que una de las reglas más importantes de su contrato es nunca aparecer en público mascando chicle o drogada o ebria, pero en especial, nunca jamás aparecer con personas de dudosa reputación.
El mesero trae la cuenta. Bicho abre su bolso. Le digo que yo invito. Ella me dice que me quiere mucho. Pago el café. Probablemente el último café que podré tomar con mi hermanita.