Opinión Nacional

El terror revolucionario

La Historia se repite porqué el hombre se repite así mismo. Lo cual no quiere decir que todo esté determinado por un fatalismo o un determinismo inexorable. Lo que sí parece evidente es la persistencia y recurrencia del fenómeno revolucionario junto a sus capítulos de tiranía, persecución y terror apelando la razón de Estado, la defensa de la patria o invocando al pueblo. En Francia, en plena Revolución Francesa, entre 1793 y 1794 se desarrolló el “Terror”, un período donde los revolucionarios de entonces desataron una terrible persecución sobre los disidentes y contrarrevolucionarios. Hasta la guillotina fueron llevadas 40.000 personas, en su mayoría, inocentes, por parte del Comité de Salvación Pública presidido por Maximilien Robespierre.

Al igual que Saturno que se comió a sus propios hijos, el “Terror” acabó con los mismos revolucionarios dentro de una vorágine incontrolable de amenazas, persecuciones y violencias. Las leyes de la nueva República no se pusieron al servicio del pueblo ni de la nación, sino al arbitrio despótico de los distintos jefes revolucionarios como Danton y Robespierre. La llamada justicia popular fue tan despreciable en sus actuaciones de la misma forma que lo fue en los tiempos de la Monarquía derrocada.

En nombre del pueblo y la revolución se cometieron los más aborrecibles crímenes. El gobierno revolucionario atentó contra su propio pueblo imaginando complots y atentados que servían de pretextos para encarcelar y asesinar a los adversarios. Las causas preferidas eran aquellas asociadas a la traición y a la corrupción. Nuestro Francisco de Miranda, involucrado dentro del partido de los Girondinos, estuvo a punto de ir a la guillotina dentro de estos procesos bajo el signo de la arbitrariedad y bajo la ausencia de un sistema de justicia imparcial.

Los grandes principios revolucionarios contenidos en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano fueron contravenidos y ahogados en sangre en ese aciago momento. Napoleón Bonaparte, capitalizaría audazmente toda la anarquía desatada por los revolucionarios franceses luego del 18 Brumario donde arrebata el poder. La república se convierte en imperio, y los ejércitos franceses subyugan a toda Europa entre 1804 y 1815, llevando el terror y la destrucción junto a las nuevas ideas de libertad e igualdad en un todo paradójico e incomprensible.

Lo que parece evidente es que la violencia es la partera de la historia y la revolución su expresión más trágica. Luego de doscientos años, la revolución en Francia, evolucionó hacia un sistema político democrático liberal basado en una disciplina social eficaz alrededor del más estricto cumplimiento de las leyes y normas que rigen a todos los ciudadanos por igual. Aniquilados los extremismos, la sociedad francesa comprendió los beneficios de una política de centro donde todas las partes podían confluir y participar en el engrandecimiento de la nación.

El pasado debería enseñarnos a los hombres del presente a desarrollar una sabiduría que nos permita a no olvidar, a evitar cometer los costosos errores asociados a la violencia y al crimen, a la tiranía y el terror, en suma, a evitar una anti-historia negadora de los más fundamentales valores humanos asociados a principios de convivencia, paz, justicia, libertad y democracia.

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