Bolívar en Pativilca
Veremos tiempos difíciles. Más lo serán para quien ha provocado los desastres de la disensión, la persecución y la guerra. Será entonces cuando veremos cuanta impostura había en sus aprestos y cuanta estafa en sus vanaglorias. No será Bolívar en Pativilca. Será un pobre hombre huyendo de sus demonios.
Pocos momentos de su vida lo retratan más de cuerpo entero que el vivido en Pativilca, a comienzos de 1824, según nos lo narra Joaquín Mosquera, el embajador de la Gran Colombia en Lima. Habiendo dejado el cargo lo buscó por cielo y tierra para darle su informe de la situación. Lo encontró en un rancho de ese desangelado lugar del norte peruano, uno de los más agrestes y tenebrosos de esa horrible porción del planeta. Estaba gravemente quebrantado: “es una complicación de irritación interna y de reumatismo, de calentura y de un poco de mal de orina, de vómito y dolor cólico. Todo esto hace un conjunto” – le escribía el 7 de enero de ese año 24 al General Santander – “que me ha tenido desesperado y me aflige todavía mucho. Ya no puedo hacer un esfuerzo sin padecer infinito.” Tenía apenas 40 años. Aparentaba ochenta: “Usted no me conocería, porque estoy muy acabado y muy viejo, y en medio de una tormenta como ésta represento la senectud.” En un rasgo de confianza sorprendente va mucho más lejos y le confiesa que “me suelen dar de cuando en cuando unos ataques de demencia, aun cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón…”.
En ese estado, acurrucado en su delirio y consumido por la fiebre, medio enloquecido por los soroches de esos páramos terribles, lo encontró Joaquín Mosquera. En tan lamentable estado “que tuve que hacer un grande esfuerzo para no largar mis lágrimas y no dejarle conocer mi pena y mi cuidado por su vida”. Lo creyó completamente acabado y al borde de la muerte. Consciente de la gravedad de la situación porque atravesaban las tropas independentistas, no más de cuatro mil colombianos a las órdenes de Sucre y unos tres mil peruanos que se organizaban en Trujillo, debiendo enfrentar a veintidós mil españoles excelentemente apertrechados y con la experiencia de las guerras napoleónicas, “con el corazón oprimido, temiendo la ruina de nuestro ejército, le pregunté al héroe medio muerto: ¿Y qué piensa hacer usted ahora? Entonces, avivando sus ojos huecos, y con tono decidido, me contestó: “¡triunfar!”
Que no era un fanfarrón sino todo un héroe capaz de enfrentar las más terribles adversidades lo demostró meses después, con la gloriosa victoria de Junín y la coronación de sus combates en Ayacucho. Si alguien constituye un paradigma en nuestros combates contra las adversidades, ese es nuestro padre Libertador. Avergüenza que se lo apropie y malverse quien tiembla ante la menor adversidad y se desintegra ante el menor contratiempo.
Veremos tiempos difíciles. Más lo serán para quien ha provocado los desastres de la disensión, la persecución y la guerra. Será entonces cuando veremos cuanta impostura había en sus aprestos y cuanta estafa en sus vanaglorias. No será Bolívar en Pativilca. Será un pobre hombre huyendo de sus demonios.