¿Puede el socialismo ser democrático?
En primer lugar, existen tantos conceptos de socialismo que no es posible agregarle ningún adjetivo (como democrático; por ejemplo), sin antes especificar de cuál socialismo estamos hablando. Por ello en este escrito me referiré exclusivamente al socialismo inventado por Karl Marx y Friedrich Engels, cuya “biblia” es el Manifiesto Comunista, escrito por ellos y publicado en 1848.
Este tipo de socialismo no puede ser democrático ya que como específicamente lo afirma, busca establecer unadictadura del proletariado [trabajadores asalariados] y eliminar la propiedad privada—y para lograrlo, dice que “hay que esperar” el colapso del capitalismo—la libre oferta y demanda de bienes y servicios, para reemplazarlo por una economía centralmente planificada que se encarga de establecer via fíat todos los precios y los salarios; en otras palabras, busca eliminar tanto cualquier tipo de libertad individual o colectiva, como la separación del poder público en las tres ramas clásicas (ejecutiva, legislativa y judicial)—y esta búsqueda impide que se puedan ejercer los derechos universales del ser humano, listados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1948.
Por otra parte, si se hacen rigurosas investigaciones científicas sobre el pensamiento socialista de Marx y Engels, se llega indefectiblemente a la conclusión de que el socialismo no es más que una religión; que como toda otra, se fundamenta en valores absolutos [no negociables ni discutibles porque son “sagrados”] lo que conduce a la abolición de las libertades de pensamiento, opinión e información.
Lo más triste del caso, es que las ideas fundamentales del socialismo de Marx y Engels ni siquiera son originales, sino plagios de ideas judías y cristianas. Es decir, la solidaridad social fue tomada del pensamiento del Profeta hebreo Moisés: “…amarás a tu prójimo como a ti mismo…”; y el hombre nuevo fue tomado del pensamiento de dos sacerdotes cristianos del siglo tercero; los egipcios Clemente de Alejandría y Origen Adamantius. [Citarlos textualmente ocuparía un espacio enorme, así que invito cortésmente al lector, a indagar sobre la idea del hombre nuevo de estos dos sacerdotes cristianos].
La puesta en práctica de la religión de Marx y Engels; llamada desde hace años, socialismo real, ha demostrado hasta la saciedad, su catastrófica falla: conduce inevitablemente al colapso económico de cualquier sociedad que se convierta en su acólito, al empeñarse en contrariar las leyes económicas, especialmente la ley de la oferta y la demanda que es la que regula las cantidades y precios de los bienes y servicios disponibles a los consumidores, generando en el proceso, la apertura de una Caja de Pandora económica, de la cual emergen la escasez, la inflación, la usura, la corrupción de funcionarios públicos, el contrabando y la falsificación, dejando sólo la esperanza de que “algún día” todo eso acabará, porque “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”.
Finalmente, no escasean en el mundo los acólitos del socialismo marx-engelsiano, porque sus eslóganes son el origen del pernicioso populismo [decirle a las personas sólo lo que quieren oír para lograr ser popular] y que se fundamenta en la exaltación de la pobreza y el vilipendio de los mercaderes predicados por Jesús de Nazaret—si creemos lo que dicen los Evangelios Canónicos.
Para rematar, una dictadura del proletariado es un contrasentido que sólo podría manifestarse en la más absoluta de las anarquías, y por ello, todo socialismo real degenera inevitablemente en una dictadura personal, común y corriente.