Opinión Nacional

Ciudad Universitaria

No hay duda de que por la calidad de sus espacios abiertos la Ciudad Universitaria de Caracas, sede de la Universidad Central, es uno de los mejores espacios públicos de la capital, pero también es un museo de arte al aire libre único, sin dudas el más importante de América Latina. Un complejo arquitectónico y artístico concebido por Villanueva con profunda fe en el país y sus gentes, con generosidad y audaz visión de futuro; un espacio para disfrutar y para aprender también fuera del aula.  Él se inscribe, y es su colofón, en aquella notable tradición de las edificaciones escolares que se comenzaron a proyectar y construir en nuestro país después de la muerte de Gómez, que no se limitaban a cumplir eficazmente con las exigencias funcionales sino que además ofrecían al educando ‑y también al docente- la posibilidad de una enriquecedora vivencia existencial y estética, a la vez que se erigían como los hitos urbanos de la nueva sociedad a la cual se aspiraba, democrática y solidaria, basada en el conocimiento, capaz de ofrecer a todos las mismas oportunidades.

                En ese contexto las agresiones físicas de que viene siendo sistemáticamente objeto alcanzan connotaciones que van aún más allá del acto terrorista, que sin duda lo son: son además la expresión desnuda de la barbarie, de la pretensión de convertir al país en un yermo donde, como se decía del de Atila, no vuelva a crecer la yerba donde pise el caballo de la “revolución”.

                Alguno pudiera pensar que al mencionar esta última palabra se está actuando prejuiciadamente desde el momento en que no ha habido una reivindicación expresa de tales actos por partidarios del llamado gobierno bolivariano, pero hay casos en los cuales el silencio es más expresivo que la declaración más solemne. ¿Dónde están los altos funcionarios de gobierno, profesores distinguidos de la UCV, capaces de  manifestar su rechazo a semejantes actos, los Jorge Giordani, Héctor Navarro, Farruco Sesto, Ricardo Menéndez? Incluso, ¿dónde están aquellos ex-rectores  o vicerrectores que en su momento se rasgaban las vestiduras para obtener “un presupuesto justo”, los Trino Alcides Díaz o Elías Eljuri que hoy guardan tan elocuente silencio? Un silencio que denota que el daño moral que la “revolución” ha causado a nuestra sociedad es aún más grave que el físico  que está causando a nuestro más invalorable patrimonio.

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