Inundados y engañados
La mitad de Venezuela está anegada. Y a esta tragedia el poder responde con la misma improvisación, la consabida estulticia y el sectarismo de los últimos doce años. El país hoy bajo las aguas hasta hace unos meses sufría de un verano abrasador que dejó miles de hectáreas calcinadas, ríos secos y embalses mermados. Tanto, que el vociferante Chávez aseguró que la crisis del servicio eléctrico -que obligó al racionamiento- era causada por la sequía.
Pues bien, mientras comienzo a escribir esta nota ha habido un corte de luz. Ha durado 30 largos minutos. (Parece que la cuestión no se circunscribía al nivel de la represa Raúl Leoni). Media hora sin poder escribir en la computadora. Pero también media hora de incomunicación. Sin Internet, sin radio, sin TV, sin teléfono inalámbrico. Igual que cuando Chávez se encadena y habla y habla y repite y repite sus promesas y promesas, sus necedades, sus formulitas decimonónicas (acaba de descubrir a Marx, un filósofo y político que murió en 1883). Porque cuando él habla incomunica, el país no puede usar esos medios para informarse. Sólo puede escuchar su monólogo y ver sus morisquetas, oír su cubanísimo “eh” y saber de sus últimos inventos.
La última ocurrencia ha sido alojar en el Palacio de Miraflores, sede de la Presidencia de la República, a 25 familias que han sido perjudicadas por las lluvias. Ha dicho, como quien descubre la ley de gravedad, que en el salón de reuniones del Consejo de Ministros pueden alojarse algunos damnificados. Parece que tal cosa no ha ocurrido todavía: los damnificados ocuparán un sótano asignado a la numerosa guardia castrista que ha protegido a Chávez de los incontables intentos de magnicidio.
Tal iniciativa reitera la conducta de ofrecer supuestas soluciones que nunca se realizan, como la transformación del mismo Palacio en Universidad o la creación de un gran parque acuático en el aeropuerto de La Carlota, pasando por el cambio de nombre del susodicho si en los primeros seis meses de su gobierno no desaparecían los niños abandonados de la calle. Demagogia, sólo demagogia a la que ya la inmensa mayoría de los venezolanos está inmune pero que sigue haciendo daño en los desprevenidos.
Este 15 de diciembre se cumplirán once años de la tragedia del Estado Vargas que se llevó miles de ciudadanos (todavía la cifra oficial es motivo de discusión) y que arrasó con buena parte del litoral central. Es vergonzoso que todavía no se hayan demolido estructuras dañadas y no se hayan ejecutado todas las obras proyectadas. Esto va acompañado por la impericia de militares como García Carneiro (hoy gobernador de ese estado), de ingrata recordación como uno de los jefes del corrompido Plan Bolívar 2000. Las lecciones del deslave de Vargas no las aprendió el desgobierno.
Como para reafirmar la incapacidad militar, Chávez nuevamente luce su uniforme. Y repite otra improvisación: “Anoche se me ocurrió un bono para los damnificados”. Qué bono, señor, con lo que usted ha manejado en estos doce años (un millón de millones de dólares de ingreso petrolero), ha podido (ya no lo hizo) erradicar los ranchos inestables y crear viviendas dignas para todos los venezolanos que no las poseen.