Vuelo sobre La Cienaga
Obsedidos como estamos los venezolanos por el drama que vivimos como país o ex-país, como suele decir Agustín Blanco Muñoz, no pude evitar, después de contemplar un bellísimo juego de fotografías aéreas de distintas partes del mundo, caer en la involuntaria especulación de imaginarme una imposible visión desde la altura, de nuestros 912.050 Km2, que al menos eso era Venezuela cuando yo estudié primaria.
Desde luego no esperaba encontrarme los fiordos noruegos, la campiña inglesa, los castillos que bordean las riveras del Loira, ni la majestuosidad de Iguazú. Las bellezas naturales permanecen mas o menos intactas, sigue allí el salto Ángel, Canaima, el interminable llano de mi infancia guariqueña, el bienamado Ávila que ahora pretenden llamar algo así como güiriri, sin pedirle permiso ni a los caraqueños ni a los manes de Manuel Cabré.
Lo que no logré ver, por ninguna parte, fue a los venezolanos, aquel pueblo alegre, dicharachero, abierto y sobre todo cordial. Aquellos mujeres y hombres raigalmente mestizos, es decir vacunados de artificiales y acartonados “cartabones sociales” de utilería argumental de telenovela barata, de los que conocimos por las obras de algunos escritores de la “América andina” dividida entre indios y amos, o los países de demorada independencia de algunas islas del Caribe –como Cuba- donde desaparecidos los pueblos autóctonos, los trabajos “serviles” estaban destinados a los esclavos traídos del África.
Aquí ¡ Gracias a Dios ¡ descendemos del más mezclado de los pueblos de Europa: celtas, iberos, fenicios, griegos, germanos, cartagineses, romanos, árabes y berberiscos, navegaban por las venas de los conquistadores españoles que sedientos de oro y exotismo vinieron a fundirse en la dorada estampa de las indias caribes, arahuacas o timoto-cuicas, que encontraron a su paso. A esa sabrosa mazamorra vino a juntarse el perfumado ébano del África, y como todavía les pareció poco, el monarca español, nacido en la hoy belga ciudad de Gante –que tenía dificultad para pronunciar el castellano- decidió pagarle a sus financistas electorales para ser, además de el dueño de Las Indias Occidentales y de Flandes, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, entregándoles a los banqueros Belzares o Welser o como se escriba, esta pobre colonia de tercera o cuarta categoría para su explotación. Es decir y perdonen la interpolación, no fueron los adecos y los copeyanos los inventores de esta práctica nefasta de pagar con posiciones o contratos las ayudas económicas para los comicios. Ese fascinante kaleidoscopio de razas y culturas, somos nosotros, mas leche o mas café, pero todo es cuestión de matices, el igualitarismo venezolano es muy anterior a la Guerra Federal o guerra larga, de otra manera no se podría explicar que el vocero, la punta de lanza intelectual, de la denominada “oligarquía conservadora” pudiese haber sido Juan Vicente González, de padre y madre desconocidos, hijo expósito, abandonado el las puertas del Convento de los Neristas. Combatiente aguerrido, ni pidió ni dio cuartel, se le dijeron muchas cosas y él dijo otras tantas, no existe prueba de que alguien le haya echado en cara su “incunable” origen.
La Constitución censitaria de 1830 había sido largo tiempo olvidada, pero si algo quedaba, mas allá de los prejuicios de una ínfima minoría, lo arrastraron el vendaval amarillo y el Tratado de Coche. Nació una sociedad permeable, no estratificada, abierta o mejor dicho propicia a los cambios, no teníamos otro techo que el éxito, quien lo obtuviese podía llegar donde se propusiese, desde la presidencia de la República al Arzobispado de Caracas, el gabinete Ejecutivo o la representación diplomática, en cualquiera de sus posiciones.
Y, en este paraíso del desprejuicio vinieron a elegir a una cosa exótica, rara, desraizada, definitivamente no venezolano, como presidente de la República, en ese lamentable diciembre de 1998. ¿De donde salió este individuo? ¿Llanero que odia a Páez? Zambo que se pretende indio y se enorgullece hasta el empalagamiento de un ancestro guerrillero, tan blanco y rubio que lo llamaban “el americano”, militar que entrega el territorio en reclamación de la Guyana Esequiba y regala la soberanía a los acólitos de Fidel Castro, el invasor derrotado en la década del sesenta. Cultural e “ideológicamente” inclasificable, rara avis del disparate, ícono del despropósito.
Este individuo mecido en las alas de una enorme popularidad, en un país que ama el cambio por el cambio, frivolizado por el facilismo petrolero, harto de la corrupción y el desencuentro de los últimos 15 ó 20 años de la democracia, cuyos grandes líderes o habían muerto o estaban en la decadencia de la ancianidad, se apoderó de la nación, ante la mirada asombrada o cómplice de una dirigencia social y política sumisa, contemplativa, cobardona.
Estos trece años de desgobierno han hecho inmenso daño, el aparato productivo agrícola e industrial reducido a una sombra, la industria petrolera caotizada, descuadernada, irreconocible, las finanzas indiagnosticables, tal es la proporción que intuimos pueda tener el hueco fiscal, con un endeudamiento a futuro que hipoteca generaciones de ciudadanos aún no nacidos. Y sin embargo, en el aspecto material Venezuela es capaz de recuperarse en relativamente poco tiempo, lo que no podemos preveer es cuantos años, lustros o décadas nos llevara restañar las heridas del odio, de la sevicia, del revanchismo social inducido desde el poder, del racismo contra natura en un país policromo, de la “lucha de clases” en un país donde sólo existen pobres y menos pobres, porque los “ricos” o se empobrecieron o se fueron. Tal es la cosecha de la “revolución bonita”, un querido amigo me vaticinó hace ya como diez años que íbamos en vías de ser “un Haití con petróleo”.
La tarea que se impone empieza –y no puede empezar por ninguna otra parte- por sacarlo del poder, cuanto antes mejor y de inmediato, casi en paralelo, impulsar un gran movimiento de inclusión nacional, que sume todo lo sano sin detenernos en pequeñeces ideológicas, en aprovechar todo lo positivo, lo “afirmativo venezolano” como decía ese gran hombre que fue Don Augusto Mijares. Limpiar, si es preciso quemar, para la siembra, Venezuela tiene grandes potencialidades. Pero es preciso desbrozar el camino, hacer irreversible el cambio, sería una tragedia aún mayor si dejamos en pie la estructura estatal y organizacional ingerenciable que hizo posible que llegase un Chávez. Nunca mas, nunca mas, como “El cuervo” de Edgar Allan Poe.
La suerte está echada, no hay tiempo para más disquisiciones. Adelante…