La ciudad futura
Durante el siglo XX, sobre todo a partir del fin de la segunda Guerra Mundial, el desarrollo de las ciudades fue probablemente la innovación más importante protagonizada por la humanidad. Solamente en términos cuantitativos los datos son impresionantes: hacia 1950 la urbana representaba poco más de un cuarto de la población mundial, que era entonces de 2,5 millardos, pero hoy es ya más de la mitad sobre un total de casi 7 millardos. Lo que no debería ocultar las cuestiones de fondo: con todas sus contradicciones y conflictos, que a veces tienden a ocupar el primer plano, esas ciudades no sólo se han convertido en los principales motores de la economía mundial, sino también en las grandes creadoras y difusoras del conocimiento, la cultura y, en medida creciente, de los valores democráticos.
Al finalizar el siglo América Latina y el Caribe, Europa, Norteamérica y Oceanía contaban con un 75% de población urbana, lo que permite suponer que se encontraban en la fase final del proceso de urbanización, pero en Asia y África todavía el 62% de la población era rural. El detalle es que la minoritaria población urbana de estos dos últimos continentes superaba en 90 millones la total de los primeros; de aquí al 2030 su población urbana se habrá incrementado en 1,8 millardos y representará la mitad de las correspondientes poblaciones totales. Esos dos continentes serán ‑de hecho ya lo son- los grandes protagonistas de la urbanización en este siglo, en el cual, pese a sus virtudes, la ciudad como la conocimos en el siglo XX ha dejado de ser viable: su demanda de recursos de la naturaleza, que en injusta contrapartida devuelve como desechos y gases contaminantes, ya ha superado los límites soportables.
La ciudad del siglo XXI debe repensarse de pies a cabeza, desarrollando una alta capacidad de reciclaje de sus insumos, no sólo los energéticos, para demandar menos de la naturaleza y devolverle menos basura; hacerse más compacta, para reducir las distancias y potenciar la sociabilidad; erradicar el ineficiente auto privado como hoy lo conocemos; incrementar exponencialmente el patrimonio público.
Muchos países, desde los Estados Unidos a China, están estimulando el cambio y a veces experimentando en gran escala soluciones alternativas. Venezuela, pese a la retórica revolucionaria, se está quedando a la vera del camino.