Opinión Nacional

Un libro imprescindible

De esos polvos salieron estos lodos. Es de esperar que esta magnífica requisitoria de Mirtha Rivero en su obra La Rebelión de los Náufragos – un libro de obligada lectura para todos quienes aman a nuestro país y desean enrumbarlo por un futuro de justicia y prosperidad – sirva a la autocrítica de nuestras élites y les haga comprender la gravedad del mal y la excepcionalidad que requiere su curación. Que cada día se hace más urgente e impostergable.

           

 

 “Desgraciado el estadista que no lee la historia.”

Napoleón

 

            Poco signos más alarmantes de barbarie que la desmemoria. Pocas acciones más salvajes de las tiranías que la castración inducida del recuerdo, posiblemente el atributo esencial de nuestra condición humana. Pocos medios más eficaces de retrotraernos al reino de nuestros lejanos principios que convertirnos en esclavos del olvido. Y en adoradores de la desmemoria.

 

            Una de esas formas del olvido,  inducida y puede que de las más siniestras y eficaces por sutil y engañosa, es la mistificación de algún momento o de alguna figura del pasado. Ha sucedido en nuestro país y de manera ejemplar con la santificación de Simón Bolívar y la conversión de su vida y su obra en religión de Estado. Ambos han sido el pretexto perfecto para castrar nuestra memoria y rendir sus despojos al culto absurdo y malintencionado al tótem de nuestras fantasías patrióticas.  A falta de un auténtico patriotismo y una auténtica veneración de nuestro pasado, única sustancia indiscutible de nuestra identidad como Nación.

 

            Puede que en su descomunal esfuerzo por nadar contra esa corriente alienante de nuestra identidad radique una de las tantas virtudes del acucioso y revelador libro de Marta Rivero, La Rebelión de los Náufragos. El más estremecedor y fidedigno relato de esa encrucijada trágica de nuestra historia, en que hombres y hechos se confabularan con un empeño digno de mejor causa en mutilar nuestra civilidad y destrozar hasta sus más profundos cimientos los basamentos de nuestra vida democrática. Los años terribles que hunden sus orígenes más oscuros en las frustraciones del golpismo cívico militar de toda suerte y condición con el advenimiento de la democracia el 23 de enero de 1958 y que, mantenidos bajo aparente control durante treinta años, revientan como una pústula de la inevitable descomposición del establecimiento al finalizar el gobierno de Jaime Lusinchi para expresarse con toda su potencia autodestructiva en el esfuerzo mancomunado de las derechas y las izquierdas, la civilidad y el militarismo venezolanas por asesinar moral y físicamente a Carlos Andrés Pérez, llevándose por delante, en la más insólita e inmoral inconsciencia individual y colectiva, el frágil edificio democrático construido con tanto esfuerzo, tantos tropiezos y tantas contrariedades desde esa fecha fundacional de nuestra democracia.

 

            Son tantos y tan brutales los desafueros de la barbarie gobernante, el esfuerzo más consistente para aniquilarnos como sociedad emprendido en la Venezuela republicana desde los tiempos de las dos grandes guerras civiles del siglo XIX – la independentista y la federal – que tendemos a considerarlos producto de una catástrofe natural, casi un castigo divino. Para nuestro inmenso desasosiego Martha Rivera viene a recordarnos que esos desafueros, esa mutilación y esa barbarie fueron provocados sistemática y ardorosa, tenaz y voluntariamente por las élites políticas, militares, académicas e intelectuales del país en el más terrible y aterrador esfuerzo por auto mutilarnos. Esfuerzo de canibalismo político del que se salvan tan pocos, que constatarlo no puede menos que causarnos una honda y oscura pesadumbre.

 

            Su lectura me ha provocado el mismo desasosiego que en su momento me causara el libro de Norberto Fuentes Dulces Guerreros Cubanos: un sentimiento de repulsión física al constatar la gravedad del mal que nos rodea, la monstruosa irresponsabilidad de que pueden hacer gala los seres humanos llevados por los instintos mezquinos y depredadores que alimentan sus rencores y la estupidez de que son capaces seres honorables, cultos e inteligentes. De poco sirve constatar que muchos de quienes atizaron la hoguera en que se incineró uno de los más serios y juiciosos esfuerzos por derribar los muros de la estatolatría, el populismo, el clientelismo  y el subdesarrollo inveterado de nuestro país hayan terminado – ellos y sus bienes – convertidos en víctimas propiciatorias del salvajismo gobernante.  De nada, si ese sacrificio no va acompañado de la respectiva autocrítica.

 

            De esos polvos salieron estos lodos. Es de esperar que esta magnífica requisitoria de Mirtha Rivero en su obra La Rebelión de los Náufragos – un libro de obligada lectura para todos quienes aman a nuestro país y desean enrumbarlo por un futuro de justicia y prosperidad – sirva a la autocrítica de nuestras élites y les haga comprender la gravedad del mal y la excepcionalidad que requiere su curación. Que cada día se hace más urgente e impostergable.

 


[1] Mirtha Rivero, La rebelión de los náufragos, Caracas, 2010.

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