Sesenta años
Un día cualquiera del pasado agosto se cumplieron sesenta años de haberse graduado, en el viejo Instituto Pedagógico Nacional, la Promoción “Martín J. Sanabria”. Un día cualquiera, porque no hay una fecha cierta del aniversario, pues esa promoción no se graduó en un acto formal y solemne, como entonces era y sigue siendo la costumbre. Fue así porque quienes nos graduábamos rechazamos la prohibición de que en el acto previsto uno de los graduandos pronunciase un discurso en nombre de todos, para lo cual habíamos escogido a uno de los más brillantes, Luis Amengual Hernández, graduado en Historia y Geografía. En la graduación de la promoción anterior, la “Juan Vicente González”, el discurso lo había pronunciado el inolvidable Carlos Gauna, quien dijo algunas cosas que molestaron a funcionarios de la incipiente dictadura, y no querían que el hecho se repitiese.
Por eso se nos llamó la “promoción sin toga ni birrete”, como decía el título de una crónica del diario El Nacional en que se daba cuenta del hecho.
En estas seis décadas han pasado muchas cosas. Desde que llegamos al Instituto Pedagógico, en 1947, hemos venido leyendo y oyendo sobre la “crisis de la educación”. Parece que los conceptos de “crisis” y de “educación” son inseparables, al menos en nuestro país. Se trata de una crisis que abarca todo el sistema, desde el preescolar hasta la rama superior, incluidas universidades y tecnológicos. Y sin que a la misma escape la llamada educación asistemática, la que no se imparte en planteles escolares, sino en el hogar, en los medios de comunicación masiva, en muchas otras instituciones públicas y privadas, y hasta en la calle.
Más grave es que no se percibe, por parte de los organismos del estado destinados a ello, una acción eficaz para superar la crisis, y darle de manera definitiva al sistema educativo una fundamentación idónea, que garantice la formación de un ciudadano competente y preparado para una función productiva de verdad eficiente. Todo ello, además, dentro de una sociedad inequívocamente democrática.
Al contrario, en el actual sistema educativo venezolano, como en todo lo demás, predomina la improvisación. En la misma escogencia de los funcionarios y dirigentes de la enseñanza, de ministros para abajo, no se toman en cuenta la capacidad y la experiencia, sino el apoyo incondicional al caudillo, medido principalmente por la franca disposición a vestir una bullanguera camisa colorada y a aplaudir irracionalmente los decires, chistosos o insultantes, del jefe del gobierno.
LA PALABRA
LENGUAJE EXPRESIVO
Todo lenguaje es expresivo, pues las palabras sirven para expresar algo, para manifestar una idea o sentimiento, que es lo que se resume en el verbo “expresar”.
Sin embargo, de ciertas palabras o frases se dice que son “expresivas”, porque sirven para manifestar con especial viveza lo que se quiere decir. Parte del “lenguaje expresivo” son los refranes, de que hablé la semana pasada. Pero no todas las frases expresivas son refranes, como mucha gente cree.
El llamado “lenguaje expresivo” se emplea principalmente dentro del “lenguaje coloquial” o “familiar”, que es el que empleamos en la relación común y corriente entre personas, en la conversación diaria o familiar, como su nombre lo sugiere. No obstante, no es inusual que se emplee también dentro del lenguaje culto y del lenguaje literario. Pero, en todo caso, el “lenguaje coloquial” corresponde a determinadas situaciones, y su uso se hace de acuerdo con el momento y la oportunidad. De lo contrario se corre el riesgo de caer en lo chabacano y vulgar, circunstancias en que lo “expresivo” pierde fuerza y valor.
El “lenguaje expresivo”, además, está íntimamente ligado al habla propia de una comunidad determinada. En cada lengua hay frases y vocablos expresivos característicos, lo cual no quiere decir que sean necesariamente exclusivos de un idioma determinado. Hay elementos expresivos comunes a diversas lenguas y dialectos, aunque por regla general en cada uno adquieren una especial tipicidad.
En el habla venezolana abundan las palabras y frases “expresivas”. Una de ellas, de enorme riqueza semántica, es la palabra “vaina”, con una multiplicidad de significados, hasta el punto de servir de comodín lingüístico. Otra es “coroto”, también con numerosos significados y con valor de comodín. “Coroto” en Venezuela es cualquier cosa. Son igualmente expresivas “guarandinga”, “guabinoso”, “embarcar” (engañar, incumplir una promesa), “pantallero”, “enquesarse”, “caribear”, “cotorrear”, “despelote”, “ladilla”…
Frases expresivas típicamente venezolanas son, entre muchas otras, “alborotar el avispero”, “amigo el ratón del queso”, “ser pura bulla”, “bajarse de la mula”, “cortar las patas a alguien”, “llueva, truene o relampaguee”, “mamar el gallo”, “raspar la olla”…