Opinión Nacional

¿Dónde queda la calle?

«Sin calle» (…) no se conseguirá que la mayoría electoral (…) se convierta en política

Hay una forma delicada de tomar las hojas entre el índice y el pulgar pero sin agarrar el rábano. Tal puede ser el debate en las filas democráticas que algunos asoman como una dicotomía entre concurrir a las elecciones o «coger la calle». En realidad la contradicción no existe y plantearla suele ser una forma de escamotear los puntos que están en discusión.

LAS ELECCIONES.

Salvo en 2005, cuando la totalidad de los partidos opositores, líderes, ONGs y ciudadanos libres participaron de la abstención en un ambiente pre insurreccional, no se ha vuelto a llamar a la abstención en forma organizada. Debe recordarse que en esa oportunidad la abstención fue del 83% del padrón. Fue una acción cívica que se veía -al menos en el imaginario social- como el anticipo de una nueva renuncia presidencial.

Desde entonces ningún sector organizado ha convocado a la abstención y se ha impuesto la participación electoral en todos los eventos convocados. Algunos de éstos han concitado una amplia participación y otros una menor. Cierta tontería en boga pretende achacarle la responsabilidad exclusiva de la abstención que se ha producido espontáneamente, como en las elecciones de gobernadores de diciembre pasado, a los electores, sin tomar en cuenta la responsabilidad de la dirección opositora que en varias ocasiones no ha tenido la política destinada a inspirar y promover la votación. En esos momentos el desencanto o el desinterés han calado, a pesar del mecanismo perverso que consiste en desechar las responsabilidades de los dirigentes y endosarlas cómodamente a los ciudadanos de a pie.

Aunque de sorpresas está lleno el planeta, en una situación como la de hoy, que no predice una insurrección o una indignación española o egipcia, concurrir a las elecciones es la opción conveniente y deseable, siempre y cuando se logre insuflar el entusiasmo que una elección local que, como la que viene, no parece suscitar.

Es posible que sólo se pueda lograr galvanizar la voluntad democrática en la medida en que aquello que posibilitó el fraude de la elección presidencial del 14 de abril, sea enfrentado de modo adecuado; especialmente lo que se refiere a considerar al Consejo Nacional Electoral como herramienta fundamental del régimen para aplastar las fuerzas democráticas.

Si no se asume la participación del próximo 8-D como el lugar de un desafío que supera la elección de concejales y alcaldes, no habrá forma de sobreponerse a la contradicción que supone haber denunciado que Nicolás Maduro es presidente por un fraude y al mismo tiempo concurrir a elecciones bajo las reglas y actores de ese fraude. Esa contradicción se puede manejar sólo en la medida en que sea claro que el Gobierno y el CNE son el mismo enemigo.

¿Y LA CALLE?

Algunos actores fundamentales de este proceso plantean que al lado de las elecciones es indispensable «tomar la calle». Esto, de tan simple que es, se ha vuelto un galimatías. Especialmente cuando muchos lo plantean en conversaciones familiares, en las redes sociales o ante el público, y siempre sale un huelefrito a decirle, «bueno, si quieres calle, cógela tú, anda pa’ fuera, agarra el fusil y llega a Miraflores». Habitualmente esta respuesta proviene de algún prosélito de la oposición formal que entiende ese reclamo como un emplazamiento que busca ofender a Capriles. Cuando no es necesariamente así, a pesar de esa perniciosa idea de que si llamas a la gente a manifestar y el Gobierno reprime, entonces el responsable eres tú por ejercer tus derechos.

La verdad es que esa fascinación genérica por «la calle» es el síntoma de algo muy esencial que está en el ánimo ciudadano. Esa «calle» significa al menos dos cosas: la idea de que sólo la rebelión ciudadana, que no tiene por qué ser violenta, abrirá el camino a la sustitución democrática del actual régimen.

Responder con un «sal pa’ fuera tú, si estás tan impaciente», no resuelve esa demanda. También remite a un recuerdo, al de las inmensas manifestaciones de abril de 2002 que determinaron la desobediencia militar y la renuncia/eyección presidencial por unas horas.

LA OTRA CALLE.

La calle tiene sus ritmos. Se puede ser constante en convocar manifestaciones pero no siempre serán inmensas, totales, formidables. Durante mucho tiempo Antonio Ledezma y Oscar Pérez fueron consecuentes en congregar ciudadanos, aunque fueran unas pocas decenas, para mantener una pequeña lumbre de esperanza. Se sale a la calle en multitudes cuando los objetivos se ven colosales y verosímiles; si se logran, la victoria crea otros escenarios; si no se logran, la gente vuelve a la casa, a desayunar, trabajar, vegetar en el tráfico y rondar en los mercados. Así es la vida. No se asalta el cielo todos los días.

Al lado de estas formas evidentes de estar en la calle, hay otras que pueden constituir aquello por lo que clama un sector importante de las fuerzas democráticas y que no tienen nada que ver con ir todos los días, de 9 am a 5 pm a descubrirse el pecho para enfrentar las balas asesinas de Llaguno, poco antes de llegar al Palacio donde vegeta Nicolás.

Se trata de algo menos heroico en apariencia pero a veces mucho más exigente: la organización civil para defender reivindicaciones y derechos políticos. Así como se organiza a los ciudadanos por centros electorales, por mesas, con responsabilidades específicas, así se puede coordinar la ciudadanía en centros de trabajo y de estudio, en oficinas y barrios. Sólo una sociedad activa desde abajo, consciente de sus derechos y deberes, puede en un momento determinado lanzarse a expresar su indignación y su voluntad de cambio. Alguien dirá que eso ya se hace, que ésa es la labor de los partidos y grupos políticos; la verdad es que no ocurre de esta manera. Buena parte de los dirigentes han abandonado las masas y se han ido a los estudios -cada vez más escasos- de la televisión. Para organizar desde abajo, para organizar la calle, hay que tener objetivos muy claros, incluso si el objetivo inmediato es electoral.

Lo que parece inexorable es que sin «calle», grandes o pequeñas manifestaciones, apoyo a las demandas de los trabajadores y ciudadanos en general, organización desde abajo, no se conseguirá que la mayoría electoral existente desde hace varias elecciones -aunque los próceres se empeñen en negarlo- se convierta en la mayoría política. Nadie le pide al Gobierno que deje ganar a la oposición, lo que las fuerzas democráticas tienen que lograr a juro es que la posibilidad -léase bien, la posibilidad- del reemplazo electoral del régimen actual, exista.

Lo único que crea condiciones para una salida de fuerza en una sociedad es que la perspectiva del relevo democrático y pacífico se anule. No se trata de que el Gobierno deje ganar a los demócratas sino que sea verosímil la factibilidad institucional de que triunfen.

Twitter @carlosblancog

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