Revoluciones de muerte
Nuestros cementerios han tenido años de buena cosecha a causa de las innumerables “revoluciones” que les han surtido de cadáveres. La Libertadora, Restauradora, Reivindicadora, Legalista, Popular, Genuina, Azul, de Abril, de Marzo, de las Reformas…
Para no irrespetar a las ya consagradas en el panteón de los mitos, vamos a presentar una, poco conocida, pero cínicamente luminosa para los tiempos que vivimos. En 1885 estalló en Carúpano la Revolución de la que Venancio Pulgar se proclamó “Jefe de la Revolución y Supremo Director de la Guerra”. Pulgar se alzaba contra el gobierno de Crespo recién ungido por Guzmán Blanco por sentirse agraviado con esta preferencia, pues esperaba ser el sucesor de su compadre Presidente. Según el “revolucionario” zuliano, Guzmán lo traicionó “no para dar a la República un magistrado, sino para suministrar a la tiranía un lugarteniente”. Por eso denuncia que Crespo “sigue el régimen del terror, obedece sumiso a órdenes del tiranuelo, y como poseído de voraz vértigo, añade a las rapacidades ya establecidas las suyas propias y las de sus secuaces, completando un cuadro tal de ruina y de desórdenes, que bien podría ser tomado por presagio funesto de disolución moral y política”.
Crespo le devolvió los piropos con generosidad, llamándolo “el agitador de todos los tiempos y el traidor de todas las causas”, que “solicitó mañeramente (sic) un cargo público en el extranjero [nombramiento de cónsul en Liverpool concedido por Crespo] para irse a conspirar fuera del país, que lo rechaza con indignación por haber sido siempre el azote de la moral, el verdugo de la sociedad y el crimen hecho hombre, sin ninguna vocación del bien ni del honor”.
La ridícula “revolución” pagó su tributo de muertos y presos, y murió.
En el Quinquenio guzmancista (1879-1884), el general Venancio Pulgar fue compadre, cómplice y testaferro de Guzmán Blanco. Administraba las inmensidades de Guayana (que incluía además Apure, Amazonas y Delta) y vendía en Londres y París fabulosas concesiones territoriales con recursos forestales, oro y otras ilusiones mineras. Estas eran otorgadas en exclusiva por 99 años y libre de impuestos a un venezolano de plena confianza de Guzmán y traspasadas en Gran Bretaña y Francia, a capitales y empresas extranjeras, con secreta comisión de 33% o 25%. Maderas, plantas medicinales, oro (sólo la concesión Panamá con 1.000 minas) y otros minerales, ferrocarriles y navegación de vapores… Pulgar también recibió en exclusiva, por 30 años y sin impuestos, la creación de la casa de acuñación de la moneda en Ciudad Bolívar. Guzmán y su testaferro Pulgar compartían las ganancias, cosa que ellos siempre negaron, pero las pruebas son evidentes en su correspondencia privada.
Pulgar, con dos grandes concesiones en el bolsillo (luego vendrán más), sale en 1881 a Europa a venderlas. Desde Londres y París le escribe a Guzmán que va todo bien y que ya aseguró para los dos 33% de las acciones de la “Gran Compañía Venezolana”, formada por los “nobles y banqueros más respetables de Inglaterra”. Esto es “obra y gloria exclusivamente de Ud., venido al mundo como una Providencia para Venezuela. Y yo uno de los que le ha acompañado con lealtad y sin reservas, así lo declaro como una gloria también para mí”. Firma “affmo. amigo y compadre”, Venancio.
Hasta 1884 anduvieron de cómplices, vendiendo territorio nacional, persiguiendo en Guayana a las empresas rivales e imponiendo sentencias judiciales. «Si Guzmán Blanco apoya a Pulgar da por perdida tu propiedad”, sentencia uno. Otro de los perseguidos escribe: “El gobierno es peor que el despotismo, y la palabra de un solo hombre, Guzmán Blanco, es la ley, sin que nadie piense en oponérsele”.
¿Por qué al año siguiente Pulgar se convirtió en “revolucionario” y a su adorado Guzmán, “Providencia para Venezuela”, lo degradó a “tiranuelo” de un “régimen de terror”? Por resentimiento contra el dedo de Guzmán que ungió de Presidente a Crespo y no a él. Corrupción, adulación y “revolución”; nada nuevo bajo el sol. Así son nuestras “revoluciones”, ayer y hoy.
Venezuela ha conocido grandes y positivas transformaciones en educación, salud, producción y convivencia democrática y pacífica, pero éstas ni presumen de “revolución”, ni se escriben con armas.