Tabaré Alonso, el camaleón uruguayo
Por: Susana Vielma
No era un jueves como cualquier otro. Ese jueves me preparaba para entrevistar, por primera vez, a un extranjero: un uruguayo. Ya había escuchado hablar de Tabaré Alonso, pero hasta ese día solo era el “chamo de la bicicleta”. La noche anterior había leído sobre él, pero a veces el escepticismo te gana: ¿cómo recorres toda Suramérica en bicicleta? ¡Eso es imposible! Claramente, me enfrentaría a lo inédito, insólito e increíble.
Al llegar a la sala de entrevistas me encuentro con un joven de estatura promedio, cabello largo y rizado, bronceado por los cálidos rayos del sol caribeño. Estaba vestido de Venezuela, sí, de Venezuela: su gorra y chaqueta eran tricolor, sus pulseras esbozaban la silueta de nuestro rinoceronte y calzaba alpargatas, como el llanero más criollo. Además lo encontré inmerso en la pantalla de una tableta que le prestaron, en la que revisaba una entrevista que le realizaron días antes.
Un uruguayo, fue lo primero que cruzó mi mente cuando me presenté. No conocía a uno. En esta tierra de gracia puedes encontrarte con árabes, portugueses, italianos, hasta chinos, pero jamás me había topado con un uruguayo. Lo primero que noté fue su acento: “Sabés que la mañana de hoy está perfecta para una entrevista”, así comenzó Tabaré.
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Tabaré Alonso, en principio, es un técnico en sistemas que decidió recorrer Latinoamérica en bicicleta. Siempre quiso viajar, siempre soñó despierto. Mientras cumplía un horario en su oficina se deleitaba mirando fotos de La Cordillera Andina, Machu Pichu, La Gran Sabana y el Río Orinoco, siempre con la promesa de que algún día estaría allí. Qué difícil es imaginarse estar a 6500 metros sobre el nivel del mar cuando el punto más alto de Uruguay solo tiene 513 metros.
Sin querer permanecer en el mismo lugar, Tabaré tomó una decisión: viajar hasta Panamá. Pero, ¿de dónde sale ese ímpetu por querer romper con todos los esquemas? Para el padre de Tabaré trabajar es transpirar, él era el hijo rebelde que nunca había hecho nada en la vida porque nunca “traspiró” trabajando en el campo. Para su padre, la vida perfecta era trabajar, casarse y tener una familia. Sin sorpresas, todo dentro de lo “establecido”. Y con esa presión lucha Tabaré todos los días: el deber de seguir el legado vs el deber de seguir su corazón.
Decidido a emprender su viaje vendió todas las cosas de su casa y entregó su apartamento alquilado. Se mudó a una pensión. Allí, Tabaré conoció a personas de Bolivia, Brasil y Venezuela, quienes lo alentaron y le dieron la fuerza que necesitaba para emprender. Al comienzo, eran muy pocos los que confiaban en él. La gente le transmitía sus miedos, miedos que se inyectaban en su sistema y que eran difíciles de combatir. Casi como una enfermedad, los miedos de los demás eran titanes que Tabaré debía enfrentar todos los días: “Sabés cómo me rompía la cabeza mirar fotos de otras personas de la Gran Sabana y ahora tengo mis propias fotos. Valió la pena no escuchar tantos miedos”. Haciendo caso omiso y con mucha fortaleza, Tabaré superó el miedo más grande de todos: entrar a Venezuela.
Solo 30 minutos de entrevista fueron necesarios para saber, superficialmente, quién era Tabaré.
Pero al cabo de una hora, nos adentramos en el Tabaré que no todos conocen, en los rincones de su mente, en el mismo Tabaré que lo cuestiona cada noche antes de dormir. Pronto entendimos que el reto era intentar descifrar quién es Tabaré.
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Los camaleones son famosos por su habilidad de cambiar de colores, camuflajearse y adaptarse. De la misma manera, este ciclista uruguayo asemeja a su espíritu animal. Entonces, ¿quién es Tabaré? Era la interrogante. Un camaleón es mi respuesta.
Tabaré, por 90 días, puede ser venezolano, brasilero o peruano. Un día puede ser pescador, otro día puede ser fotógrafo. Un sábado por la noche puede estar en su casa viendo televisión, al sábado siguiente dormir en la jungla. Un día puede ser ingeniero al siguiente viajero. Un día fuerte al otro débil. Un día sentirse grande otro día sentirse pequeño. Sin ser efímero, y dejando huellas, el camaleón uruguayo ha logrado adaptarse a las mejores y peores circunstancias del camino, al calor y al frío de la gente, al acojo y al rechazo, al éxito y también al fracaso.
“No sé si te respondí”, fue quizás la frase que más nos repitió el uruguayo aquel jueves. El reto de descifrar a Tabaré no solo era para nosotros, también era para él mismo. Así respondió, extensamente, cada una de nuestras preguntas y reflexiones, perdiéndose en aquel océano de recuerdos y memorias, anulando así su capacidad de sintetizar. Pronto comprendimos que Tabaré, en su totalidad, no puede comprenderse ni responderse por “encimita”.
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El miedo para algunas personas es la sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario, pero para el camaleón uruguayo el peligro era de ambos tipos: real e imaginario. Todos los días el fracaso, llama su puerta, se hace paso en su mente y le recuerda que allí está. Y, ¿cuál ese miedo? No es miedo a morir, lesionarse o peligrar, no. Es miedo a caer en un círculo de confort, de anclarse, no seguir, enamorarse y resumido en una sola palabra: fracasar. Confesó tener miedo de compartir con alguien y que su motivación por llegar a donde tenga que llegar acabe porque se quiera quedar en algún lugar del camino.
Es difícil pensar que Tabaré no tenga miedo de morir en la jungla pero sí tenga miedo a enamorarse, por ejemplo. ¿Acaso enamorarse es más arriesgado que adentrarse al corazón del Amazonas sin vacunas? ¡Insólito! Pero, ¿qué es lo peor que podría pasarle? Poco después entendí que su miedo va más allá del desamor: el camaleón tiene miedo a no poder cambiar de colores, a no seguir. Tiene miedo de que no pueda llevarse con él lo que tanto quiere, indiferente si es un pedacito de tierra o el pedacito de un corazón.
De repente el viaje lo ha convertido un poco egoísta, pensé. Porque cuando alguien se acostumbra a estar solo, ¿cómo cabe alguien más? ¿Cómo se comparte? Cuando se sobrevive, no hay cabida para los demás. ¿Es Tabaré circunstancialmente egoísta?
A medida que el viaje va avanzando, el camaleón se va transformando, eliminando cosas e inevitablemente peso. ¿Acaso no se siente increíble que para irte a otro país solo te tome cinco minutos? Si hubiese seguido el protocolo normal, de ahorrar un año entero para poder solamente ir a un lugar por año, Tabaré se hubiese tardado 50 años en completar el viaje de vida. Hoy, tiene ahorrado muchos lugares de vacaciones.
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Finalmente, ¿es fotógrafo o deportista? Cuando Tabaré fotografía imagina la foto y piensa lo que quiere comunicar, luego la dibuja y por último la toma. ¿No es ese el trabajo de un artista? ¿No son los fotógrafos unos artistas? «Hoy, si me pregunta un hippie, ¿qué es lo que haces tú? Aparte de andar en bicicleta, le diría que tomo fotografías», aseguró el camaleón. Pero tampoco se considera deportista: “Yo empecé a andar en bicicleta hace poquito, decir que yo soy un ciclista es una falta de respeto, no tengo ni siquiera ropa de ciclismo, me gusta decir que soy un viajero en bicicleta”, afirmó.
El hombre que ha logrado superar los obstáculos más duros nos confesó: “Yo solo me he leído un libro en la vida, el libro de Los Cuatro Acuerdos, y de allí saqué lecciones importantes. Lo importante no es lo que voy a hacer después, sino lo que estoy haciendo ahora. Saber que lo que hago, lo hago por pasión. Lo hermoso que es poder ir hoy a una entrevista en un canal de televisión y no tener que estudiar ni hacer nada, simplemente ser yo mismo”.
Ya no éramos los mismos de cuando comenzó la entrevista. El chamo de la bicicleta se convirtió, durante 90 minutos, en el sujeto de un profundo análisis. Indagamos por cada rincón de la mente de Tabaré, ya no solo sabía quién era el chamo de la bicicleta, ahora también lo conocía: lo había descifrado.
Cerraré con una cita que no sólo define al camaleón uruguayo, también lo materializa: “A veces es difícil ser uno mismo. Estamos todos programados para ser excelentes y no fallar nunca, ¡qué duro suena eso!”. Hoy esas fallas ya no son errores, son aprendizajes. Hoy, ser Tabaré es suficiente.