El fin de la “superioridad moral” de EEUU, por Reyes Theis
Por: Reyes Theis
@reyestheis
La Presidencia de Donald Trump, más que colocar en aprietos a las antiguas potencias aliadas de Estados Unidos, está terminando con un elemento vital de la retórica norteamericana: “la superioridad moral”, la misma que ha impulsado a esta Nación, en nombre – o con la excusa- de los valores de la libertad y la democracia, a llevar esos estandartes por el mundo.
Para Trump el tema de los valores no parece ser una atadura. Ya lo había demostrado antes de ser Presidente, al quebrar empresas para evadir impuestos y negar al electorado estadounidense el acceso a su declaración de tributos. Alegó, en plena campaña electoral, que simplemente usó los beneficios que le daban las leyes para declararse en banca rota. Pero el uso de los subterfugios legales para evitar pagar más dinero al fisco, aunque dejara cientos de personas sin empleo, si bien revestía de legalidad a sus medidas, no demostraban el comportamiento ético que se supone debería tener el Presidente de la Nación.
Pero, ¿de dónde sale la pretendida superioridad moral que el discurso norteamericano empleó por años? Un trabajo académico de Marilyn Hernández Dircio, llamado “El intervencionismo estadounidense: el uso de los valores liberales como estrategia de política exterior”, echa mano de un concepto para explicarlo: El Excepcionalismo. La autora explica que el mismo “Se centra en la creencia que EEUU es el pueblo elegido por Dios para representar la libertad y el desarrollo”. De tal forma “Su misión se basará en liberar al mundo, llevando a los confines de la tierra la salvación representada en la ideología liberal de los EEUU”.
El excepcionalismo –añade- está presente en los discurso de los llamados Padres Fundadores de la nación estadounidense. El preámbulo de la Declaración de Independencia de los EEUU (1776) escrito por Thomas Jefferson señala, por ejemplo, que “todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”.
En el discurso de Gettysburg (19-11-1863) Abraham Lincoln expresó que “Estados Unidos es una nación concebida en la libertad, y dedicada a la proposición de que todos los hombres son creados iguales” y que la misión estadounidense es que el “Gobierno del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo no perezca de la faz de la tierra”. Unos valores que los Estados Unidos, en el discurso de su élite y de sus industrias culturales, se ha mostrado orgulloso de defender, hasta que Donald Trump llegó a la Casa Blanca.
¿Es cierta la superioridad moral?
El cineasta Oliver Stone y el historiador Peter Kuznick son los autores del interesante libro “La Historia Silenciada de EEUU” (2015). Señalan que el objeto de ese libro no es enfocarse en los aspectos positivos y heroicos de la historia estadounidense “que todos conocemos”, sino en los aspectos oscuros, donde los Gobiernos de esa Nación han demostrado doble moral.
“¿Por qué la brecha entre ricos y pobres es mayor en EEUU que en cualquier otra nación desarrollada? ¿Por qué EEUU es el único país sin asistencia sanitaria universal? ¿Por qué tan pocas personas acaparan tanta riqueza como como los 3 mil millones de ciudadanos más pobres de este mundo? ¿Por qué los estadounidenses están tan vigilados? Se preguntan los autores y cuestionan “tanta intromisión de los aparatos del Estado en la vida privada y el abuso de las libertades civiles”.
Evidentemente, la superioridad moral ha funcionado como un mecanismo propagandístico. El Águila estadounidense portada por los marines ha ido por todo el mundo tratando de imponer modelos culturales a otras naciones, cuya intención fundamental no es sino la construcción de aliados, con un empaque ideológico envuelto con los valores que consideran superiores.
No importa los contendientes, todas las batallas se pelean con una pretendida razón moral. Las Cruzadas, por ejemplo, la campaña militar entre 1096-1291 con el objetivo específico inicial de restablecer el control cristiano sobre Tierra Santa, dejó su estela sangrienta con unos fines que consideraban superiores. El propio comunismo tiene toda una retórica basada en su intención de la búsqueda de una sociedad supuestamente igualitaria, aunque para ello deba sacrificar la libertad de elección del pueblo y muchas veces, hasta sus bienes esenciales.
Pero en Washington el asunto cambió. Mientras Barack Obama, proveniente de una minoría étnica, tenía autoridad para hablar en cualquier escenario de la necesaria protección a los más débiles, el magnate rubio se ve imposibilitado por sus creencias y discursos racistas.
Oscar Arias, dos veces presidente de Costa Rica y premio Nobel de la Paz en 1987, lo resumió así a la BBC Mundo: “El pueblo norteamericano ha escogido posiblemente al candidato menos educado, más inculto (…), aparte de la actitud misógina, sexista, xenófoba que mostró en su campaña, atacando a minorías, a musulmanes, en buena parte a latinoamericanos, sobre todo mexicanos».
Mientras Obama podía hablar con autoridad en cualquier escenario multilateral sobre la necesidad del respeto a las instituciones democráticas, Trump trata de demolerlas en su país y ha empezado por el Sistema de Justicia, con la imposición de hombres y mujeres cercanos a su proyecto personal y a su visión anacrónica del mundo, como lo demostró la reciente remoción de los fiscales de Distritos y el poco respeto que ha mostrado sobre decisiones judiciales adversas sobre el tema migratorio.
Trump ya no quiere –ni puede- defender en otros confines “la vida, la libertad y la felicidad”, como señala la Declaración de Independencia estadounidense, parece solo querer la prosperidad de su país y su seguridad, con métodos cuestionables y dudosa eficacia, aunque ello signifique ir en contra de los postulados morales que han formado por siglos parte del discurso y la propaganda norteamericana.