Opinión Nacional

Matar y asesinar no son sinónimos

La mayoría de las personas utiliza los dos verbos indistintamente, incluso quienes en virtud de sus profesiones deberían ser absolutamente precisos, como los periodistas y todos los escritores, docentes, y quienes tienen al idioma Castellano como su herramienta esencial, lo que les obliga a conocerlo y respetarlo. Ambos verbos hacen referencia a la finalización de una vida en forma no accidental ni natural, lo que quiere indicar que necesariamente hubo la participación de una o varias personas en la acción que conduce a la muerte de uno o más individuos, con la previa intención de hacer daño, perjudicar parcial o totalmente. La diferencia fundamental entre Matar y Asesinar deriva de la condición de víctima o de criminal, en que haya estado quien o quienes resultaren heridos de muerte en el suceso.

            La Ciencia ha establecido tres divisiones primordiales para todos los elementos que constituyen el planeta o se encuentran en él: los Reinos Mineral, Vegetal y Animal. En la dimensión de los minerales se hallan los elementos inertes, contrarios a los seres vivos, que son los vegetales y los animales, entre los cuales estamos los humanos (ya que ciertamente no somos ni minerales ni vegetales). La referida intención previa de hacer daño exige la existencia del pensamiento y de la noción del bien y el mal. La depredación es el conjunto de acciones dirigidas a sobrevivir mediante la ingesta de otro ser vivo. Entre los vegetales conseguimos plantas carnívoras, que atraen insectos, los atrapan y devoran para alimentarse. Los leones machos adultos al encontrar una hembra con cachorros ajenos, instintivamente los atacan y eliminan, para dejar a la hembra sin esa responsabilidad maternal a su cargo, obligándola a aparearse con el macho recién llegado, quien así se asegura de reproducir sus genes en la nueva camada. Entre las aves, la hembra del cuco coloca un huevo en nido ajeno que ya tenga 2 ó 3 huevos de una pareja de pájaros de otra especie, generalmente más pequeños en tamaño y obviamente incapaces de detectar ese contrabando. El pichón de cuco lleva programado en su cerebro que debe echar del nido a sus hermanos “adoptivos”, condenándolos a una muerte segura por la caída o por hambre, y garantizándose que toda la comida que puedan conseguir sus ingenuos padres accidentales, sea exclusivamente para el hijo “único”, que en pocas semanas los duplicará en tamaño. Aparte de las instrucciones instintivas, nada indica que las plantas carnívoras, los leones y los cucos, tengan conciencia del daño que hacen. Son expresiones naturales.

            Pero los humanos sí tenemos pensamiento, y hemos desarrollado a través de milenios un esquema Moral que establece lo bueno y lo malo, lo aceptable y lo reprochable en nuestra conducta. Nuestros primitivos antecesores, luego de surgir desde los simios y pasar por diversas etapas evolutivas (caminar erguidos, usar las manos para mucho más que apoyar el cuerpo al caminar o correr, estimular que el cerebro aumente), produjeron otras especies de homínidos que se extinguieron en ese trayecto de 7 millones de años. Siendo nómadas comieron restos de animales, cazaron, pescaron. Domesticaron para establecerse en un espacio fijo, volviéndose sedentarios, lo que promovió que tuvieran tiempo libre y la disposición a nuevas tareas, con barro, metales, el fuego y la rueda, hasta llegar a la multiplicidad actual. En las sociedades contemporáneas, menos de la mitad se dedica a las labores de producción de alimentos, con alta mecanización y productividad, y las tareas no manuales ocupan a las mayorías. Sin embargo, el hombre para alimentarse y sobrevivir, debió matar animales, y continúa sacrificándolos a escala mayor e industrializada. Pero esa actividad se enmarca en la conjugación del verbo Matar, está regulada por estrictas normas sanitarias que incluyen la minimización del sufrimiento y la crueldad.

            La pena de muerte ha formado parte de las costumbres primero, legislación después, como parte de los castigos para quienes cometen graves delitos, de acuerdo a cada grupo social. De modo que, en teoría, en los países que contemplan quitar la vida en las sanciones por crímenes mayores, sería inadecuado calificar de asesinato al ajusticiamiento de quien ha sido juzgado y sentenciado a morir. Aunque es innegable que muchos inocentes han sido mal juzgados y por ello injustamente sufrieron la pena de muerte, y que la moderna sociedad evoluciona hacia la eliminación de la Pena máxima, en especial cuando la usan para sancionar delitos menores, o castigos inaceptables desde el punto de vista actual (como apedrear a una persona hasta que muera, por haber cometido adulterio). En principio se reconoce que las sociedades que mantienen vigente la pena de muerte, a través de la Horca, la Silla Eléctrica, el Fusilamiento, la Inyección Letal, no asesinan sino que matan, por eliminar al individuo que cometió horrible (s) crimen (es) y merece ese castigo, como tampoco sería correcto llamar asesinato a la matanza organizada en torno al aprovechamiento de las aves y demás animales de corral, que han servido de alimento a los humanos desde siempre.

            Asesinar implica quitarle la vida a un ser vivo animal (no alcanza a los vegetales) sin justificación, con la intención de hacerle daño o en el transcurso de un hecho delictivo aunque no haya estado incluido en los propósitos originales que alguien resultare muerto (por ejemplo, al ejecutar un robo y disparar a una de las víctimas por haber tratado de escapar, sin haberlo planificado de esa forma). En cambio, si como resultado de la reacción de alguna de las víctimas, o una tercera persona que interviene en defensa de las víctimas, uno o varios de los delincuentes resultaren muertos, ello no sería asesinato, pues la iniciativa del suceso les es ajena, y quienes llegaron con malas intenciones fueron los delincuentes, sus víctimas actuaron en defensa propia, mataron, no asesinaron, pues al accionar un arma u objeto en contra del (los) delincuente (s) buscaban neutralizar su acción o impedir que llevara (n) a cabo un delito, o un crimen; secuestro, violación o asesinato.

            Cuando se trata de criminales que han abusado del poder, y desde altos cargos han ordenado a subalternos la comisión de graves delitos, entre ellos el asesinato de ciudadanos, lo ideal es que sean detenidos, juzgados, sentenciados, y que cumplan sus castigos, sentar un precedente ejemplarizante. Pero en ocasiones es tan inmensa la furia del grupo que los atrapa, son tan graves los crímenes que esos jerarcas cometieron, que reaccionan de forma expedita y aplican la justicia a partir de la espontánea decisión de los presentes. Sucedió con Mussolini y su amante (Clara Pettacci optó por rechazar la libertad que le ofrecieron y compartió el castigo), con Ceaucescu y su esposa (ambos sanguinarios y crueles déspotas, juzgados sumariamente y acribillados, en el mismo día y la misma casa), y recientemente con Osama Bin Laden (terrorista protegido por el régimen alcahueta de Pakistán), con Gadaffi, ladrón junto a sus hijos y otros allegados, de los dineros públicos, practicante de la peor represión, quien se empeñó en masacrar al pueblo libio que mayoritariamente lo rechazaba, incluso después de hacerse evidente que había perdido el poder, usando armas de guerra contra las decenas de miles que manifestaban en las calles el repudio a su tiranía de 42 años. Hitler se suicidó para adelantar su muerte, inevitable en virtud de los horrendos crímenes contra la Humanidad que había ordenado. Nunca sabremos si lo hubieran llevado a juicio (en Moscú, en Núremberg), o lo habrían ajusticiado en ese mismo espacio donde, cumpliendo sus órdenes, sus soldados quemaron su cadáver poco antes de que el ejército soviético controlara todo Berlín. A Mussolini, Ceaucescu y Gadaffi los mataron, no los asesinaron, y merecían morir, no una vez, sino miles de veces. Anastasio Somoza, otro ladrón y criminal, parte de una dinastía que sometió a los nicaragüenses por décadas, pudo huir, pero fue hermosamente bazookeado en su dulce exilio de Paraguay. No fue asesinado, fue un ajusticiamiento muy merecido, para un criminal a gran escala, que disfrutaba de la inmunidad y protección brindada por su colega dictador Stroessner.

            Nombraré a Adolf Eichman y Timothy McVeigh, por ser dos terribles criminales que sí alcanzaron a ser juzgados y ajusticiados, por Israel y EEUU respectivamente. No corrió esa misma suerte Josef Mengele, médico genocida que gozó de la complicidad de Perón y otros simpatizantes nazis, que lo ayudaron en sus fugas, hasta morir en Brasil ya muy viejo, sin recibir castigo, para vergüenza del mundo entero. La muerte de cualquiera de esos tres a manos de una persona o grupo, sin proceso judicial, tampoco habría sido asesinato, aunque muchos leguleyos y demagogos así los califican, por conveniencia propia.

Volviendo a la escala del hampa común, la muerte de alguna (s) persona (s) en el rol de víctima (s) durante la comisión de un delito, debe ser calificada como asesinato, inclusive si la muerte ocurre por infarto, si éste fue provocado por la acción delictiva, la amenaza a sus bienes, a su vida, o la de sus seres queridos. Sin el delito de por medio, el infarto no hubiera ocurrido en esa ocasión, y nadie puede calcular cuánto tiempo le quedaba aún por vivir a esa víctima, si era breve o largo es irrelevante, por lo que podemos concluir que le fue arrebatado criminalmente ese trayecto, que podría haber disfrutado con sus familiares y amigos.

Las muertes por Eutanasia o Aborto pueden llegar a constituir Asesinato, en virtud de ciertos requisitos, pero hay que analizar cada caso para, desprejuiciada y objetivamente, definir lo ocurrido según cada situación particular, estudiar todas las circunstancias y los elementos involucrados (especialmente los médicos, legales y del entorno), y ese tema exige un artículo aparte.


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