El Ateneo
En setiembre de 1946 se realizó en Caracas un acto en homenaje al escritor cubano Juan Marinello, de visita en el país, quien además de notable ensayista y crítico literario era un destacado dirigente del Part¡do Socialista Popular, el antiguo partido comunista de Cuba. El acto se celebró en nombre de los jóvenes intelectuales venezolanos, y tuvo lugar en la sede del Ateneo de Caracas, una vieja y hermosa casona colonial situada en la esquina de Las Mercedes, en la cual había vivido desde su infancia don Andrés Bello, nacido una cuadra más arriba. La imponente casona fue derribada años después, en aras del “progreso”, y en su lugar se construyó lo que hoy se conoce como La Casa de Bello.
En el homenaje a Marinello participaron los entonces jóvenes escritores Miguel Otero Silva, Aquiles Nazoa y Carlos Augusto León, y el músico y musicólogo Rházes Hernández López. Yo, entonces un muchacho de quince años, estaba de paso en Caracas, y fue la primera vez que asistí a una actividad en el Ateneo. Allí tuve muy gratos momentos, por el acto en sí, y especialmente porque entre los asistentes estaba don Pedro Emilio Coll, a quien mucho admiraba y entonces tuve la ocasión de ver de cerca.
Posteriormente, ya radicado en Caracas desde 1947, cuando vine a estudiar en el viejo Instituto Pedagógico Nacional, de grata recordación, volví, muchas otras veces al Ateneo, que siempre tuvo, y sigue teniendo, una notable actividad cultural, hasta el punto de convertirse en pocos años en el centro de cultura más importante y activo de Caracas y del país, siempre dirigido por un grupo de mujeres excepcionales, entre las cuales ya en 1946 comenzaba a destacarse la sin par María Teresa Castillo.
La labor del Ateneo de Caracas ha sido realmente extraordinaria, y su bien ganada fama de institución cultural de primera línea no se ha quedado dentro de las fronteras nacionales, pues ha trascendido a muchas otras partes del mundo, donde se conoce y admira su infatigable actuación en todos los órdenes de la cultura. Basta recordar el Festival Internacional del Teatro que durante años organizó el Ateneo para saber de qué hablo.
Recientemente el Ateneo fue despojado de su sede, construida por el gobierno nacional con el deliberado propósito de que le sirviese de tal, precisamente en reconocimiento de los méritos acumulados, aunque nunca le fue dada en propiedad, como hubiese sido lo justo, sino en comodato, lo cual hizo posible el despojo, sin una sola razón válida para ello, dentro de la funesta (im)política cultural del actual gobierno.
LA PALABRA
DESFACHATEZ
En Castellano hay palabras que, sin ser adjetivos, tienen una fuerte carga calificativa. Sirven, por tanto, para emitir juicios o pareceres sobre personas, actitudes y comportamientos de todo tipo. Es el caso, entre otros, de la palabra “desfachatez”, que no siendo adjetivo, sino sustantivo, nos permite, sin embargo, referirnos a una determinada realidad atribuyéndole una connotación negativa.
El DRAE registra una definición muy escueta de “desfachatez”: “coloq. Descaro, desvergüenza”. Es una definición, sin embargo, muy precisa, seguramente porque los dos vocablos que la forman poseen cada uno un muy claro significado.
Otros diccionarios son un poco más amplios en su definición de “desfachatez”. El CLAVE Diccionario de uso del español actual, por ejemplo, dice: “coloq. Insolencia, desvergüenza o falta total de respeto: ‘¡Qué desfachatez la del camarero, insultarme porque no tenía suelto! (…)”. Y en el Diccionario de uso del español de América y España VOX leemos: “1. Actitud de la persona que obra o habla con excesiva desvergüenza y falta de comedimiento o de respeto: ‘¡Tiene usted la desfachatez de preguntármelo!’. ‘El propio asesino fue quien, con increíble desfachatez, puso el hecho en conocimiento de la policía’. 2. Dicho o hecho descarado e insolente: ‘Considero una desfachatez los elogios que lanzan ciertos individuos suficientemente letrados a la telenovela de la tarde’ (…)”.
Como puede verse, todas las definiciones coinciden en señalar que la “desfachatez” puede referirse tanto al lenguaje como a las acciones de determinadas personas. De modo que lo mismo puede calificarse de “desfachatez” la declaración o parecer de un funcionario o de cualquier otro sujeto, en este caso por el tipo de lenguaje empleado, que la actividad realizada por alguien. Además, la “desfachatez” no tiene por qué ser de un individuo en particular, pues lo mismo puede serlo también de un grupo, una institución o un ente colectivo.
El DRAE también registra el adjetivo de uso coloquial “desfachatado”, para definir a un individuo “Descarado, desvergonzado”.
En cuanto al origen de “desfachatez”, el DRAE lo da como proveniente del vocablo italiano “sfacciato”, que significa desvergonzado, descarado, cara dura, insolente, desfachatado.