Disparates
Es difícil precisar en cuál campo de actuación ha cometido más disparates el conglomerado de ineptos que asuela el país: ciertamente el de los contenedores con alimentos descompuestos en una sociedad agobiada por la pobreza tiene connotaciones escalofriantes; pero, más silenciosamente, en materia de políticas urbanas y territoriales los desatinos menudean en el socialismo del siglo XXI.
El más reciente es el Acuerdo de Cooperación Técnica con Brasil, “que contempla un plan de desarrollo sustentable para asentamientos de barrios en Caracas” (TC, 02/07/2010). Se desconoce así que entre 1999 y 2000, a través del CONAVI, este mismo gobierno inició un ambicioso plan que en su primera etapa atendería a 1,5 millones de habitantes de los barrios de Caracas y el resto del país, el llamado Plan de Habilitación de Barrios, que procuraba su plena incorporación urbanística y social a las ciudades respectivas. Por razones que aún se ignoran y luego de gastar sumas considerables de dinero, el mismo fue abortado por el propio gobierno. Se trataba de un plan muy similar al proyecto favela-bairro, concebido a principios de la década de los 90 en Río de Janeiro para abordar de manera innovadora la cuestión de los barrios populares autoconstruidos, procurando su regeneración y plena inserción física, social y productiva en la ciudad en vez de la fracasada erradicación y reubicación en nuevas localidades.
Estos inventores del agua tibia, en cambio, hablan de atacar el problema con “la construcción de unas cinco ciudades satélites de unos 250 mil habitantes cada una”, un retorno a las fallidas tesis de la década de los 60, abandonadas no sólo por su inviabilidad práctica sino, sobre todo, por el desarraigo y la laceración de los tejidos sociales asociados a las reubicaciones masivas de población. Resulta irónico que para ello se solicite asesoría brasileña cuando el Plan Director de Río de 1993 sancionó, justamente, su cancelación definitiva.
Pero la preocupación no tiene que ver con las consecuencias negativas inherentes a ese proyecto, como tantos otros destinado a quedarse en el papel. La cuestión es otra: una vez más se gastarán cantidades ingentes de recursos donde no es, para que las cosas sigan igual que antes. Y la lógica del subimperialismo brasileño se conoce: se trata de hacer negocios, no de resolverle sus problemas a otros; si usted quiere que le fabriquen una pistola para suicidarse, basta con que lo solicite. En Río se comprobó que “la capacidad de admitir diferentes modos de pensar, de actuar y de sentir constituye la única base posible de acción gubernamental para construir un futuro de integración plena de las favelas y de sus ciudadanos”. Algo inconcebible en el fundamentalismo chavista.
PS: Los nacionalismos me repugnan, pero también que este gobierno ande buscando brasileños, cubanos, rusos y hasta bielorrusos para resolver problemas que nadie maneja mejor que nosotros.