Opinión Nacional

Falso histórico

Ya no debería sorprender: uno de los rasgos característicos de la “revolución” bolivariana es su doble obsesión por regresar a los mitos fundacionales y, simultáneamente, reinventar la historia, rasgos por lo demás característicos de los regímenes autoritarios. Desde la evocación mitificada de la saga de los nibelungos (Hitler) o del Imperio Romano (Mussolini), de lo que se trata es de imponer una verdad única no discutible: la “historia oficial”, que sirva para justificar sus tropelías aunque para ello sea necesario, como recomendaba el siniestro Goebbels, repetir la mentira cien veces.

                En su reciente incursión por los alrededores de la Plaza Bolívar el “cuartelero feliz”, como una vez se autodefinió, pareciera estar pensando en algo más: “construir” un centro histórico. Esto, desde luego, es tan absurdo como lo anterior pero no novedoso. En la misma Caracas, en las entrañas de algunos centros comerciales y con nombres tan expresivos como “Villa Mediterránea” o “La Cuadra”, se encuentran agrupaciones de comercios muy disímiles (desde peluquerías hasta ventas de bisutería o equipos electrónicos) que procuran aumentar su atractivo instalándose detrás de fachadas de utilería que simulan realidades tan alejadas de esos monstruos de concreto como un pueblo siciliano o una calle de la Caracas de los techos rojos. Algo similar ensayaron los españoles bajo la dictadura de Primero de Rivera, cuando en la colina de Montjuich, en la Barcelona de 1929, levantaron el llamado Pueblo Español, una atracción turística tan popular como engañosa. Pero contemporáneamente han sido los odiados gringos quienes han terminado por consolidar lo que hoy se conoce como parques temáticos a partir de Disneylandia (1955), difundida a lo largo y ancho del mundo y que, al lado de universos fantásticos, incluye nostálgicas reproducciones de espacios históricos como Main Street o New Orleans Square.

                Pero tal como ocurre con el Pueblo Español, Disneylandia y sus muchas versiones en tantos países se han construido en terrenos vacantes, frecuentemente suburbanos, mientras aquí pareciera que se quisiera intervenir el corazón mismo de la ciudad, el centro histórico realmente existente, que, como ocurre con los centros históricos de verdad, consiste en la superposición de varias etapas históricas y de edificios que raras veces conservan sus características originales, habiéndose adaptado a lo largo del tiempo a nuevos usos, a las innovaciones técnicas y a los cambios urbanos. Además, lo que hace los centros históricos es la diversidad de usos: residenciales, comerciales, gubernamentales, porque como la ciudad misma, más que de edificaciones, ellos están hechos de personas y de actividades. De lo contrario será un parque temático, en el mejor de los casos un museo. Es decir, un falso histórico: tal cual como el socialismo del siglo XXI.

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