¿Puede usted distinguir entre Dios y la burocracia religiosa?
La mayoría de las personas responderían a la pregunta del título de este escrito, rápida y contundentemente con un ¡Por supuesto que sí!, quizás agregándole un… ¡Imbécil!—pero no es tan fácil como parece.
Empezando porque es “obvio” para cualquier creyente que las autoridades religiosas “están más cerca de Dios” que el común de los mortales—o como mínimo son “más versados en los asuntos de Dios” que las personas comunes y corrientes; y continuando porque tradicionalmente, las autoridades eclesiásticas reciben un respeto “automático” de parte de los creyentes, y hasta a veces son consideradas personas “santas”.
Sin embargo, con una módica cantidad de raciocinio, toda persona puede percatarse de que por más devota, misericordiosa, “buena gente”, etcétera, que sea una autoridad religiosa, ésta es una persona de “carne y hueso” como el resto de nosotros—y en consecuencia posee también virtudes y defectos—como todos los demás.
Si usamos esa módica cantidad de raciocinio, podemos percatarnos, de que no existe razón para que nuestra conversación con cualquier autoridad religiosa, necesariamente deba restringirse obligatoriamente a los asuntos religiosos; podemos también conversar con ellas de política, deportes, el clima, la familia, el cine, la televisión, y toda una miríada de otros temas que las personas comunes y corrientes tratamos cotidianamente—y como las autoridades religiosas son personas como usted y yo, están igualmente capacitadas para dialogar sobre cualquiera de esos temas—otra cosa muy distinta es que comparta sus mismas opiniones—pero esto sólo comprueba que las autoridades religiosas son personas como nosotros, ya que también todas las demás personas tienen sus propias opiniones—que algunas veces concuerdan con las nuestras y otras veces no.
Si ahondamos un poquito más sobre nuestra relación con Dios y la burocracia religiosa, podemos—si queremos—percatarnos que muchas (si es que no todas), las tradiciones y costumbres religiosas han sido diseñadas a través del tiempo por la burocracia religiosa—y no por Dios—aunque como afirman numerosas de esas autoridades, las tradiciones y costumbres fueron dictadas o inspiradas por Dios.
¿Pero quién tiene las pruebas de que eso es o fue así?—especialmente entre los cristianos católicos romanos, porque el Vaticano no estimula a sus fieles que lean la Biblia («La Palabra de Dios»); ni siquiera el Nuevo Testamento—sólo el Catecismo—redactado por la burocracia religiosa.
Tanto es así, que el actual Papa Benedicto Décimo Sexto, “eliminó de un plumazo” una tradición religiosa que estuvo vigente durante milenios: el Limbo al que iban los bebés fallecidos sin ser bautizados—luego de escudriñar entre sus extensos y profundos conocimientos teológicos, para llegar a la conclusión que la inmensa mayoría de todos los cristianos católicos desde hace siglos ya habían arribado: es casi imposible que exista algo más puro e inocente que un bebé humano, e inevitablemente—haya sido bautizado o no—si fallece, debe ir directo al Cielo, a los brazos de Dios, sin pasar por ningún tipo de obstáculo, peaje, o requisito de ningún tipo.
Si el absurdo Limbo hubiese sido establecido por Dios, el Papa no hubiera podido “eliminarlo de un plumazo”—pudo, porque era una obra de la burocracia religiosa. Así que yo le recomiendo usar un poco más de su raciocinio, para que distinga que otra tradición o costumbre religiosa, no es obra de Dios, sino de la burocracia. ¡Ojo pelao!.