De perros, cosas y política
Ser perro, canis lupus familiaris, es obsesión humana. No sé si los extraterrestres padecerán también de dicha frustración, pero los perros siguen aullándole a la luna sin saberse aún si eso significará lo que nuestro entendimiento no calibra y ha arruinado en la simplificación explicativa de que cuando el amo muere, el perro aúlla. En todo caso, que los humanos tengamos ese ejemplo para compararnos, habla sobre todo bien del espejo que, siendo tan frágil, todo lo soporta fiel e ingrávido. Ríete entonces cuando te tilden de perro, que el que piensa agredirte te hace un favor inmenso.
En otra dimensión viven las cosas, que pudiéramos definir como lo que no es gente, animal o vegetal. Un tanto indiferentes ellas, se las usa y nombra como si fueran menos que uno. No se les pide permiso para barrer o cocinar un arroz, dejarse sentar encima o pisar, o llevar de aquí para allá como si cualquier perol. Son nobles en el sentido peyorativo de sumisas, aunque más de una piedra o resbalón, que no son cosas propiamente, hayan hecho de las suyas por un descuido o una intención que ha llevado a más de uno a morgue u hospital. Como podemos ver, la cosa como tal puede tener infinito número de acepciones. “Cómo anda la cosa”, “me tratas como si yo fuera una cosa”, “cosas como tú”, “en el Ávila es la cosa”, “dame la cosa acá”. Tal vez por esa forma inacabada de existir de las cosas, el hombre siempre ha preferido ser perro.
La política es argumento aparte. Hay quienes afirman, desmesuradamente para mi gusto pero que bien acepto con ganas de exceso profiláctico o exageración pedagógica, que la política tiene que ver con todo o que todo tiene que ver con la política. No sé si perros y cosas pero lo demás vale que sí. La política que no es lo mismo que el poder, no vaya Usted a creer, es dama esquiva pero urgente y más aún mientras se confiscan nuestros derechos; la libertad el más puro y riesgoso de ellos. Entonces mire cómo la buscamos, acariciamos, cortejamos como perro a la luna, como cosa a la mano. A veces es verdad, droga, corrompe, mata. Ella es así, paséase desdeñosa, pichirre. Sus laberintos son inconfesables pues nadie los conoce a ciencia cierta ya que se ha enriquecido de tal forma que no hay ley, lógica o justicia que la enjaule. Tantos han intentado en vano domesticarla y ella que no se deja. Pone cara de mansa paloma, y cuando menos esperas, zas, dentellada de olvido, dejándote caer don nadie. En todo caso y a pesar, hay quienes seguimos su perfume inevitable, su ilusión vanidosa de jazmín.
Perros, cosas y política. Una lámpara. Tres deseos. Tres necesidades vitales, como el agua, el aire y el amor. Tres sensores de lo que somos como sociedad y como individuos; radares con los que nos medimos en el cuadrilátero de la vida. Sangre, sudor y lágrimas que no piden perdón y exigen siempre. Están allí para que no vivamos en el limbo. Mientras más conozco a la gente, más quiero a mi perro, a mis cosas y a la política.