Alberto Ravell, el viejo
Todos los hombres viven su tiempo y hacen parte de la historia, protagonistas muchos de acontecimientos que aceleran su registro. Todos, en esencia, somos iguales y armamos, cada quien, a pedazos, la página que nos toca vivir. Pero algunos toman para si, misiones que les sobreponen al común denominador. Son los Maestros, en mayúsculas. Los que, más allá de la cátedra académica, nos enseñan a ser cada vez humanos, a convivir, a caminar con gran conciencia social, los distintos derroteros que nos tocará deambular. Uno de ellos, Alberto Ravell, se nos fue hace 50 largos, muy largos años. Forjador de ciudadanos, dedicó toda su vida al cultivo de la moral del hombre de la ciudad, de quien y quienes, provenientes de los más remotos rincones del país, se agrupaban en los nuevos grandes centros citadinos, llenos de tantas esperanzas como de carencias y necesidades, susceptibles de ser, adecuadamente, bien orientadas. La palabra jovial, vigorosa, alegre, entusiasta y motivadora del “viejo” Alberto, en su “Espejo de la Ciudad”, transmitía las ideas, como lecciones, para ser tomadas por los nuevos concurrentes de las urbes y transformarles en ciudadanos. Era su misión: forjador de ciudadanos.
Conocimos a Alberto Ravell en La Habana, en el 49, luego del derrocamiento de Don Rómulo Gallegos. Ya le admirábamos, pero no le conocíamos. Empezaba el exilio y desde su pequeño apartamento podía verse a la Universidad cubana, para entonces centro animoso de promoción democrática. Su hijo, Alberto Federico, frisaba apenas los primeros cinco años de su vida y para él, para Alberto padre, ya era motivo de orgullo. Lo recordamos cuando nos dijo, con cierta sorna transparente, “ya el muchacho se inscribió en el Partido y ya sabe lo que tiene que hacer”. Siempre fue una luz; un color; un clima exitoso, una lección. Nunca le sentimos abatido por la adversidad, ni siquera cuando nos contaba su primera experiencia carcelaria, en los años 20, cuando le tocó acompañar a su padre, Federico, en las mazmorras gomecistas. Siempre fue una puerta abierta a la esperanza. Forjador de ciudadanos.
La “revolución de octubre” (18 de Octubre de 1945) encuentra a Ravell, justamente, detrás de un micrófono. Hablaba y escribía. Venezuela, su pueblo, merecía la mejor democracia posible. Sus frases componían una ilusión, pero enseñaban un camino. No fue por casualidad que los dirigentes de aquella circunstancia tumultuosa, empeñados en hacer una verdadera revolución de todos, encontraran en Alberto Ravell, “el viejo”, un intérprete cabal de las necesidades éticas, históricas, del venezolano. Muy pronto fue llamado y en la Constituyente del 46, su voluntad selló las más nítidas iniciativas populares, plasmadas en la letra de la Constitución Nacional de 1947. Inmediatamente, el forjador de ciudadanos comenzó a perfilarse como el “Senador del Pueblo” en el Congreso Nacional que se elige, conjuntamente con Gallegos como primer Presidente, mediante el voto universal de los venezolanos. Desde entonces fue testigo de excepción del establecimiento de la democracia en el país.
El 24 de Noviembre de 1948 regresan las sombras a obscurecer a la nación. El militarismo recurrente de nuestro anecdotario republicano, vuelve a colocar sus manos fascistas en nuestro espacio-tiempo histórico. Otra vez, el exilio. Otra vez a las andadas de la resistencia. Lleno de virtudes, también otra vez, el forjador de ciudadanos, comienza a desempeñar su misión. Fue entonces cuando tuvimos el honor de ser sus discípulos. ¡Y con cuánta elegancia ideológica formó nuestra condición de ciudadanos demócratas! ¿Cómo no recordarlo ahora, cuando la vida nos indica que hace 50 años se fue uno de nuestros mejores predicadores? ¿Cómo no reconocer en él la autoría principalísima en el labrado de la madera con la cual está construida la sensibilidad democrática de nuestro pueblo? ¿Cómo no sentirnos animados para gritar, al mundo entero, ojalá el milagro de la vida, nos regrese a nuestro forjador de ciudadanos y nos guíe, en su condición de Maestro, en mayúsculas, en el camino de la recuperación de nuestra perdida democracia?
Alberto Ravell, “el viejo”. ¡Que Dios te tenga en su gloria!.