Somos muchos, aguardando.
Noche de luna menguante. Tenues luces que dan contorno a los fantasmas de la libertad de un país que se niega a perderla. La luna arrastra algunos deseos y también las falsas promesas gobierneras que ahora vagan como el humo de una hoguera en extinción, en busca de creyentes.
Pasan los días y crece la hierba, también la indignación, al ritmo que perdemos vida en un continuo rabiar y con el corazón estrujado de sentir los miedos y sobresaltos que nos producen los opresores, los anárquicos, los delincuentes y los que abusan de nuestra calmada e indiferente actitud. Somos Venezuela, la que enseña sus bucles al Caribe mar, llena de sol y caricias, pero también de una sociedad en una búsqueda, gritándole al mundo sus debilidades.
Somos ese país que se revuelca en pretensiones y que a veces pretende que otros resuelvan lo que no hemos querido resolver. Somos los que algún día soñamos con un militar que viniera a terminar con la indecencia de la democracia de amigos, que se paseaba ante nuestros ojos. Ahora somos aquellos que pensamos cada día en abandonar el barco, pues la sociedad está en un estado “no recuperable”. Yo mi barco no lo abandono.
Todos los días dedico una parte de mi energía al país que me vio nacer. Lo hago con la fortaleza de espíritu necesaria para que nada ni nadie derrumbe mi permanente ánimo. Construyo ideas y pensamientos, que ayuden a los que me leen, a sentir una energía parecida y construyó también la esperanza que requerimos para no dejarnos cegar por tan breve espacio de nuestra historia. Es breve, muy breve. Lo largo, lo difícil lo que requerirá fortaleza, será la reconstrucción que seguirá a esta década de desmanes, que agotó las instituciones de nuestra querida patria. Estoy convencido de que somos más de los que todos pensamos que somos un país lleno de venezolanos de bien, aguardando su momento.
Abra los ojos. Mire al horizonte, un poco más lejos que el periódico y la televisión que le llenan la mente de sombras. Deje de pensar en lo que sucede hoy y comience a avizorar lo que podemos hacer mañana, cuando estos truhanes de oficio pierdan su equivocada investidura. Los miedos de ellos se escapan ahora de sus cuevas. La espada de Bolívar, blandida en manos impostoras, forradas de guantes negros, sólo está ahí para ayudar a esconder sus tormentosos sueños.
El verdadero problema de este país es su capacidad para mantener la energía eléctrica en niveles adecuados. No importa cuántas nuevas promesas trate de usar para seguir engañando gente. No importa si regala a Venezuela con títulos de tierra urbana y le vuelve a prometer a sus estudiantes los autobuses que nunca entregó antes. Eso valía cuando lucia creíble, ahora es un saco de mentiras, construyendo más de las mismas mentiras. Nuestro problema eléctrico no se puede resolver sin que la sociedad entera participe en la solución, haciendo, ahorrando y cambiando conciencias. Mientras eso no suceda, seguiremos caminando irreversiblemente hacia el evento que les quitará el gobierno del las manos, por ineptos e incapaces. Es cuestión de tiempo, muy poco tiempo.