Un soñador de ciudades
Ningún calificativo podría describir mejor la personalidad y obra de William Niño que el que sirve de título a este artículo: él fue, en efecto, un infatigable soñador de ciudades hermosas y acogedoras con todos sus habitantes, y aunque privilegió Caracas no fue ella el único motivo de sus desvelos. El inconcluso proyecto Cenital, llevado adelante con la Fundación para la Cultura Urbana, hoy proscrita por la barbarie ensoberbecida, y que incluyó además Valencia y Maracaibo, fue posible sólo gracias a su imaginación y tenacidad, como también los concursos Cien Ideas para… Alguno pudo criticarle que pasara por alto los datos duros, las estadísticas, pero es que su propósito era evidentemente diferente al mero registro catastral, buscando más bien descubrir el potencial y las virtudes que otros, abrumados por los demoledores datos de la realidad, difícilmente alcanzaban a percibir en la urbe. Por esa vía ponía a trabajar a “la loca de la casa”, la única capaz de avizorar los caminos novedosos e inexplorados que han permitido la eclosión venturosa de ciudades que se daban por desahuciadas.
En paralelo exhibió una rarísima cualidad en los tiempos que corren: la magnanimidad de espíritu, manifestada en otra de sus facetas profesionales como fue la de curador de exposiciones, un oficio que, como es notorio, implica fundamentalmente la valorización de la obra ajena a través de procesos de análisis que permitan descubrir sus rasgos más originales y creativos. Para comprobarlo basta recordar el rigor y, a la vez, amor con que montó exposiciones como las de Tomás Sanabria, Jimmy Alcock o Cipriano Domínguez.
Sería demasiado largo hacer un elenco de los montajes de gran importancia que estuvieron bajo su responsabilidad, pero es imprescindible mencionar 1950. El espíritu de la modernidad, presentada en 1997 con su curaduría y la de Carmen Cecilia Araujo en los espacios del Centro Cultural Consolidado. Se trató de una exposición que causó gran impacto porque, para muchos, constituyó el descubrimiento de una época de extraordinaria riqueza y creatividad, que auguraba para la ciudad y el país un futuro muy distinto de este en el cual, sorprendentemente, hemos embarrancado y que, lanzados ya por el tobogán de la crisis, permitía sin embargo otear un horizonte muy diferente, que ciertamente no se ha alcanzado pero que, pese a todo, no está cancelado.
Nadie por supuesto es imprescindible, pero la ausencia de William se va a sentir profundamente durante mucho tiempo, en el afecto personal desde luego pero también en el interés colectivo. Son muchos los proyectos que truncó su inesperada y prematura muerte, pero no hay duda de que la extraordinaria energía que fue capaz de desplegar en vida seguirá alimentando a los defensores de esta maltratada urbe hasta convertirla en la deslumbrante metrópoli tropical que se atrevió a soñar.