Opinión Nacional

De BusCaracas y otros fantasmas

En mi artículo anterior ensayé una apretada síntesis acerca de la acelerada adopción por ciudades de todo el mundo de los sistemas BTR (Buses de Tránsito Rápido), de los cuales el TransMilenio bogotano se ha convertido en emblema entre nosotros, y señalé que las razones de ese éxito tenían que ver con la calidad, eficiencia y relativo bajo costo de dichos sistemas. En el caso venezolano, con la notable pero marginal excepción del Metrobús caraqueño, el transporte público urbano superficial es, más que una vergüenza, una afrenta a la ciudadanía, en particular a la de menores ingresos que es la más dependiente de ese sistema. El extremo más increíble se alcanza en Ciudad Guayana, ciudad planificada y asiento de nuestra gran industria, donde el nombre de “perreras” describe la abyección de los vehículos que deben abordar sus habitantes. Si esa es la situación y contando con un número importante de expertos en la materia que incluso han asesorado proyectos Metro y BTR en otros países, ¿por qué aquí no se ha seguido tan exitoso ejemplo?

La verdad es que tres ciudades venezolanas -Mérida (TrolMérida), Barquisimeto (TransBarca) y Caracas o, más exactamente, el Municipio Libertador (BusCaracas)- han intentado implantarlos pero con escaso éxito. En concordancia con los lineamientos definidos en las políticas nacionales formuladas en la década de 1990 y que acertadamente planteaban la necesidad de “municipalizar” el transporte urbano manteniendo el apoyo financiero del Estado, en los albores del siglo actual las iniciativas partieron originalmente de los gobiernos locales, pero no pasó demasiado tiempo para que terminaran absorbidas por el gobierno central. Insólitamente, en todos los casos la ejecución de las obras ha incumplido largamente los cronogramas establecidos y en la actualidad todas están congeladas o poco menos, de modo que a la fecha, con líneas ejecutadas a mitad o con calles llenas de escombros, las promesas se han convertido en problemas que han empeorado la situación.

No alcanza el espacio para analizar el detalle de esos fracasos, de modo que apenas se adelantará que están asociados a la vorágine que arrastra a un régimen que neciamente pretende controlar todas las instancias de la sociedad, sometiéndolas a una dependencia clientelar en la creencia de que la renta petrolera otorga poderes ilimitados.

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