A los Holofernes puede salirles su Judit
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Según cuenta el libro deuterocanónico de Judit, Holofernes era un general de Nabucodonosor, nombrado por éste para vengarse de todas las naciones que se habían negado a prestarle asistencia a su reino. Holofernes. Tenía sitiada a la ciudad judía de Betulia y se sabía que el general llevaba órdenes de destruir a sus enemigos y de no tomar prisioneros. Después de un largo sitio que privaba a los habitantes de Betulia de agua y alimentos, ellos estaban dispuestos a rendirse para salvar la vida.
Judit, una muy bella mujer de Betulia, viuda de Manasés, manifestó a sus conciudadanos que Dios no se había olvidado de ellos y logró que ellos le dieran cinco días antes de abrir las puertas de la ciudad a las tropas del tirano Holofernes. Bendecida por los Ancianos, dejó el luto y vistió sus mejores atuendos que hacían lucir mucho más su belleza. Acompañada por una criada, salió de la ciudad y llegó al campamento de los asirios. Los guardias las dejaron pasar después de que ella les dijo que estaba dispuesta a traicionar a su pueblo, facilitando a los sirios la conquista de Betulia.
Judit logró entrar a la tienda de Holofernes y éste quedó cautivado por la belleza de la mujer judía. Dispuso que le cedieran una tienda al lado de la suya y ordenó a sus soldados que no la molestaran cuando saliera del campamento. Ella le había pedido tres días para rezar en espera de que Dios lo decidiera informaría al general. Holofernes , obsesionado por la belleza de Judit la invitó a yacer con él en su tienda. Judit aceptó y una vez en la tienda le dio sus propios alimentos y le hizo beber vino hasta embriagarse. Una vez dormido profundamente el general, Judit le cortó la cabeza con su propia espada. Pidió a su criada que colocara la cabeza en una cesta y, sin que nadie las molestara regresaron a Betulia. Al amanecer, cuando los soldados asirios llegaron a la ciudad para asaltarla vieron frente a su puerta la cabeza de Holofernes hincada en una estaca. La tropa, aterrorizada, huyó y fue derrotada por el ejército israelita.
En la historia de la humanidad han existido mucho Holofernes que, creyéndose todopoderosos, han confiado en personas de quienes creen que están de su lado pero, cuando menos se lo esperan, los traicionan. No se puede desear nunca que la traición se traduzca en la muerte del traicionado. El homicidio no puede justificarse, ni siquiera el del peor asesino. Pero no se puede olvidar que el enemigo de los Holofernes modernos se halla entre su propia gente o en entre aquelos que, con engaños, ganen su más absoluta confianza. Nadie se apiada del caído y casi siempre se produce la estampida de los más ardientes partidarios.