¡Al ladrón, al ladrón!
En lugar de dedicarse al «ser» , ubicarse en alcanzar un sistema de salud acorde con los ingresos de un país petrolero, enfrentar la bestial inseguridad que diezma la población en todos sus estratos – el fracaso y la incompetencia para combatir el crimen es consecuencia de un hecho cierto, el régimen sólo se ocupa de reprimir a los sectores democráticos -; hacer los ajustes necesarios ante el encarecimiento de la vida y la galopante inflación, alimentar debidamente a la ciudadanía sin permitir tan aberrante y putrefacto negociado como el que no se puede ocultar por su colosal dimensión y fetidez; respetar lo establecido en la Constitución, como la Propiedad Privada, considerando por ejemplo que la propiedad es intrínseca al ser humano y un componente fundamental de las libertades y derechos humanos; y no al «deber ser», este régimen pretende, una vez más, encantar con cantos de sirenas, al cansado y hambriento «Soberano». Esta vez con las Comunas, con ese despliegue pre-electoral de demagogia disfrazada en aquello de darle poder al pueblo- cuando lo que realmente requiere es saber – arrimando otra utopía mediante un articulado que mistifica la realidad, trastocándola en una ilusión de imposible alcance. Y esta es otra fase de un sistema que insiste en conducirnos a ese Mar de la Felicidad, en el cual se eliminan aquellos elementos contrarios que en su interacción generan el desarrollo de una nación moderna, tales como la libertad económica y la competencia en el mercado, la libertad de expresión, el debate y la pluralidad de ideas propias del siglo XXI en lo político, ideológico, cultural, filosófico, religioso, humanista, así como la libre innovación tecnológica y científica.
Ya apuntaba Maquiavelo en su tan citada obra El Príncipe…»…Hay tanta distancia entre saber cómo viven los hombres y saber cómo deberían vivir ellos que el que, para gobernarlos, abandona el estudio de lo que se hace para estudiar lo que sería más conveniente hacerse aprende más bien lo que debe obrar su ruina que lo que debe preservarle de ella…».
Y más vigente que nunca el pensamiento de Alexis de Tocqueville quien manifestaba en su Democracia en América…: «El pueblo no quiere, muy frecuentemente, sino llegar al bien público, esto es verdad; pero se engaña a menudo al buscar ese bien… Cuando los verdaderos intereses del pueblo son contrarios a sus deseos, el deber de todos aquellos que ha propuesto para la salvaguardia de esos intereses, es combatir el error de que es momentáneamente víctima, a fin de darle tiempo para reconocerlo y considerar las cosas con sangre fría»…
Gritar «¡al ladrón!» es una herramienta útil para desviar la atención de su inoperancia, de la corrupción y de oscuras trayectorias de autoritarismo de quienes han convertido a Venezuela en la cartera de sus truculencias. Estos sicofantes del Tercer Milenio basan su acción ideológica promoviendo divisiones y antagonismos, prometiendo la sacrosanta protección de un partido único. Buscan la sumisión de las clases menos favorecidas culpando al resto por todos sus males. Se ha llegado al extremo de suponer que el que trabaja, produce y obtiene dinero, es un creador de «desigualdad social» y se lo culpa por ser el causante de la violencia social que surge de los «marginados por la sociedad». Y ya resulta más que evidente: el régimen busca la progresiva abolición de los sectores intermedios, porque es más fácil controlar a los individuos aislados y solos ante el Estado omnipotente. De ahí la obsesión por privar de influencia social a la Iglesia Católica, que es una voz independiente y que les ha resultado crítica e incómoda. La búsqueda de culpables para exorcizar los males nacionales resulta óptima cuando se entiende que la responsabilidad recae sobre quien tiene en sus manos la conducción del país; quien ha logrado vender fácilmente su caldo de cultivo, direccionando las culpas que surgen de la desilusión, de esperanzas truncadas y sueños frustrados.