Demasiado (2)
Varias observaciones de inteligentes lectores sobre mi artículo anterior me inducen a volver sobre el tema.
Me referí al mal empleo del vocablo “demasiado” usándolo como equivalente a “mucho”, con olvido o desconocimiento de su significado de “excesivo”. Cuando se dice “demasiado bueno”, no se dice que algo es “muy bueno” o “buenísimo”, sino que es “excesivamente bueno”. ¿Hasta dónde puede algo ser “excesivamente” bueno? “Excesivo” es lo que está de más, lo que sobra. ¿Y puede sobrar o estar de más lo que es bueno? Otra cosa es que algo sea más o menos bueno. Lo mismo puede decirse de otros vocablos, cuyo significado, aunque admita grados de intensidad, no admite que lo sea en exceso. Eso ocurre con el adjetivo “feliz”. Se puede ser más feliz o menos feliz, y en su caso es aplicable el superlativo: “muy feliz” o “felicísimo”. Pero no es lógico decir que alguien es “demasiado feliz”.
Sin embargo, la lógica el idioma no es mecánico, y sí puede decirse de algo que es “demasiado malo”, o que alguien “es demasiado triste”.
Pero el dinamismo de la lengua permite decir, por ejemplo, “Eso es demasiado bueno para ser verdad”, ya que aquí “demasiado” no tiene el significado de “excesivo”, sino que actúa mas bien como comparativo, pues implícitamente estamos comparando algo que nos parece muy bueno, con lo que es comúnmente bueno, y la comparación nos sugiere que aquello va más allá de esto, por lo que lo juzgamos imposible.
No desconozco que, en el proceso de desarrollo de la lengua a través del uso, las palabras suelen cambiar semánticamente, bien porque agreguen significados a los ya existentes, bien porque dejen de significar lo que antes significaron y adquieran un nuevo significado. Pero este es un fenómeno que debe producirse de manera natural, y no de manera forzada y caprichosa o como producto de la ignorancia de la propia lengua.
Desde luego, el uso muchas veces termina por imponerse, y los cambios de significado se aceptan, se arraigan y generalizan. Incluso en muchos casos entran al diccionario. Y entonces, si no nos gusta no queda sino el recurso de no usarlos. Afortunadamente nuestro idioma es sumamente rico en sinónimos, y hay siempre muchas maneras de decir lo mismo con diferentes palabras.