Opinión Nacional

Un invierno con calor humano

Están las cosas demasiado mal como para permitirnos ser pesimistas, escribió Galeano. Por eso, en “Un invierno propio”, el poeta Luis Gª Montero, afirma que esa es la razón de la apuesta por el futuro y la conciencia cívica. De la crisis estamos saliendo por el peor de los caminos, que es echándole leña al fuego que la había provocado: el neoliberalismo y la especulación desatada. La literatura debe convertirse en alternativa al panorama que se nos presenta.

En una deliciosa entrevista de Pedro Riaño, el poeta abre su corazón después de la presentación del libro en la Residencia de Estudiantes, símbolo de la mayor aventura en el mundo de la educación española, llevada  acabo por la Institución Libre de Enseñanza. En donde se enseñaba a “desaprender”.

Manda a la poesía a ajustar cuentas con la realidad más despiadada por lo que sucede en la sociedad actual. En una sociedad que no nos gusta y en la que tenemos que afirmar nuestro derecho a imaginarnos y a luchar por un mundo mejor, más justo y solidario, más humano y capaz de sintonizar desde un planeta que vive en la Edad del hierro, dentro del inmenso universo, en palabras de E. Morin.

Los poemas funcionan a golpes de titular, la voz se ha hecho sencilla y directa, lanzada a golpe seco, escribe Riaño, sus versos van calados de cotidianidad sentimental y solidaria ante el frío de una crisis que truena sobre el humanismo.

Para Gª Montero, el invierno hace referencia a la actual crisis de valores. Es el frío de una situación desamparada. “Debemos volver a las ideas y a los valores”. Porque no estamos  sólo ante una crisis económica, sino una crisis de valores. Es una crisis de ideología. Los recortes no son sólo económicos, también afectan a la solidaridad. El poeta ha querido hacer estas consideraciones desde la ética que le ha enseñado la poesía. Confiesa que le asusta la inercia de acomodo que hay en el pensamiento, la gente obligada a pensar en titulares y sin matices, a mirar desde las frases hechas.

No duda de que la  fuerza que nos mueve es la conciencia que nos mantiene alerta. El individuo tiene que ser consciente de su dimensión social porque vivimos en comunidad, y el amor, y la amistad te abre a eso.

Para el poeta  existen dos ámbitos para hacer realidad sus ideas y sentimientos, la familia y los bares, en donde desarrolla la complicidad y la amistad, que tanto significan en la vida del poeta y de su esposa, la novelista Almudena Grandes.

Afirma estar preocupado por la sociedad actual porque teme que está liquidando la democracia. Siente que los ciudadanos están perdiendo la soberanía política. “Los políticos son más representantes de los mercados financieros ante los ciudadanos que representantes de los ciudadanos ante los mercados financieros”.

Está preocupado por la crisis de valores terrenales porque vivimos en una sociedad marcada por el consumo. El mercantilismo no puede ser el referente de este país, ni de ninguno. Denuncia el mercantilismo que asalta los valores de la tradición ilustrada y republicana.

Nunca podremos renunciar a la conciencia humana, la creación de un mundo mejor no puede llevarnos a creer que el fin justifica la pérdida de la dignidad acercándonos al crimen o la represión. Es tan importante no renunciar a la conciencia como no renunciar a la imaginación, por eso reafirma nuestro derecho a imaginarnos un  mundo mejor. Y aunque el libro es de poemas, el autor reconoce que tan revolucionario es un poema sobre una huelga general como otro sobre la sexualidad. “Los poetas hemos reconocido desde hace mucho tiempo algo que ahora empieza a entender la política: el carácter histórico de la intimidad”. Una medida económica es tan importante como otra sobre los matrimonios homosexuales, la igualdad entre hombre y mujer, la libertad sexual. El amor y la amistad te abren los ojos al mundo, no te los cierra. Es lo que nos da dimensión social, reivindicar el amor es aceptar las cosas que no nos gustan en servicio de los otros, como pagar impuestos.

Las esencias son un latazo y lo que más le fastidia de ellas es que la gente trata de imponerlas a los demás. “Pero si no somos más que una elaboración, dice. Soy más yo cuando salgo a la calle y procuro convivir con los demás, porque me preocupa más lo que hago que lo que soy. Como todo el mundo, soy egoísta, interesado, vanidoso, pero no podemos juzgarnos por nuestros instintos sino por cómo nos comportamos”.

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