Alquimia levantisca y demagógica
De cuando en cuando, releo el discurso que en 1998, conmemorando los 40 años del 23 de enero, dijera en el Congreso Nacional de la República de Venezuela Luis Castro Leiva —quien hace mucha falta en la nación por su claridad de pensamiento. Ese discurso mantiene una vigencia manifiesta. Era como una premonición de lo que iba a pasar después.
Cuando vemos el “parlamentarismo de calle” que han inventado los rojos para hacer creer que en verdad se discute las cosas que le interesan al pueblo, cuando en realidad lo que llevan matuteado es el deseo de imponer a este su muy particular manera de concebir el hecho político. Decía Castro Leiva: “Estos pensamientos desdeñosos de la democracia representativa, hechos por la alquimia levantisca y demagógica de caudillejos, nos dicen que es necesario reinventar una democracia directa de las masas. Y nos dicen, además, que hay que hacerlo fuera de este lugar. Este sueño anarquista consiste en que cada quien lleve su silla de congresista —su curul— como quien lleva una loncherita para manducarse la república y formar, en un acto de participación política instantánea, una especie de guarapita cívica, la voluntad general de todos”. Con ese subterfugio de presentar los proyectos más tendenciosos ante unas camionadas de aplaudidores traídos expresamente para hacer barra, nos estuvieron atragantando de leyes que no eran fruto de la conveniencia cívica sino del afán de conculcar todo el poder en un solo par de manos. Menos mal que, con los pocos diputados opositores que nos permitió la “ingeniería electoral” de la Tibisay, ha disminuido el número de tales “aclamaciones populares”, en los que la masa ignara actúa como marrano estrenando lazo: muy orondo, pero lo llevan para el matadero.
Venezuela está como está porque a “la sombra pueril de este anarquismo de carne en vara” (otra frase de Castro Leiva) es que una mayoría, no lo niego, escogió a alguien bajo el oximorónico argumento de que no se requiere de preparación para ser presidente de Venezuela. Explicaba el orador que ese oxímoron revela que: “En todas aquellas circunstancias en que las variables de la inteligencia y la preparación se comparan en función con la aptitud para gobernar, allí se descubre (…) que no es necesario ser inteligente o estar preparado para gobernar, y que ni siquiera se recomienda poder pensar para dirigir los destinos de cualquier nación”.
Esa ficción en la que ya tenemos trece años es la causante de tanta miseria por la cual transita la nación. La sumatoria de una manifiesta ignorancia en todos los órdenes, agravada por una indigestión de concepciones políticas obsoletas y mal digeridas, más una ineptitud garrafal para la escogencia de personas capacitadas para la función pública es lo que mantiene a la sociedad venezolana en el atraso, la pobreza, la inseguridad y la insalubridad. Y en la deuda más colosal de la historia. En unos tiempos en los cuales, por los ingentes ingresos obtenidos, no teníamos por qué adquirir y, más bien, pudieron servir para disminuir la existente con anterioridad. El gobierno, tan ocupado en su agenda de lo imposible, y más ácrata que revolucionario, empeñado en eso de crear un “hombre nuevo” (algo que no han logrado ni las enseñanzas de Jesús), no hace lo que se necesita y espera; no hace las cosas mínimas que con urgencia son requeridas para que medio regrese la normalidad al país.
Es que unas mayorías indoctas (pero ladinas) así se lo han permitido. Porque siguen, como el hijo de la loca Luz Caraballo, en la creencia de que todo puede ser resuelto por una personalidad autoritaria, por el hombre a caballo del poema. No saben que este, para darles de comer los pone de rodillas. Pero es que ni de alimentarlos es capaz: lo más notorio en las noticias de ayer eran la escasez en los anaqueles, la disminución de la producción del campo y las toneladas de comida podrida botada. La muchedumbre creyó que podía trocar la pérdida de su libertad por un estómago lleno y unas cuantas monedas en el bolsillo, y se está quedando sin la una y sin los otros. En las palabras de Castro Leiva: “Extraña paradoja entonces: durante casi dos siglos nos hemos devotamente entrematado para lograr la libertad de que gozamos y, ahora que la tenemos, tan bien o mal como nos luce, pareciera que queremos empeñamos en caerle a patadas a la fuente que nos depara la posibilidad de ser nosotros mismos quienes somos”.
Yo señalo otra paradoja: los mismos individuos que propugnan una “democracia participativa” son los que más desprecio demuestran por las manifestaciones de democracia: desechan el estado de derecho, cultivan la adoración del autoritario, repudian la separación de los poderes, proclaman el paternalismo de Estado. Por esa vía no se halla sino caminos para la perdición nacional…