Poder soberbio
En democracia el poder debe ser mesurado e inclusivo, porque si no, se torna soberbio. Soberbia es la estimación exagerada de si mismo y el menosprecio de los demás. La soberbia ha sido una característica psicológica frecuente del ejercicio del poder en nuestro país. La soberbia ciega la autocritica, facilita el atropello en nombre de la ley, genera resentimientos sordos, y resta autoridad moral a quien lo ejerce. Se observa a cualquier nivel de la estructura del estado, pero en los niveles superiores es donde más daño causa. Ha influido en el deterioro de la popularidad y legitimidad de gobernantes. Surge insensiblemente, y muchas veces como producto de la euforia que produce detentar el poder, sobre todo si es por mucho tiempo. La soberbia es hipersensible a la crítica y siempre se justifica, con o sin razón. Es PODER SOBERBIO.
Cuando se accede al poder como consecuencia del voto mayoritario y esperanzado, o como deseo de una mayoría que busca soluciones mágicas; quien lo obtiene corre el riesgo de envanecerse. El poder soberbio conduce al mesianismo, que es ciego y sordo, incapaz de admitir debilidades y menos aún de ser autocrítico para corregir faltas o excesos. El poder Soberbio atropella, hace de la visión sesgada verdad absoluta, y la impone con el uso de sus ventajas. Cultiva el rencor sordo y creciente en el humillado, que espera su turno para pasar factura.
No convoca voluntades, sino que crea rivalidades. Excluye , no incluye. Desprecia al contrincante político, y somete por intimidación, aprovechándose de su dominio. Tiende a descalificar a priori al opositor y a ser complaciente, cómplice, y dispendioso con el aliado.
Supone el deseo del gobernado sin averiguarlo, o simplemente impone su voluntad como si fuese la de la mayoría. Es ostentoso, y termina frustrando porque ilusiona con esperanzas desmedidas. Domina en coto cerrado con grupillos autosuficientes incapaces de tomar el pulso de su contexto. Calla la protesta con descalificación porque se siente por encima de ella. Explota la esperanza del necesitado y la supone satisfecha con solo prometer. Disfruta de la sumisión, se derrite ante la adulaciòn, y ve al mundo desde la visión especular de la vanidad que solo permite verse a si mismo. Utiliza la dádiva y la migaja populista para ganar adeptos a quienes considera incondicionales, creyéndose dueño permanente de su voluntad, en un error que contribuye siempre a su desgracia. No es capaz de convocar voluntades y compartir el poder. Gana sumisión genuflexa y adhesión oportunista. Le cuesta la apertura , la creatividad y privilegia el corto plazo de beneficios electorales, al largo plazo de la convocatoria y del logro tesonero y compartido. Ve en sus opositores enemigos y no discrepantes de opinión que pueden nutrir la visión parcial.
En una sociedad de vocación y convicción claramente democrática, pero sin madurez política para entender la democracia más allá del ejercicio del voto, puede surgir el Poder Soberbio, pero así como aparece, desaparece.
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