Mal de chagas y mal de Chávez
Allí donde hay amor, hay vida; el odio conduce a la destrucción. Mahatma Gandhi
Qué poca suerte tenemos de veras los súbditos de la malhadada Venezuela Bolivariana. Una revolución inhumana y un hablachento socialismo del siglo XXI han conducido al país de vuelta al pasado y no al tan ansiado futuro de progreso y felicidad que todos deseamos, como si lo han logrado otros países del planeta. Los venezolanos vivimos de nuevo en el siglo XIX.
Otra vez las montoneras, los caudillos militares, los peculadores de oficio, la ineficiencia e indolencia gubernamental, el manirrotismo y el dispendio del roñoso cogollo revolucionario, se unen a la reaparición de las mortíferas enfermedades endémicas de los dos siglos pasados, que el abnegado Dr. Arnoldo Gabaldón y su equipo de insignes médicos, paramédicos y fumigadores, habían logrado erradicar de los campos y ciudades venezolanas.
Volvemos a ser una Venezuela enferma de malaria, dengue, paludismo, difteria, tuberculosis, tifus, de malnutrición o desnutrición, y por si fuera poco el desconsuelo, ahora el gobierno revolucionario anuncia que los chipos, los redúvidos, regresaron a casas, edificios y ranchos para hacer de las suyas, y que sus habitantes vuelvan a ser chagásicos, a disfrutar de una muerte anunciada.
A todas nuestras penurias – que nos son pocas ni menudas – se añade la devastadora peste roja – rojita, el Mal de Chávez, que no sólo afecta el cuerpo de los venezolanos, sino también el alma, el espíritu, el ánimo y la voluntad del país, instaurando el odio, la exclusión, la división tanto en las familias como en todos los sectores de la sociedad.
Este mal – requeté maligno -, es peor que la exterminadora peste negra que diezmó a Europa durante la Edad Media; sin embargo, no lo trasmiten ratas, piojos, mosquitos, bacilos, insectos, microbios, parásitos, gérmenes o virus, es de raigambre totalmente ideológica, inspirada desde una vecina isla caribeña por marxismos, comunismos y socialismos probados y ruinosamente fracasados.
Se difunde vía cadenas oficiales, afiches, vallas, programas radiales o televisivos, folletos, ojitos por doquier y se ha firmemente aclimatado en el país durante las dos últimas décadas de infortunio nacional. Se ha intentado – con relativo éxito – contagiarlo a otros países del continente americano y hasta a la misma Madre Patria, apoyado por subsidios, sobornos, coimas, contratos leoninos, petróleo regalado, asfalto o casas donadas, aviones legados, compras amañadas de armamento, comida y medicinas, en fin, por todas las modalidades que las mentes torcidas del cogollo bolivariano han puesto en práctica para preservarse en el poder y seguir destruyendo el otrora país para querer
Los infelices súbditos bolivarianos han hecho suya la frase de John Katzenbach:
Tememos que nos maten. Pero es mucho peor que nos destruyan.