Cincuentenarios
Poco importa cuán remotos y ajenos sean, porque el régimen prontamente los reconvierte en gesta propia, por obra de un imaginario social que ya ha contaminado.
Dejando atrás sendas escaramuzas, como la de la Escuela Militar y “El Barcelonazo”, “El Guairazo” y – principalmente – “El Carupanazo” y “El Porteñazo”, constituyeron alzamientos de un profundo e inmediato impacto. Repleto el escenario de 1962, se supo también de una huelga general del transporte, por cierto, asombrosamente debida a la aparición del seguro de responsabilidad civil, y de la pérdida de control de una de las cámaras parlamentarias por la coalición gubernamental.
Prontamente, tales eventos fueron mitológicamente abanicados por la violencia insurreccional. Las razones del fracaso y las responsabilidades históricas del caso, pasaron al vasto territorio de la impunidad política que hoy puede perfeccionarse, pues, por una parte, como lo ha señalado Antonio García Ponce (“Sangre, locura y fantasía. La guerrilla de los sesenta”, Libros Marcados, Caracas, 2010), no hubo sentido crítico alguno para evaluar sus consecuencias en el contexto de un proceso democrático que los confundió hasta el hartazgo; y, por otra, nada extraña que la mayoría oficialista de la Asamblea Nacional, hoy acuerde una solemne conmemoración con el cumplimiento de cada uno de los cincuentenarios, afinando el test del complaciente radicalismo verbal que ya es hábito, y carburando la maquinaria publicitaria de una dirección del Estado que acostumbra a explotar acontecimientos que les son ajenos.
Particularmente, “El Porteñazo” que adquirió una significativa importancia mundial gracias a la consabida y premiada fotografía de Héctor Rondón, entraña de una célebre pieza de Román Chalbaud cuando hacía cine, espera por un reconocimiento de los errores militares que condujeron a la derrota, por no citar los muertos y heridos inocentes que produjo. Imaginamos las diligencias actuales por localizar a los familiares y relacionados de aquellos que decidieron alzarse, para presenciar una sesión parlamentaria que se convierta en oportunidad de inculpar a los opositores trastocados en los fascistas de esta hora.
No querría jamás Chávez Frías afrontar tan amargos hechos, aunque sabemos lo lejos que llegó en abril de 2002 para facilitar la comedia de la que se benefició. Quizá “Tiburón I” privilegiará los diez años de su regreso al poder, dejando a otros las estridencias por hechos de los que ni sabían, pues, a muchos les faltaba – simplemente – nacer medio siglo atrás.